MÉXICO, miércoles, 23 noviembre 2005 (ZENIT.org–El Observador).- Publicamos la conferencia del cardenal Marc Ouellet, arzobispo de Québec y primado de Canadá, en el seminario de presentación en América del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, elaborado –tras cinco años de trabajo– por el Pontificio Consejo Justicia y Paz, cuyo presidente es el cardenal Renato Raffaele Martino.
El Compendio de la Doctrina social de la Iglesia dentro del contexto social y eclesial de América
Cardenal Marc Ouellet
“La Iglesia, ya a las puertas del tercer milenio cristiano y en unos tiempos en que han caído muchas barreras y fronteras ideológicas, siente como un deber ineludible unir espiritualmente aún más a todos los pueblos que forman este gran Continente y, a la vez, desde la misión religiosa que le es propia, impulsar un espíritu solidario entre todos ellos…»
Este pasaje del discurso de Juan Pablo II durante la inauguración de la 4a. Conferencia general del episcopado latinoamericano en Santo Domingo, expresa bien el sentido del evento que nos convoca en México, al rededor del Compendio de la doctrina social de la Iglesia2. Dentro de su diálogo con el mundo contemporáneo, a cuarenta anos del Concilio Vaticano segundo, la Iglesia Católica siente más que nunca la urgencia de la unidad y de la solidaridad. Desde los Sínodos continentales, incluido aquel que en 1997, tuvo por objeto a la América, la Iglesia Católica toma aún más conciencia de su deber de aportar al mundo el evangelio de Cristo así como de enseñar «…un humanismo integral y solidario, que pueda animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana, que se actúa en la paz, la justicia y la solidaridad» (C 19).
La publicación de Compendio de la doctrina social de la Iglesia es una etapa importante para la difusión de este humanismo integral con fundamento en Cristo. Este Compendio facilita el acceso a una doctrina ampliamente meditada en relación con sus fundamentos y profundamente actual gracias a las respuestas que ofrece a los retos que impone la situación vigente de la humanidad en proceso acelerado de globalización.
Este Compendio no aporta nuevos elementos dentro de la enseñanza social de la Iglesia, la cual se ha enriquecido progresivamente a partir de la publicación de la encíclica Rerum Novarum en 1891. Sin embargo, al presentar los diversos aspectos de esta enseñanza de una manera sistemática, el Compendio nos conduce necesariamente a una comprensión más profunda de la lógica interna y de la importancia de la misma.
En efecto, los diversos textos donde la enseñanza social de la Iglesia Católica ha sido expresada han sido redactados para aclarar algunas situaciones precisas y algunas circunstancias particulares y por ello, no siempre ofrecían la posibilidad de exponer los fundamentos de las decisiones del Magisterio. El Compendio ofrece una visión de conjunto sintética que permite comprender mejor y profundizar dichos fundamentos.
América atraviesa actualmente una coyuntura favorable para la recepción de la enseñaza social de la Iglesia, así como para su promoción en todo el planeta, a pesar de la influencia dominante del sistema conocido como el «neo liberalismo» (EA 56). Pensemos por un solo momento en la concentración excepcional de la población católica en su territorio, en su liderazgo mundial en el plano económico y político, en la caída ideológica del comunismo y en las nuevas posibilidades de desarrollo de una dinámica mas constructiva y solidaria entre el Norte y el Sur del continente.
Pero el aprovechar este «momentum» como es debido, dependerá de la manera de afrontar los desafíos actuales que el Compendio enumera: «El primero de estos desafíos, es el de la verdad misma de ser-hombre. El límite y la relación entre naturaleza, técnica y moral son cuestiones que interpelan fuertemente la responsabilidad personal y colectiva en relación a los comportamientos que se deben adoptar respecto a lo que el hombre es, a lo que puede hacer y lo que debe ser. Un segundo desafío es el que presenta la comprensión y la gestión del pluralismo y de las diferencias en todos los ámbitos: de pensamiento, de opción moral, de cultura, de adhesión religiosa, de filosofía del desarrollo humano y social.. El tercer desafío es la globalización, que tiene un significado más amplio y más profundo que simplemente económico, porque la historia se ha abierto una nueva época, que atañe al destino de la humanidad»(C 16).
