CIUDAD DEL VATICANO, 6 de noviembre de 2005 (ZENIT.org).- Al recoger los frutos del Concilio Vaticano II, cuarenta años después de su clausura, Benedicto XVI citó en particular este domingo el redescubrimiento de «la antigua práctica de la «lectio divina», o «lectura espiritual» de la sagrada Escritura».
Junto con la vivencia de la Eucaristía, la escucha de la Palabra de Dios, en particular a través de la «lectio divina» se está convirtiendo en uno de los temas centrales del pontificado del Papa Joseph Ratzinger, elegido el 19 de abril.
Como él mismo aclaró en las palabras que dirigió a mediodía con motivo del Ángelus a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano, la «lectio divina» «consiste en meditar ampliamente sobre un texto bíblico, leyéndolo y volviéndolo a leer, «rumiándolo» en cierto sentido», «y exprimiendo todo su «jugo» para que alimente la meditación y la contemplación y llegue a irrigar como la sabia la vida concreta».
«Como condición –subrayó–, la «lectio divina» requiere que la mente y el corazón estén iluminados por el Espíritu Santo, es decir, por el mismo inspirador de las Escrituras, y ponerse, por tanto, en actitud de «religiosa escucha»».
En varias intervenciones precedentes, Benedicto XVI ya había dado un fuerte impulso a la «lectio divina», como sucedió el 16 septiembre, al encontrarse con los 400 participantes en el congreso que organizó la Santa Sede para recordar los cuarenta años de la publicación de la constitución del Concilio Vaticano II «Dei Verbum», sobre la Revelación (Cf. Zenit, 16 de septiembre de 2005).
«Si se promueve esta práctica con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia», aseguró entonces el Papa.
Si bien la lectura orante de la Biblia se remonta a los primeros cristianos, el primero en utilizar la expresión «lectio divina» fue Orígenes (aproximadamente 185-254), teólogo, quien afirmaba que para leer la Biblia con provecho es necesario hacerlo con atención, constancia y oración.
Más adelante, la «lectio divina» se convirtió en la columna vertebral de la vida religiosa. Las reglas monásticas de Pacomio, Agustín, Basilio y Benito harían de esa práctica, junto al trabajo manual y la liturgia, la triple base de la vida monástica.
La sistematización de la «lectio divina» en cuatro peldaños proviene del siglo XII. Alrededor del año 1150, Guido, un monje cartujo, escribió un librito titulado «La escalera de los monjes», en donde exponía la teoría de los cuatro peldaños: la lectura, la meditación, la oración y la contemplación».
«Esa es la escalera por la cual los monjes suben desde la tierra hasta el cielo», afirmaba.
En la meditación improvisada que dirigió Benedicto XVI a los obispos en el primer día de sesiones del Sínodo sobre la eucaristía, el 3 de octubre, les recomendó particularmente esta práctica.
«Debemos ejercer la «lectio divina», escuchar en las escrituras el pensamiento de Cristo, aprender a pensar con Cristo, a pensar el pensamiento de Cristo y, de esta manera, tener los pensamientos de Cristo, ser capaces de dar a los demás también el pensamiento de Cristo y los sentimientos de Cristo», les dijo hablando sin papeles (Cf. Zenit, 4 de octubre de 2005).
Sus palabras no cayeron en saco roto. Entre las proposiciones que los padres sinodales redactaron como síntesis de la asamblea, la número 18 reconoce: «Amar, leer, estudiar, meditar y orar la Palabra de Dios es un fruto precioso de la práctica de la «lectio divina», de los grupos de estudio y de oración bíblicos en familia y en las pequeñas comunidades eclesiales» (Cf. Zenit, 25 de octubre de 2005).