ROMA, viernes, 27 enero 2006 (ZENIT.org).- «Deus caritas est», la primera encíclica de Benedicto XVI, ha tenido un impacto sin precedentes entre los diferentes sectores de la opinión pública y particularmente en el debate filosófico. Por este motivo, Zenit ha entrevistado al filósofo y sacerdote Jesús Villagrasa sobre la naturaleza de esta encíclica y sobre algunos aspectos más filosóficos para facilitar su lectura.
El padre Villagrasa está ultimando un libro sobre la vida y el pensamiento de Joseph Ratzinger, que ha presentado en grandes rasgos en una conferencia dictada en la sede de la Universidad Europea de Roma.
–¿Cuál ha sido su primera impresión al leer la encíclica?
–Padre Villagrasa: Admiración y alegría. Benedicto XVI nos ha dado un gran regalo, una obra maestra de claridad y profundidad. Y, además, breve. Es como su autor… y como el mar. Claro y transparente, pero no se ve fondo. Puede ser leída sin dificultad por cualquier persona de cultura media. Los filósofos y teólogos de profesión descubrirán mejor su extraordinaria riqueza de pensamiento.
–¿Qué ha descubierto en esta encíclica?
–Padre Villagrasa: Que Joseph Ratzinger ha puesto al servicio del Magisterio su formación cultural, filosófica y teológica. Al leer esta encíclica me venían a la mente sus artículos, conferencias y libros. Se trata de una síntesis personal muy madura. Un tesoro de sabiduría.
–¿Podría poner algún ejemplo?
–Padre Villagrasa: La primera parte se titula «La unidad del amor en la creación y en la historia de la salvación». Un tema filosófico de fondo y difícil es la analogía que se aplica a los conceptos que tienen «unidad débil pero real». Amor es un concepto análogo porque se dice con significados diversos que, sin embargo, tienen alguna relación entre sí. La analogía expresa la unidad conservada a pesar de las reales diferencias. El amor divino y las diversas formas de amor humano no son iguales, pero tampoco enteramente diversos. Se dan unas relaciones y semejanzas que la primera parte de la encíclica trata de explicar.
–Al hablar de analogía y dar sus explicaciones ¿no complica más las cosas?
–Padre Villagrasa: Así es. Por eso pienso que el Santo Padre evita el lenguaje técnico y se limita a explicar que hay un «problema de lenguaje» (n. 2). Los fieles no necesitan conocer a fondo la teoría lingüística y metafísica de la analogía. Sin embargo, el rigor y la claridad de la encíclica son fruto de la conciencia que el Papa tiene del problema y del uso de la analogía para resolverlo. Benedicto XVI acoge los diversos significados correctos de «amor» sin romper la unidad del concepto y mostrando las relaciones entre los diversos tipos de amor. Distinguir para unir. Jean Guitton decía que la distinción es la caridad del pensamiento.
–Pero en un tema tan importante como el amor cristiano ¿le parece interesante detenerse en estas cuestiones filosóficas y lingüísticas?
–Padre Villagrasa: Creo que una de las preocupaciones de fondo del pontífice es el empobrecimiento del concepto de amor. Suelen darse visiones parciales: moralistas o pietistas, políticas y activistas, sentimentales o voluntaristas. Comprendo que la prensa se fije en aspectos particulares, llamativos. Sin embargo, la fuerza de esta encíclica está en su unidad, en tener unidos sin confundirlos sentimiento, inteligencia y voluntad; «eros» y «ágape»; especulación y práctica; espiritualidad y política; religión, filosofía y teología; fe, liturgia y moral; antiguo y Nuevo Testamento. Este «y» que une las dimensiones es muy importante. Haber presentado la unidad de las diversas dimensiones y haberlo hecho con tanta claridad y equilibrio es algo grandioso. Sería una pena que las lecturas de la encíclica fueran parciales: contraponer la «encíclica social» a la «encíclica teológica» y cosas del estilo.
–¿Podría mostrar más en particular alguna de estas estructuras de fondo?
