La psicología que subyace en las tendencias homosexuales (I)

El doctor Fitzgibbons traza distinciones en la atracción hacia el mismo sexo

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WEST CONSHOHOCKEN (Pensilvania, EE. UU.), lunes, 16 enero 2006 (ZENIT.org).- El reciente documento vaticano sobre los candidatos al sacerdocio y las tendencias homosexuales (Cf. Zenit, 29 noviembre 2005) diferencia entre tendencias profundamente arraigadas y las que son expresión de un problema transitorio.

Para profundizar en los diversos aspectos relativos a estas tendencias y en la forma de afrontarlas, Zenit ha entrevistado al doctor Richard Fitzgibbons, psiquiatra que ha contribuido a la redacción del documento «Homosexualidad y esperanza» (disponible en inglés en cathmed.org/publications/homosexuality.html) de la Asociación Médica Católica (de los Estados Unidos y Canadá).

–¿Cómo distinguiría entre personas atraídas por otras del mismo sexo y aquellas que tienen tendencias homosexuales profundamente arraigadas?

–Dr. Fitzgibbons: Las personas con tendencias homosexuales profundamente arraigadas se identifican a sí mismas como personas homosexuales y son frecuentemente reacias a examinar los conflictos emocionales que han provocado esta tendencia. Presentan una fuerte atracción física por los demás hombres y por la masculinidad de otros debido a una profunda debilidad en la seguridad masculina.

Estas personas, en el ámbito sacerdotal, tienen una significativa inmadurez afectiva con excesos de ira y celos respecto a los hombres no homosexuales, una inseguridad que les lleva a evitar amistades cercanas con tales hombres y a una desordenada necesidad de atención.

La mayor parte de estos hombres tuvieron en la adolescencia dolorosas experiencias de soledad y de tristeza, sintieron inseguridad en su masculinidad y una pobre imagen corporal. Algunos estudios de investigación bien realizados han demostrado una incidencia de enfermedades psiquiátricas muy superior en aquellos que se identifican como homosexuales.

Sometidos a una gran tensión, pueden también manifestar una fuerte atracción física y sexual hacia los adolescentes, como ocurrió en relación con el período de crisis en la Iglesia. Al trabajar con hombres heterosexuales se encuentran con frecuencia en dificultad en situaciones de colegialidad o en ambientes de menor formalidad.

Un conflicto no resuelto con la figura paterna normalmente es mal manejado como una rebelión contra el magisterio y la doctrina de la Iglesia sobre la moral sexual. Lamentablemente la actitud de rechazo, de defensa y de rabia no les permite abrirse a buscar la ayuda del Señor en sus debilidades emocionales y de comportamiento.

Las personas con tendencias homosexuales moderadas no se identifican como homosexuales. Se trata de hombres motivados a identificar y superar sus conflictos emocionales. Normalmente buscan ayuda en la psicoterapia y en la dirección espiritual.

El objetivo de la ayuda es sacar a la luz conflictos tempranos, perdonar a quien les ha dañado y aumentar su seguridad masculina –un proceso que con el tiempo puede llevar a resolver la atracción hacia personas del mismo sexo.

Estos hombres aceptan y quieren vivir y enseñar la doctrina de la Iglesia sobre moral sexual en plenitud. No apoyan la cultura homosexual, sino que la consideran antitética respecto a la llamada universal a la santidad.

–¿Existen test psicológicos que puedan ser útiles para identificar a los candidatos con atracción homosexual o con tendencia homosexuales profundamente arraigadas?

–Dr. Fitzgibbons: Sí. Existe el «Boy Gender Conformity Scale» –elaborado por la Universidad de Indiana– y el «Clarke Sexual History Questionnaire»: pueden identificar con una precisión del 90% a varones con atracciones hacia el mismo sexo. Además, un análisis profundo de las experiencias de la infancia y de la adolescencia con el padre, con los compañeros varones y con el propio cuerpo puede identificar una homosexualidad profundamente arraigada.

Limitarse a preguntar al candidato sencillamente si es heterosexual u homosexual, como se hace en muchos seminarios y comunidades religiosas, no basta.

–¿Qué recomendaría en el caso de un candidato que presente atracciones hacia el mismo sexo o demuestre tendencias homosexuales?

–Dr. Fitzgibbons: Cuando la evaluación revela probables atracciones hacia el mismo sexo, se da la recomendación de emprender el duro trabajo de resolver su dolor emocional con un profesional de la salud mental competente y el director espiritual. Después de que la seguridad masculina del candidato haya aumentado significativamente y ya no tenga atracción homosexual, podría volver a solicitar el ingreso en el seminario.