Creemos que América es capaz de afrontar esos desafíos si decide acoger con mayor profundidad la novedad permanente de la revelación cristiana con sus implicaciones sociales y si decide aprender, con la ayuda de la Iglesia, a orientar su dinámica social interna y su influencia planetaria en función de una globalización de la solidaridad (EA 55). El Compendio puede ayudar en tal empresa, como un útil de referencia dentro de las instituciones de formación cristiana y apostólica. Ofrecemos aquí muy brevemente algunos elementos esenciales de su contenido, seguidos de indicaciones sociológicas sumarias que delimitan el marco y la urgencia de su recepción de cara a la nueva evangelización en América.
l. Visión sintética de algunos elementos esenciales del Compendio
A. El fundamento trinitario
El Compendio inicia su primer capítulo con una exposición sintética del Designio del amor de Dios por la humanidad, que reposa sobre la revelación del amor trinitario en Jesucristo: «El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como amor originario del Pare de quien todo proviene; como comunicación gratuita que el Hijo hace de este amor, volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los hombres»(cf. Rm 5,5) (C 31).
«Por las palabras, las obras, y de manera plena y definitiva, por su muerte y su resurrección5, Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que nosotros estamos llamados por la gracia a convertirnos en sus hijos en el Espíritu (Rm 8, 15; Ga 4, 6), en consecuencia, hermanos y hermanas entre nosotros. Esta es la razón por la cual la Iglesia cree firmemente que «la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor y Maestro».
Pero se debe agregar que en sus relaciones con los humanos, Dios ha escogido libremente vividas por amor bajo el signo de la vulnerabilidad, por medio de la encarnación y la crucifixión de Jesús quien «siendo rico se hizo pobre por causa de ustedes» (II Cor 8,9). El Padre y el Espíritu Santo están involucrados en la muerte del Hijo, esta muerte es el signo del compromiso de las tres personas divinas que se solidarizan con la vulnerabilidad, el sufrimiento y la pobreza de los seres humanos. El llamado del Papa Juan Pablo II al comienzo del tercer milenio, a «recomenzar desde Cristo», toma aquí plena importancia y significa una nuevo modo de arraigarse en el misterio del Amor trinitario. La Eucaristía pertenece esencialmente a este nuevo comienzo desde Cristo. Hay que reconocer la pobreza del Compendio a este respecto y la necesidad de completarlo eventualmente. Basta una ojeada al índice para darse cuenta.
Cada una de nuestras celebraciones eucarísticas nos une al misterio trinitario de amor de Dios que se nos entrega y que nos compromete a hacer de nosotros mismos los artesanos de la paz y de la comunión. El último sínodo de Obispos lo ha reafirmado con ahínco y el próximo Congreso eucarístico internacional que será celebrado en Québec en 2008 tendrá justamente como «La Eucaristía, don de Dios para la vida del mundo ». Este don eucarístico del amor trinitario nos incita y nos habilita para acoger este Don de Dios y para convertimos su imagen y semejanza, en don de amor de los unos por los otros.
La dimensión antropológica: devenir hijos e hijas de Dios en la verdad de
l amor» EI mandamiento del amor mutuo, que constituye la ley de vida del pueblo de Dios, debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas dentro de la vida social y política: «Humanidad significa llamado a la comunicación interpersonal», porque la imagen y semejanza de Dios trino son la raíz de «todo el ethos humano… cuyo vértice es el mandamiento del amor.
El Compendio sitúa así toda la doctrina social de la Iglesia y el modelo de la unidad que ella propone a la humanidad a la luz de aquello que se podría llamar la antropología trinitaria: «El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen la familia humana, pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación, «un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida intima de Dios, Uno en tres personas, es 10 que los cristianos expresamos con la palabracomunión. (C 33).
