ROMA, martes, 25 octubre 2005 (ZENIT.org).- El primer y más importante fruto del Sínodo de los obispos sobre la Eucaristía ha sido el de suscitar un dinamismo misionero arraigado en la maravilla causada por el encuentro con Jesús en el sacramento, explica el relator general.

El cardenal Angelo Scola, patriarca de Venecia, al concluir esta asamblea, realizó con un pequeño grupo de periodistas, entre los que se encontraban dos redactores de Zenit, un balance sobre las tres semanas de encuentros y debates que congregaron a 252 padres sinodales de los cinco continentes.

«El dinamismo misionero de la Iglesia», afirmó, surge de «la belleza de un encuentro», afirmó el purpurado italiano.

Al cardenal Scola le correspondió en el Sínodo redactar la relación introductoria, la relación tras las intervenciones de todos los participantes, y colaborar en la redacción de las 50 proposiciones que entregó la asamblea a Benedicto XVI.

Según aclaró hablando desde la imponente terraza del Instituto Augustinianum de Roma que se asoma a la plaza de San Pedro del Vaticano, el Sínodo ha lanzado una «nueva evangelización de la humanidad a partir de la Eucaristía».

«Uno no se convierte en misionero con los músculos de su voluntad», sino tras haber experimentado la «maravilla» que suscita la presencia real de Jesús en la Eucaristía, aclaró.

«Uno se convierte en misionero si ha encontrado algo, o más bien alguien, que le ha cambiado la vida. De este modo, comunica gratuitamente gratitud por este gesto gratuito que ha recibido», afirmó.

Según el patriarca, uno de los aspectos más originales de la reflexión del Sínodo fue enlazar esta «maravilla» o sorpresa suscitada por la Eucaristía con la «nostalgia de esta maravilla» experimentada por vez primera.

La esperanza procede de la experiencia de «una gran alegría», de «haber recibido un gran don», indicó.

«Tras esta maravilla surge una responsabilidad: esta maravilla se convierte en una tarea», indicó.
De este modo, según el Sínodo, la vida de todo bautizado tiene que convertirse en «eucarística», debe tener una «forma eucarística».

«Esta misión afecta todas las dimensiones de la vida, pues la Iglesia está llamada a dejar resplandecer en su rostro a Jesucristo, luz de las gentes. No existe para sí misma, no es un organismo para hacer propaganda», indicó.

«Cada vez que nos alejamos de esta visión que nos ofreció el gran Juan Pablo II y entramos en la lógica del proyecto, del plan, del esquema, de la programación y del deber», constató el cardenal recordando que este Sínodo fue precedido por le Año de la Eucaristía y por dos extraordinarios documentos de ese pontífice, «nos hacemos aburridos y se entiende entonces que el pueblo no nos siga».