CIUDAD DEL VATICANO, martes, 29 noviembre 2005 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha concedido la indulgencia plenaria para el próximo 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, en el cuadragésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II.
Así lo anuncia un decreto publicado este martes en latín por la Santa Sede con la firma del cardenal James Francis Stafford, Penitenciario Mayor de la Santa Iglesia Romana, y del padre Gianfranco Girotti, OFM. Conv., regente.
El documento establece que cuando el Papa rinda en Roma, junto a la Plaza de España, «público homenaje de alabanza a la Virgen Inmaculada, desea vivamente que toda la Iglesia se una con el corazón» a esta celebración «para que todos los fieles, reunidos en el nombre de la Madre común, se refuercen en la fe, se adhieran con mayor entrega a Cristo y amen a sus hermanos con caridad más ferviente».
«De aquí proceden, como enseñó con gran sabiduría el Concilio Vaticano II, las obras de misericordia con los indigentes, el respeto de la justicia, la tutela y la búsqueda de la paz», añade el decreto.
La indulgencia plenaria, recuerda, «se puede obtener con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Papa), con espíritu alejado del pecado, en la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción, si los fieles participan a un sacro rito en honor de la Virgen o si, por lo menos, ofrecen un abierto testimonio de devoción mariana frente a una imagen de la Inmaculada expuesta a la veneración pública, rezando el Padrenuestro, el Credo y alguna invocación a la Inmaculada».
Los fieles que «por enfermedad o causa justa» no puedan participar en un rito público o venerar una imagen de la Virgen, «podrán obtener el mismo don de indulgencia en su propia casa o en el lugar donde se encuentren si, con ánimo alejado del pecado y el propósito de cumplir las condiciones necesarias apenas les sea posible, se unen en espíritu y deseo a las intenciones del Sumo Pontífice, orando a la Inmaculada y rezando el Padrenuestro y el Credo».
El 8 de diciembre de 1965, el siervo de Dios Pablo VI, Sumo Pontífice, que había ya proclamado a la Virgen María Madre de la Iglesia, clausurando el Concilio Ecuménico, dedicó grandes alabanzas a Nuestra Señora, que siendo la Madre de Cristo es Madre de Dios y Madre Espiritual de todos nosotros.