ROMA, martes, 15 de noviembre de 2005 (ZENIT.org).-El secretario para las Relaciones con los Estados explicó este martes que la Santa Sede firma concordatos con los estados con el objetivo de garantizar la libertad religiosa de los ciudadanos de esos países.
El arzobispo Giovanni Lajolo ilustró la historia y los puntos esenciales de los acuerdos Iglesia-Estado promovidos por el Vaticano al participar en un congreso promovido por la embajada de Polonia en la Universidad Pontificia Gregoriana con una conferencia sobre «La diplomacia concordataria de la Santa Sede en el siglo XX: tipología de los concordatos».
El primer concordato de la historia, reveló, es el de la Concordia o paz de Worms de 1122, entre Calixto II y el emperador Enrique V, que puso fin a la controversia sobre los nombramientos de los obispos, que entonces también eran príncipes temporales y feudatarios imperiales.
«Los concordatos y otros acuerdos se estipulan con países regidos por diversas formas de gobierno, sin que por principio se excluya alguna de ellas», explicó.
«A veces se ha reprochado a la Santa Sede que haya aceptado establecer acuerdos con regímenes totalitarios, dándoles de alguna forma un aval moral y facilitando su presencia en el contexto internacional», recordó.
«En este sentido hay que precisar ante todo que con esos acuerdos la Santa Sede no ha reconocido jamás a un régimen determinado; según el derecho internacional quien estipula el acuerdo es el Estado, que permanece, y no el gobierno, o el régimen que pasa».
«No se puede olvidar que la Santa Sede, al concluir los acuerdos, quiere proteger la libertad de la Iglesia en un país y el derecho a la libertad religiosa de los fieles y ciudadanos, y esto puede resultar aún más necesario cuando quien gobierna el Estado no respeta plenamente los derechos fundamentales».
El prelado intervino en el congreso organizado con motivo del octogésimo aniversario del primer concordato entre la República Polaca y la Santa Sede.
En el encuentro, intervino también el cardenal Achille Silvestrini, prefecto emérito de la congregación para las Iglesias Orientales, quien afrontó las relaciones entre la Santa Sede y Polonia durante el comunismo.