CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 27 noviembre 2005 (ZENIT.org).- Benedicto XVI comenzó el nuevo año litúrgico, presidiendo en la tarde del sábado las vísperas del primer domingo de Adviento, en las que lanzó un llamamiento a la santidad.
El Santo Padre pronunció una homilía espontánea comentando el pasaje de la primera carta a los Tesalonicenses (5, 23-24), que resonó en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
En el texto, san Pablo desea a sus fieles que «el Dios de la paz os santifique plenamente,
y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es él que os llama y es él quien lo hará».
El primero de los versículos, afirmó el Papa, «expresa el auspicio del apóstol para la comunidad; el segundo ofrece, por así decir, la garantía de su cumplimiento».
«El auspicio es que cada uno sea santificado por Dios y se conserve sin mancha en toda su persona –«el espíritu, el alma y el cuerpo»– para la venida final del Señor Jesús –explicó–; la garantía de que esto puede tener lugar es ofrecida por la fidelidad del mismo Dios, que no dejará de llevar a cumplimiento la obra comenzada en los creyentes».
El auspicio expresado por el apóstol, según el obispo de Roma, «contiene una verdad fundamental, que trata de inculcar en los fieles de la comunidad que él fundo, y que podemos resumir así: Dios nos llama a la comunión consigo, que se realizará plenamente con el retorno de Cristo, y él mismo se compromete a hacer que lleguen preparados a este encuentro final y decisivo».
«El futuro está, por así decir, contenido en el presente o, mejor, en la presencia del mismo Dios, de su amor inquebrantable, que no nos deja solos, que no nos abandona ni siquiera un instante, como un padre y una madre no dejan nunca de seguir a sus propios hijos en el camino de su crecimiento», reconoció el pontífice en su homilía pronunciada sin papeles.
«Ante Cristo que viene –aseguró–, el hombre se siente interpelado en todo su ser, que el apóstol resume en los términos «espíritu, alma y cuerpo», indicando así a toda la persona, como una unidad articulada de dimensión somática, psíquica y espiritual».
«La santificación es don de Dios e iniciativa suya, pero el ser humano está llamado a responder con todo su ser, sin excluir nada», aclaró el sucesor del apóstol Pedro.
«Precisamente el Espíritu Santo, quien formó a Jesús, hombre perfecto, en el vientre de María, lleva a cumplimiento en la persona humana el admirable proyecto de Dios, transformando ante todo el corazón y, a partir de este centro, todo lo demás».
«De este modo –aclaró–, en cada persona se resume toda la obra de la creación y de la redención, que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, va realizando desde el inicio hasta el final del cosmos y de la historia».
«Y, así como en el centro de la historia de la humanidad está la llegada de Cristo y al final su retorno glorioso, así cada existencia personal está llamada a confrontarse con él –de manera misteriosa y multiforme– durante la peregrinación terrena para encontrarse «en Él» en el momento de su regreso», indicó Benedicto XVI.
«Que María santísima, virgen fiel, nos guíe para hacer de este tiempo de Adviento y de todo el nuevo año litúrgico un camino de auténtica santificación, para alabanza y gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu», deseó por último.