Toda la reflexión subsiguiente acerca de la persona humana « imago Dei» (C 108-123), acerca de sus múltiples perfiles (C 124-151) y acerca de sus derechos inalienables (C 152-159) remite a la fuente ultima de esta»comunión». Igualmente, el primer capítulo de la segunda parte, muy extenso, sobre la familia como célula vital de la sociedad (C 209-254). Sin embargo, hubiera podido estar más explícitamente unido a la antropología trinitaria de Juan Pablo II, en particular a la luz de Familiaris Consortio, de Mulieris Dignitatem et de la Carta a las Familia. A pesar de ello, esta sección responde bien a la confusión ética y a la crisis antropológica que se manifiestan en el crecimiento de la homosexualidad y en las nuevas legislaciones sobre el matrimonio (C 215-245).
En fin, en esta antropología de la comunión se encuentra el fundamento más profundo de la opción preferencial por los pobres (C 164-184) que no es «facultativa», sino más bien parte integrante de nuestra identidad cristiana. Esta opción adquiere una importancia capital en una América en la cual los pobres se cuentan aún en centenas de millones. Es solamente el recordar en la fe cual Dios nos ha creado y cual la vida que Él nos ha ofrecido, que nos puede ayudar a promover una solidaridad verdadera entre el Norte y el Sur del continente (C370 – 374).
Además, como lo subraya el Compendio en el número 52, f citando la Epístola a los Galatas (3,8) así como Gaudium et Spes (11) y Octagesima Adveniens (37)J la redención de Cristo se desarrolla y realiza progresivamente a través de la historia y viene a rescatar no solamente cada persona individual sino también las relaciones sociales entre los seres humanos. Es imposible amar al prójimo y perseverar en esta vía sin la firme decisión de trabajar por el bien de todos y de cada uno, porque nosotros somos responsables los unos de los otros (C 43). La búsqueda de rendimientos económicos y la sed de poder son dos de los obstáculos los más frecuentes para este compromiso por el bien común (C 115-119).
Concluimos este aparte subrayando el nexo entre la promoción humana y la evangelización, siguiendo al papa Pablo VI en su encíclica Evangelii nuntiandi (29 et 31): al predicar su enseñanza social, la Iglesia cumple una parte de su misión de evangelización, ya que el anuncio del Evangelio busca no solamente convertir el corazón de los individuos sino también transformar las relaciones entre los seres humanos y entre los pueblos (C 66).
Si en todos nuestros países de América nosotros estamos confrontados, por diversas razones, a una nueva evangelización, esta evangelización no podrá prescindir de un compromiso resuelto por la justicia social y por la solidaridad entre los pueblos. Permítanos subrayar de paso que los misioneros de mi país, Canadá, quienes comparten la vida de los pueblos de América Central y de América del Sur, han ligado siempre estrechamente la predicación del Evangelio y el soporte del desarrollo social. Me atrevo a añadir que los misioneros del Sur, cada vez mas numerosos, que van hacia el Norte, llevan igualmente consigo una conciencia social inseparable de la evangelización.
C. Los cuatro principios básicos de la enseñanza social de la Iglesia
A partir de esta visión extensa y profunda de Dios y de la vida de amor que él nos entrega y comparte, el Compendio recuerda como la enseñanza social de la Iglesia se articula sobre cuatro principios básicos que precisan ser enunciados:
1) La dignidad indestructible de la persona humana, de toda persona, de todo pueblo. La persona es siempre un fin y no un medio que se pueda manipular (C 124ss) por razones económicas o políticas. Esta dignidad es la misma para todos los individuos y para todos los pueblos.
2) El deber de las personas y de los gobernantes es el de buscar el bien común. Este bien común implica que se reconoce el destino universal de todos los bienes de la tierra. Ciertamente cada persona tiene derecho a la propiedad privada de esos bienes, pero a esta propiedad viene atada, según la expresión de Juan Pablo Il, una «hipoteca social» (Sollicitudo rei socialis, 42). Nosotros no podemos replegamos sobre la posesión tranquila de nuestras riquezas olvidando los hermanos y hermanas que nos rodean y que no tienen lo necesario para vivir una vida plenamente humana(C 164-184).
