GUADALAJARA, martes, 22 noviembre 2005 (ZENIT.org-El Observador).- Publicamos el texto de la homilía que pronunció este domingo el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, este domingo con motivo de la beatificación de trece mártires mexicanos en el estadio Jalisco de Guadalajara.
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1. Saludo, especialmente, a los eminentísimos señores cardenales, a los excelentísimos señores obispos, a las respetables autoridades, a los sacerdotes y fieles que son de las diócesis en donde estos mártires nacieron o derramaron su sangre. Además, dirijo mi saludo también a los familiares de estos nuevos beatos, y me uno a su acción de gracias.
«El Señor es mi pastor, nada me faltará» (Sal 22, 1). La Iglesia en este día proclama a Jesucristo como Rey del Universo. La imagen de rey-pastor que recoge el profeta Ezequiel, se identifica plenamente con Jesucristo, el buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10, 11), quien consumada su misión, entregará el Reino a su Padre para que Dios sea todo en todas las cosas (Cf. 1 Cor 15, 24-28). Él es el Pastor y Rey de la humanidad que conduce a su rebaño hacia fuentes tranquilas, mostrando especial solicitud por aquellas ovejas heridas y extraviadas.
Además, Cristo es Rey, pues Él es el «primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas... Él es el principio... pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la plenitud y reconciliar por Él y para Él todas las cosas» (Col 1, 15.17-20), tal como lo afirma el apóstol San Pablo.
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2. Esta Solemnidad de Cristo Rey tiene un significado muy especial para el pueblo mexicano. El Papa Pío XI, al finalizar el Año santo de 1925, proclamó esta fiesta para la Iglesia Universal. Pocos meses después, iniciaría en estas tierras la persecución contra la fe católica, y bajo el grito de ¡Viva Cristo Rey! morirían muchos hijos de la Iglesia, reconocidos como mártires, de los cuales 13 hoy han sido beatificados.
Los mártires son los testigos privilegiados de la realeza de Cristo. En ellos había una conciencia clara de que el reinado de amor de Cristo debía ser instaurado, aun a costa de su propia vida. Igualmente, la fe de los mártires es una fe probada, como atestigua la sangre que por ella han derramado (San Agustín, Sermón 329). Ellos, junto con todos los santos, son los benditos que han (le tomar posesión del Reino preparado para ellos, desde la creación del mundo (Cf. Mt 25, 34), como escuchamos en el Evangelio apenas proclamado.
3. Además, esta fiesta adquiere en este día un significado particular. Hoy la Iglesia de México contempla, con singular alegría, la fe y la fortaleza de estos 13 varones, quienes en el reconocimiento del reinado de Cristo ofrecieron sus vidas de una manera heroica entre los años de 1927 y 1928. En situaciones adversas y en diferentes Iglesias particulares, estos hijos fieles de la Iglesia dieron un testimonio loable de los compromisos adquiridos el día de su bautismo, logrando ser capaces de derramar su sangre por amor a Cristo y a su Iglesia, que era injustamente perseguida.
De entre estos 13 nuevos beatos, es significativo que diez fueron laicos, originarios de los estados de Jalisco, Michoacán y Guanajuato. La mayor parte de estos laicos eran casados y formaron familias cristianas; los demás, si bien no fueron casados, eran miembros de familias cristianas piadosas y de recias costumbres.
Asimismo, este nuevo grupo de mártires cuenta con tres sacerdotes, que murieron por desempeñar heroicamente su ministerio sacerdotal y misional, como fue el caso del misionero claretiano español, Andrés Solá Molist, C.M.F., quien murió, después de una larga y penosa agonía, junto con el Padre José Trinidad Rangel y el laico Leonardo Pérez Larios, en las tierras del estado de Guanajuato. De igual manera y en circunstancias similares, el sacerdote veracruzano, Ángel Daría Acosta, quien no escatimó sus mejores esfuerzos para ejercer su ministerio sacerdotal en un clima adverso y de persecución, y recibió el martirio. A ejemplo de Jesucristo, el Buen Pastor, estos sacerdotes, junto con los 22 sacerdotes mexicanos diocesanos canonizados en Roma durante el Gran Jubileo de la Encarnación del Año 2000, por el Papa Juan Pablo II, son un modelo y ejemplo de caridad y celo pastoral heroicos, principalmente para todos los sacerdotes mexicanos.