En nuestra experiencia clínica, aquellos con tendencias homosexuales profundamente arraigadas carecen de una comprensión de los orígenes de sus conflictos y de la posibilidad de curar. Muchos de estos hombres también se comprometen en trabajar en sus conflictos emocionales.

–¿Qué recomendaría en el caso de seminaristas que tienen atracciones hacia el mismo sexo o demuestran tendencias homosexuales o una inmadurez afectiva significativa?

–Dr. Fitzgibbons: Dada la presente crisis en la Iglesia, con el 80% de los casos de abuso que son de naturaleza homosexual relativos a varones adolescentes, los seminaristas y aquellos que se encuentran en formación en las comunidades religiosas que tengan atracciones hacia el mismo sexo tienen una grave responsabilidad para proteger a la Iglesia de más escándalos y sufrimientos.

Deberían intentar comprender y resolver sus conflictos emocionales con un profesional de la salud mental cualificado y un director espiritual.

Los seminaristas con actitudes afeminadas –una señal clara de grave inmadurez afectiva– frecuentemente, en su infancia, no fueron capaces de identificarse suficientemente con la figura paterna y con sus coetáneos. Se pueden beneficiar de la terapia para eliminar los comportamientos afeminados y fortalecer su aprecio por la masculinidad que han recibido de Dios, a fin de que se puedan convertir en verdaderos padres espirituales.

Los seminaristas con tendencias homosexuales profundamente arraigadas deberían hablar de sus conflictos honradamente con su director espiritual y tomar como guía el reciente documento de la Iglesia. En los últimos 30 años hemos visto a muchos jóvenes superar estas tendencias en el momento en que se ha introducido un elemento espiritual en su plan de tratamiento, así como sucede en el tratamiento de la toxicomanía.

La investigación realizada por el Dr. Bob Spitzer, del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Columbia University, ha dado esperanza a muchos jóvenes sobre la curación de sus conflictos emocionales.

–¿Cuáles son los principales temas emocionales y de carácter que considera que se deben afrontar en los programas de formación humana de los seminarios?

–Dr. Fitzgibbons: Según un estudio nacional de 2005, el 28,8% de los americanos padecerá trastornos de ansiedad en el curso de su vida, el 24,8% trastornos de impulsividad y el 20,8% trastornos de humor.

El origen más frecuente de estos trastornos emocionales en los hombres surge de una falta de cercanía y de afirmación en la relación con la figura paterna y con los coetáneos. Estos conflictos emocionales generan debilidad en la seguridad masculina, tristeza, soledad, rabia y a menudo un desprecio del propio cuerpo. Además, los hijos de familias divorciadas presentan mayor problema de confianza.

La principal debilidad de carácter en nuestra cultura es la del egoísmo, que es un obstáculo mayor para la donación de uno mismo en toda vocación.

Un buen examen psicológico y una anamnesis profunda podrían identificar varios tipos de dolor emocional que el candidato podría afrontar en su vida espiritual con su director espiritual, y si fuera necesario con un profesional de la s
alud mental cualificado. Las conferencias para seminaristas sobre el tema del crecimiento en la madurez afectiva y en la donación de uno mismo puede ser útil para la identificación y la resolución de los conflictos que interfieren en la maduración afectiva.

–¿Qué criterios indicarían que un seminarista ha alcanzado madurez afectiva?

–Dr. Fitzgibbons: Por mi experiencia profesional, el mayor indicador de madurez afectiva de toda vocación es la sana y equilibrada donación de uno mismo, que comprende la capacidad de acoger a Dios y a los demás.

La madurez afectiva se demuestra también por la capacidad de dirigir las tensiones emocionales más comunes, como la ansiedad, la débil confianza, la ira, la soledad y la tristeza. La ansiedad puede ser superada con el crecimiento en la confianza; la ira con el crecimiento en la virtud del perdón, y la soledad o la tristeza con el crecimiento en la capacidad de recibir el amor de Dios y de otros de una forma normal, y de darse uno mismo.

Puede ser oportuno, además, hacer emerger y afrontar también los conflictos de la infancia y de la adolescencia. Asimismo, un compromiso para crecer en numerosas formas es necesario para el desarrollo de una personalidad sana.

[La segunda parte de esta entrevista se publicará el martes 17 de enero].

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ZENIT Staff

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