–Padre Villagrasa: Me fijo en la estructura religión-filosofía-teología que está presente en la primera parte de la encíclica cuando se desentraña el concepto de amor a la luz de las religiones, primero, y de la filosofía y de la Biblia, después. La filosofía ha ayudado a purificar los elementos negativos presentes en las religiones, pero no alcanza a dar la respuesta última a la aspiración humana al amor. Sólo el Verbo encarnado ilumina el misterio del hombre y del amor humano. Sirviéndose de esta estructura, el gran teólogo H.U. von Balthasar organizaba su pensamiento. En su libro «Epílogo» quiso ofrecer una visión general de su monumental obra. Se sirvió de la imagen de la catedral y de sus tres partes. El «Atrio» está ocupado por las religiones y las cosmovisiones que expresan la búsqueda del sentido de la realidad y de la existencia humana; el «Umbral», constituido por la filosofía, conduce al «Santuario» de la teología donde se contemplan los misterios cristianos de la Encarnación y de la Trinidad. Me parece que esta estructura está presente en la primera parte de la encíclica.
–¿No le ha sorprendido que la encíclica mencione a varios filósofos?
–Padre Villagrasa: En cierto modo sí porque no ha sido algo común en este tipo de documentos. Basta ver que la primera cita de la encíclica es de Friedrich Nietzsche: se trata de una provocación de este filósofo de la sospecha y de la denuncia, de este padre del nihilismo contemporáneo. Desde el inicio de la encíclica, Benedicto XVI se coloca ante los grandes retos de la cultura contemporánea.
Me divierte ver cómo la amplia reflexión filosófica inicial de esta encíclica rompe ciertos clichés. Ya sabe… Wojtyla el papa filósofo y Ratzinger el papa teólogo… Estas fórmulas valen para los titulares de los periódicos pero no captan la realidad. Ya en su tesis doctoral sobre san Agustín, Ratzinger constataba que en los primeros siglos la fe cristiana no se ponía en continuidad con las religiones anteriores, sino con la filosofía, entendida como la victoria de la razón sobre la superstición. La filosofía, a su vez, es purificada y elevada por la fe.
–¿Qué consejos daría al lector de la encíclica?
–Padre Villagrasa: Si es un especialista, que profundice en el pensamiento de Joseph Ratzinger para desentrañar la riqueza y originalidad que tiene esta encíclica; que no se fije sólo en su contenido, lo que dice, sino en la forma con que está elaborada. Es un ejemplo de aplicación del diálogo fe y razón delineado en la encíclica «Fides et Ratio» de Juan Pablo II. Hay también aportaciones muy valiosas para el tema de la genuina laicidad. Este y otros temas, pensados desde el centro del cristianismo que es el encuentro personal con Cristo y la caridad, adquieren una luz particular.
–¿Y al lector común?
–Padre Villagrasa: Por la riqueza de textos bíblicos y, salvando la analogía, recomendaría la aplicación de los pasos de la «lectio divina»: lectura, meditación, oración, contemplación y acción. La lectura inicial reposada permite captar, sin mucha dificultad, la intención del Santo Padre, las ideas principales. Darle vueltas a esas verdades en la meditación para profundizar en el misterio de la existencia cristiana y en las aplicaciones que se derivan. La meditación avivará la conciencia de que la caridad cristiana es un don de Dios que hay que pedir a Dios. En esta oración Dios puede conceder la gracia de comprender y contemplar algo de su grandeza y bondad. Como repite el Papa en esta encíclica: de esta contemplación brotará un auténtico compromiso de acción caritativa, que no es ya un mandato externo sino una exigencia interna del amor mismo. Sobre todo recomendaría leerla varias veces en su unidad.
–¿Cómo calificaría esta encíclica?
–Padre Villagrasa: Revol
ucionaria. Benedicto XVI en Colonia habló a los jóvenes de una revolución. La revolución de Dios es el amor; sólo una gran explosión de bien puede vencer al mal y transformar al hombre y al mundo. Sólo Dios y su amor transforman al mundo. Pero esta revolución divina pasa por la colaboración humana, también por la colaboración asociada e institucional. De ahí la importancia de que las asociaciones caritativas tengan las características que el Papa indica en la segunda parte de la encíclica. Si el cristiano vive el amor prenderá con este fuego al mundo.