4. La lista de estos beatos está encabezada por Anacleto González Flores, quien derramó su sangre junto con los hermanos Jorge y Ramón Vargas González, al igual con Luis Padilla Gómez, en esta ciudad. Bajo el grito «Yo muero, pero Dios no muere». ¡Viva Cristo Rey!». Anacleto González Flores entregaba su vida al Creador después de una vida de intensa piedad y de un fecundo y audaz apostolado. Durante su vida, después de recibir una sólida formación humana y cristiana, se dedicó a luchar por los derechos de los más desprotegidos. Conocedor fiel de la Doctrina Social de la Iglesia buscó, a la luz del Evangelio, defender los derechos elementales de los cristianos, en una época de persecución.
Dentro de los derechos que más defendió Anacleto González y sus compañeros mártires, se encontraba el de la libertad religiosa; derecho que se desprende de la misma dignidad humana. Como señala el Concilio Vaticano IJ, «esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos» («Dignitatis Humanae», 2).
Movidos por un profundo amor a Jesucristo y al prójimo, estos nuevos beatos defendieron pacíficamente este derecho, aun con su propia sangre. Ellos, lejos de avivar los enfrentamientos sangrientos, buscaron la vía pacífica y conciliadora que les reconociera este y otros derechos fundamentales, que habían sido negados a los católicos mexicanos. Por el contrario, Anacleto Ganzález y compañeros mártires, buscaron ser, en la medida de sus posibilidades, agentes de perdón y factores de unidad en una época en que el pueblo se encontraba dividido.
5. Convencidos de que «la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Flp 1, 21) nuestros mártires alimentaron ese deseo por la frecuente participación y adoración de la Sagrada Eucaristía. Efectivamente, la profunda devoción eucarística es uno de los rasgos comunes de estos 13 mártires. Todos ellos, sacerdotes y laicos, mostraron un singular amor a Jesucristo en la Eucaristía. Es de especial mención que tres de ¡os nuevos beatos, los hermanos Ezequiel y Salvador Huerta Gutiérrez, al igual que Luis Magaña Servín, fueron miembros de la Asociación Nocturna del Santísimo Sacramento; Asociación de larga tradición en el pueblo mexicano. De la oración frecuente y ferviente delante del Santísimo Sacramento, estos hermanos nuestros obtuvieron la fortaleza sobrenatural de soportar cristianamente el martirio, llegando, incluso, a perdonar a sus mismos verdugos.
La intensa vida eucarística de estos beatos debe ser para nosotros un ejemplo y aliento para acrecentar, cada vez más nuestra propia vida eucarística. A pocos días de haber concluido el Año de la Eucaristía, y a un año de la gozosa celebración del XLVIII Congreso Eucarístico Internacional, llevado a cabo en esta querida ciudad de Guadalajara, pedimos la intercesión de estos fieles hijos de la Iglesia para que nos ayuden a acrecentar el respeto, la activa participación y la digna recepción de Jesucristo presente en la Eucaristía. A ellos les pedimos, además, la gracia de ser humildes adoradores del Santísimo Sacramento, tal ellos lo fueron. Que el ejemplo de su vida de entrega hasta el martirio, sea para nosotros un modelo privilegiado de a
uténtica espiritualidad y de profunda vida eucarística.