3) El principio de subsidiaridad que exige que el Estado no debe restringir la formación de grupos y de asociaciones que constituyen la sociedad civil, sino que por el contrario, debe favorecer su existencia y las responsabilidades que les son propias(C 185-189). Este principio supone una actitud positiva de ayuda y respeto de parte del Estado; no sustituye los grupos y organismos de la sociedad civil aun cuando debe ejercer cierta función de suplencia (C 187-188).
4) El principio de solidaridad como virtud propia de la vida social, que se ha convertido en algo esencial por la interdependencia de los individuos y de los pueblos. Esta virtud de la vida social ha. sido llamada con diversos nombres por los papas a través de la historia y fue finalmente consagrada con el término «solidaridad», al que Juan Pablo II otorgó títulos de nobleza (C 192-196).
II. El contexto social de América, lugar en el cual estamos convocados a poner en práctica estas enseñanzas.
Es preciso recordar que el papa Juan Pablo II tomó una opción razonada al convocar un sínodo de obispos de toda la América y al escribir una exhortación apostólica que utiliza la palabra «América» en singular. Citamos a continuación: «…la elección de utilizar la palabra en singular deseaba expresar no solamente la unidad ya existente bajo ciertos aspectos sino también el nexo más estrecho al cual aspiran los pueblos del continente y que la Iglesia quiere fortalecer dentro del marco de su misión, lo cual tiende a promover la comunión de todos en el Señor» (EA 5). América es ahora el continente que cuenta con el mas alto número de bautizados católicos y ese número debería continuar aumentando rápidamente. Existe en consecuencia un llamado particular y la responsabilidad de poner en práctica, sobre nuestro propio territorio, el Evangelio del amor y de la solidaridad al cual nosotros nos adherimos.
De hecho, en el plano sociológico, se tiene aún la tentación de hablar siempre de «las Américas». Se ve en la manera diversa como se divide a la América de un autor a otro. Canadá y Estados Unidos versus América Latina en algunos. América del Norte versus América Central y versus América del Sur en otros.
Es innegable que los diferentes tratados comerciales y de libre comercio contribuyen a una integración de intercambios económicos que tiene repercusiones sociales y culturales. Acuerdo de Libre Comercio Norte Americano (TLCN), la Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en negociación, MERCO SUR y otros… Globalmente, estos tratados han estimulad
o los intercambios comerciales y aumentado la prosperidad económica de los países miembros.
Sin embargo, los lazos «que la Iglesia quiere fortalecer» son mucho más profundos que los económicos. Ellos se refieren más que todo a la ayuda mutua y a la solidaridad.
De hecho, es un verdadero desafío que el papa propone a los dos países ricos del norte, siempre tentados a replegarse sobre su confort o a preocuparse solamente de sus propios problemas sociales, bien reales pero relativos si se considera el conjunto del continente. El desastre reciente de la Nueva Orleans ha mostrado de manera cruda que la pobreza existe aún en los Estados Unidos; aquella de Canadá, menos visible, es así mismo real. Sin embargo, la lucha contra la pobreza interna no debería distraer a estos dos países de su deber de solidaridad con los países vecinos.
Para aclarar mejor las exigencias de esta solidaridad, resaltamos los datos siguientes:
El crecimiento demográfico continúa siendo más intenso en América Latina (1.41 por año de 2000 a 2005, con una proyección de 1.25% de 2005 a 2006) que en Canadá y en los Estados Unidos (1 % de 2000 a 2005, con una proyección de 0.94% de 2005 a 2010). No es sorprendente entonces que el 30.9% de la población de América Latina tenga menos de 15 años, mientras que el porcentaje es de 21.2% en Canadá y en los Estados Unidos.
La presión demográfica continua entonces siendo aguda en los países del sur, acompañada de una migración continua hacia las grandes ciudades, aquello que produce las metrópolis entre las más pobladas del mundo (Sao Pablo, Río e Janeiro, México, Lima, Bogotá) en las cuales dicho crecimiento demográfico no estaba planeado (EA 21). En estas ciudades los barrios pobres son inmensos.
El decenio 1990 – 2000 ha visto el fin de muchos regímenes autoritarios en América Latina. Por ello, una democracia formal se ha ya instalado en la gran mayoría del Continente. Como consecuencia de lo anterior, se ha notado una mejoría en el respeto de los derechos humanos después de periodos de guerrilla, de represión y de cuasi guerra civil en ciertos países (EA 19). De ello, debemos indudablemente regocijamos.
