CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 23 noviembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia de este miércoles dedicada a comentar el cántico del primer capítulo de la carta de san Pablo a los Efesios (3-10), «El Dios Salvador».
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.
Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
1. Cada semana, la Liturgia de las Vísperas presenta a la oración de la Iglesia el solemne himno de apertura de la Carta a los Efesios, texto que acaba de ser proclamado. Pertenece al género de las «berakot», es decir, las «bendiciones» que ya aparecen en el Antiguo Testamento y que tendrán una ulterior difusión en la tradición judía. Se trata, por tanto, de una constante cadena de alabanza elevada a Dios, que en la fe cristiana es celebrado como «Padre de nuestro Señor Jesucristo».
Por este motivo, en nuestro himno de alabanza, es central la figura de Cristo, en la que se revela y se cumple la obra de Dios Padre. De hecho, los tres verbos principales de este largo y compacto «Cántico» nos conducen siempre al Hijo.
2. Dios «nos eligió en la persona de Cristo» (Efesios 1, 4): es nuestra vocación a la santidad y a ser adoptados como hijos suyos y, por tanto, a la fraternidad con Cristo. Este don, que transforma radicalmente nuestro estado de criaturas, se nos ofrece «por obra de Cristo» (versículo 5), se trata de una obra que forma parte del gran proyecto salvador divino, «por pura iniciativa» (versículo 5) del Padre, que el apóstol está contemplando con conmoción.
El segundo verbo, después de elegir («nos eligió»), designa el don de la gracia «que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo» (ibídem). En griego, nos encontramos dos veces con la misma raíz, «charis» y «echaritosen», para subrayar el carácter gratuito de la iniciativa divina que es anterior a toda respuesta humana. La gracia, que el Padre nos concede en el Hijo unigénito, es, por tanto, manifestación de su amor que nos envuelve y transforma.
3. Llegamos así al tercer verbo fundamental del cántico paulino: vuelve a tener por objeto la gracia divina que sido «derrochada» sobre nosotros (versículo 8). Nos encontramos, por tanto, ante un verbo de plenitud, podríamos decir –según su sentido original– de exceso, de entrega sin límites ni reservas.
Llegamos así a la profundidad infinita y gloriosa del misterio de Dios, abierto y revelado por la gracia a quien ha sido llamado por gracia y por amor, siendo esta revelación imposible de alcanzarse únicamente con la inteligencia y las capacidades humanas. «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1 Corintios 2, 9-10).
4. El «misterio de su voluntad» divina tiene un eje que está destinado a coordinar todo el ser y toda la historia, llevándoles a la plenitud querida por Dios: «es el plan» de «recapitular en Cristo todas las cosas» (Efesios 1, 10). En ese «plan», en griego «oikonomia», es decir, en este proyecto armónico de la arquitectura del ser y del existir, destaca Cristo, jefe del cuerpo de la Iglesia, pero también eje que recapitula en sí «todas las cosas del cielo y de la tierra». Se superan la dispersión y los límites y se configura ese «momento culminante», que es la verdadera meta del proyecto que la voluntad divina había preestablecido desde el principio.
Nos encontramos, por tanto, ante una gran representación de la historia de la creación y de la salvación que meditamos y profundizamos ahora con las palabras de san Irineo, gran doctor de la Iglesia del siglo II, quien, en algunas páginas magistrales de su tratado «Contra los herejes», había desarrollado una articulada reflexión precisamente sobre la recapitulación realizada por Cristo.
5. La fe cristiana, afirma, reconoce que «hay un solo Dios Padre y un solo Jesucristo, nuestro Señor, que vino con su plan y recapituló en sí todas las cosas. Entre todas ellas está también el hombre, plasmado por Dios. Por tanto, recapituló también al hombre en sí mismo, haciéndose visible, Él que es invisible, comprensible, Él que es incomprensible y hombre Él que es el Verbo» (3,16,6: «Già e non ancora», CCCXX, Milano 1979, p. 268).
Por este motivo, «el Verbo de Dios se hizo hombre» realmente, no en apariencia, pues entonces «su obra no hubiera sido auténtica». Sin embargo, «Él era lo que parecía: Dios que recapitula en sí su antigua criatura, que es el hombre, para acabar con el pecado, destruir la muerte y dar vida al hombre. Y por este motivo sus obras son verdaderas» (3,18,7: ibídem, pp. 277-278). Se constituyó en jefe de la Iglesia para atraer a todos hacia sí en el momento adecuado. Según el espíritu de estas palabras, recemos: sí, Señor, atráenos hacia ti, atrae al mundo hacia ti y danos la paz, tu paz.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas. En catellano, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
El himno de la carta a los Efesios que se ha proclamado hoy es una alabanza a Cristo, el Hijo de Dios, en el que se cumple el designio del Padre. En efecto, en Él hemos sido elegidos y por Él se nos ha dado y se nos da la gracia, revelando así el amor divino que nos transforma en nuevas criaturas y nos colma de una plenitud inalcanzable con las solas fuerzas humanas.
De este modo, Cristo recapitula todas las cosas de la creación y de la historia, superando todo límite y dispersión y reuniéndolas en su última meta querida por Dios. Entre todas las realidades, destaca el ser humano, creado a su imagen. Ahora, en el Verbo Encarnado, la antigua imagen se hace visible, recapitulando la antigua criatura, que es el hombre, para destruir el pecado y darle nueva vida.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación que participan en su Capítulo General. Que el Señor os ayude a seguirle con fidelidad, junto con todas vuestras Hermanas. También saludo a los grupos del Colegio-Seminario diocesano de Ibiza y del Instituto de los Misioneros del Espíritu Santo, de México, así como a los demás peregrinos venidos de España y Latinoamérica. Deseo para todos la gozosa experiencia de sentirse verdaderamente hijos de Dios, en Cristo Jesús.
Muchas gracias por vuestra visita.