6. Por su valentía y corta edad, merece una especial mención el adolescente José Sánchez del Río, originario de Sahuayo, Michoacán, quien a la edad de 14 años, supo dar un testimonio valeroso de Jesucristo. Fue un ejemplar hijo de familia, que se distinguió por su obediencia, piedad y espíritu de servicio. Desde los comienzos de la persecución en él se despertó el deseo de ser mártir de Cristo. Era tal su convicción de querer derramar su sangre por Cristo, que admiraba a quienes lo conocían. Pudo recibir la palma del martirio, después de ser torturado y de dirigir a sus padres estas últimas palabras: «nos veremos en el cielo. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!».
El joven beato José Sánchez del Río nos debe animar a todos, principalmente a ustedes jóvenes, para ser capaces de dar testimonio de Cristo en nuestra vida diaria. Queridos jóvenes, probablemente Cristo no les pida el derramamiento de su sangre, pero sí les pide, desde ahora, dar testimonio de la verdad en sus vidas (Cf. Jn 18, 37); en medio de un ambiente de indiferencia a los valores trascendentales y de un materialismo y hedonismo que busca sofocar las conciencias. Cristo espera, además, su apertura para poder recibir y acoger un proyecto vocacional por Él preparado. Sólo Él tiene, para cada uno de ustedes, las respuestas a los interrogantes de sus vidas; y los invita a seguirlo en la vida matrimonial, sacerdotal o religiosa.
7. «Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo» (Mt 25, 34).
Nuestros mártires deben ser también para nosotros un modelo de amor incondicional a Dios y al prójimo. El ejemplo de su vida e intercesión deben ayudarnos a vivir generosamente nuestra vida, de cara a los demás, recordándonos siempre de las palabras de Jesús: «Cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron» (Mt 25, 50).
La caridad que estamos llamados a vivir, el mandamiento nuevo (Jn 13, 34), supera todo límite impuesto por una lógica humana y egoísta. Se trata de una caridad que se traduce en unidad, respeto, servicio, ayuda eficaz y efectiva al necesitado; de una caridad vivida, muchas veces, de manera heroica, dentro de la misma familia y fuera de ella; de una caridad que, a ejemplo de Cristo y de sus mártires, está siempre dispuesta a perdonar.
Asimismo, nuestros nuevos beatos también merecen el reconocimiento de haber sido hijos fidelísimos de la Iglesia Católica y de la persona del Romano Pontífice. Les pedimos, también para nosotros, una fidelidad heroica a la Iglesia y a la persona y enseñanzas del Romano Pontífice, pues ellos son para nosotros Una legítima expresión de la frase que tanto gustaba repetir al Papa Juan Pablo II: «¡México, siempre fiel!».
«Todos los tiempos son de martirio» --advierte San Agustín de Hipona (Sermón 6)-- pues, «todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución» (2 Tim 3, 12). Queridos hermanos: vivir plenamente nuestra entrega fiel y de todos los días a Cristo, y por amor Él a todos los hombres, implica muchos sacrificios y renuncias. No obstante, Cristo estará siempre dispuesto a darnos la fortaleza necesaria para poder servirlo y amarlo en nuestros hermanos, principalmente en los más desvalidos y necesitados de nuestro amor, comprensión y perdón.
8. Finalmente, estos 13 hijos fieles de la Iglesia, tenían otro rasgo en común. Además de su intensa vida eucarística, se distinguieron por su filial devoción a la Madre de Dios, en su advocación de Santa María de Guadalupe. La mayoría de ellos, como los otros santos mártires mexicanos ya canonizados, murieron con su nombre en los labios. A ella le pedimos su maternal protección, muy especialmente por todo el pueblo mexicano, al igual que por todo el continente, para que el entusiasmo se conserve y acreciente.
Junto a ella, la Madre de la Nueva Evangelización, damos gracias al Padre por estos nuevos beatos. De la misma manera, demos gracias por la Iglesia de México, que no deja de dar frutos de santidad. Que Cristo Rey, el buen Pastor, reine en cada uno y en todos nuestros corazones. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe! Amén.