Esto no quiere decir sin embargo, que esta democracia se traduzca rápidamente en una reducción de las desigualdades sociales. Mientras que una persona no tenga respuesta a sus necesidades esenciales, el ejercicio de la libertad y la elección democrática de los dirigentes continúa siendo frágil.
Ciertamente, de manera general, la riqueza producida en determinados países ha aumentado considerablemente, pero como está repartida esta riqueza entre la población? Las cifras del «producto interno bruto» son un indicador comúnmente empleado para medir la riqueza producida por una nación. Fiándose únicamente de esta cifra, se puede afirmar que países como Brasil y México son ahora unos jugadores económicos importantes del continente y del planeta. Pero estas cifras no nos dicen nada acerca de la repartición de la riqueza entre la población. Los observadores concuerdan en decir que las diferencias sociales no han disminuido en la mayoría de los países.
En todos los países, la población autóctona (frecuentemente llamada «indígena») vive en condiciones socio’-económicas dificiles y debe luchar por un reconocimiento de sus derechos. Este es también el caso de la población de origen africano, numerosa en ciertos países. En este dominio, la Iglesia Católica, a pesar de los diversos atropellos del pasado…ha hecho reales esfuerzos por la reconciliación y la sanación. Ella desea solidarizarse con estos grupos particularmente frágiles (EA 64).
La pobreza y la esperanza de una vida mejor siguen siendo las mejores razones por las cuales, cada año, millones de latinoamericanos intentan entrar clandestinamente a los Estados Unidos. Regularmente arrestados y rechazados, estos inmigrante s intentan de nuevo, en la primera ocasión, atravesar la frontera. Aquello nos recuerda que los tratados entre las naciones buscan la libre circulación de bienes, pero aún estamos lejos de la libre circulación de las personas!! La población hispana de los Estados Unidos, con o sin estatus legal, sobrepasa ahora los 25 millones. Este hecho cambia profundamente la cara de la sociedad norteamericana…y de la Iglesia.
Ecclesia in America resalta algunos problemas adicionales que afligen una buena parte de los países de la América: el peso de la deuda externa que impide invertir recursos en el desarrollo (22 et 59) así como la corrupción expandida y el comercio de la droga (23-24 et 60-61). Sobre la primera cuestión, las intervenciones repetidas del papa y de diversos grupos influyentes condujeron a un perdón parcial de la deuda de ciertos países, pero aún falta mucho camino por recorrer.
Durante el curso de los últimos decenios, la enseñanza social de la Iglesia ha reflexionado frecuentemente acerca de los desafíos particulares propuestos por la globalización de los intercambios entre los pueblos, intercambios comerciales ante todo, pero que tienen necesariamente efectos sobre las mentalidades, las culturas y las políticas sociales. El juicio efectuado sobre este fenómeno es matizado, puesto que se reconocen sus efectos positivos sobre el crecimiento económico y sobre la interdependencia de las naciones. Sin embargo, la globalización comporta también riesgos como la pérdida de soberanía real, la toma de decisiones únicamente en términos económicos y burocráticos y últimamente, la ampliación de la brecha entre los ricos y los pobres.
América está en el corazón de este proceso, con sus efectos positivos y negativos. Los cristianos deben ser cuidadosos y aportar su reflexión, su toma de posición y su influencia. La cuestión fundamental es aquella ya mencionada: guardar la persona humana concreta en el centro de las decisiones que favorecen el bien común de todos y no simplemente el enriquecimiento de una minoría. Los cristianos convencidos que tienen puestos de responsabilidad política y económica pueden jugar un rol importante dentro de esas cuestiones. Este es por demás, un aspecto particularmente significativo del compromiso de los laicos en el mundo.
III. El contexto eclesial de la nueva evangelización
América se ha convertido en el continente donde el número de católicos es el más grande; en consecuencia, es muy probable que los miembros de nuestra Iglesia, en particular los jóvenes, tendrán una influencia creciente sobre el perfil del catolicismo frente al mundo contemporáneo. Cúal será la figura del catolicismo en América? La imagen de los católicos será entonces la de personas vibrantes de fe en Dios encarnado, implicadas en comunidades vivas, comprometidas por la justicia social y concientes de dar testimonio a Cristo resucitado? La publicación del Compendio confiere una nueva urgencia y actualidad a esta cuestión, así como la conclusión del reciente Sínodo de Obispos acerca de la Eucaristía, fuente y vértice de la vida y de la misión de la Iglesia.
La palabra clave para describir la misión de la Iglesia en América es aquella de la nueva evangelización como ha repetido con frecuencia el papa Juan Pablo II. Nuestras iglesias locales, de la cuales muchas tienen más de 400 años de existencia, poseen una rica tradición de fe y de obras de educación, de salud y de asistencia social. Solo una observación sesgada enfatizaría las deficiencias de esas obras y olvidaría que sirvieron para construir no solamente las comunidades eclesiales sino también la sociedad civil de nuestros países (EA 18, 70-71).
Por tanto, se siente la necesidad de «recomenzar desde Cristo» o «volver a fundarse en Cristo», de tomar aún más conciencia de la identidad católica, que no consiste en un vago sentimiento religioso, ni en la relación con un Dios lejano al cual se le reza ocasionalmente, sino en una vida de discípulo, dirigida vitalmente hacia su Maestro y centrada especial
mente en la Eucaristía que hace a la Iglesia.
El florecimiento de sectas de orígen cristiano o relacionadas con un nuevo paganismo, sobretodo en América Latina pero también en Canadá y en Estados Unidos, plantea un grave problema. A pesar de los reproches que les podemos hacer, se debe reconocer que estas sectas atraen por ciertas características que nosotros deberíamos encontrar en nuestras comunidades cristianas: intensidad de la vida fraternal, expresión muy visible de la fe, cuidado de responder a las necesidades concretas de las personas. Nada de esto es extraño al catolicismo pero nos hemos dejado quizás debilitar algunas de estas características.
Con seguridad, hay aspectos en los cuales no debemos entrar a competir con las sectas, por ejemplo una agresividad por convertir las personas que asemeja a veces a un «lavado de cerebro» con poco respeto de la libertad. Pero en aquello que concierne a la justicia, a la caridad, a la fidelidad al Evangelio, nosotros estamos llamados a la conversión permanente como la mejor manera de conservar la unión de los fieles con nuestras parroquias y con nuestras comunidades católicas.
C o n c l u s i ó n
El mensaje social del Compendio, parte integrante de la nueva evangelización
Se concluye claramente del Compendio de la Doctrina social de la Iglesia que la enseñanza social de la Iglesia tiene sus raíces en una visión muy profunda del misterio de Dios y del hombre que aclara la situación actual y la vocación misionera de América. La antropología cristiana de l’imago Dei devela el fundamento último de la dignidad de la persona humana y de sus relaciones constitutivas, familiares y sociales. Ella aporta una luz liberadora a la cultura vigente en América, marcada por el individualismo, el relativismo y la violencia.
Esta visión antropológica ayuda a comprender el porqué y el cómo poner en marcha la nueva evangelización junto a la promoción de la doctrina social de la Iglesia. Estas dos dimensiones de la evangelización son inseparables y pertenecen a la misión esencial de la Iglesia en el alba del tercer milenio. Ellas pueden y deben tener un impacto decisivo para la salvaguarda de la verdad del hombre y para el futuro del planeta.
Es entonces no solamente deseable sino necesario que esta enseñanza se comunique y se reciba mejor dentro de las escuelas, las universidades, los seminarios y en todo aquel lugar en el cual los cristianos se forman y se preparan para un apostolado religioso o laico. En efecto entre mejor conozcamos al Dios de Jesucristo y a la antropología trinitaria que emana de la revelación, tanto mejor será el compromiso de los cristianos en construir un mundo justo y solidario y tanto más evidente parecerá a 10 ojos del mundo la grandeza del ser humano y la exigencia del respeto a la vida, a la persona y a la familia, dentro de un proyecto de civilización fundado sobre el amor, la libertad y la solidaridad.