El Papa pide mostrar a los jóvenes que el cristianismo no pone obstáculos al amor

Al inaugurar el congreso eclesial de la diócesis de Roma sobre la transmisión de la fe

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 6 junio 2006 (ZENIT.org).- Para transmitir la fe a las nuevas generaciones, Benedicto XVI considera que la Iglesia debe mostrar a los jóvenes que el cristianismo no pone obstáculos a la alegría del amor.

Así lo constató el pontífice en la tarde de este lunes al inaugurar el Congreso eclesial de la diócesis de Roma, que se celebra del 5 al 8 de junio, sobre el tema: «La alegría de la fe y la educación de las nuevas generaciones».

El encuentro, de tres días de duración, tiene por objetivo preparar la elaboración del programa pastoral del próximo año de la diócesis del Papa, cuyo vicario es el cardenal Camillo Ruini.

El lugar del encuentro fue precisamente la catedral de la diócesis de Roma, la basílica de San Juan de Letrán, y el pontífice se dirigió a los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que participan en el Congreso sentado, detrás de una mesa de madera, como hacía en los años en los que era profesor de teología.

«Quien sabe que es amado se siente a su vez solicitado a amar. Precisamente de este modo el Señor, que nos ha amado antes, nos pide que pongamos en el centro de nuestra vida el amor por Él y por los hombres que Él ha amado», dijo explicando el sentido de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones.

«Especialmente los adolescentes y los jóvenes, que experimentan con fuerza dentro de sí la llamada del amor, tienen necesidad de ser liberados del difundido prejuicio, según el cual, el cristianismo, con sus mandamientos y prohibiciones, pone demasiados obstáculos a la alegría del amor».

Así se explica, constató, el que los jóvenes vean en la vida cristiana algo que les «impide experimentar esa felicidad que el hombre y la mujer encuentran en su amor recíproco».

«La fe y la ética cristiana no quieren sofocar, sino hacer sano, fuerte y realmente libre el amor: precisamente éste es el sentido de los Diez Mandamientos, que no son una serie de «noes» sino un gran «sí» al amor y a la vida», aseguró.

«El amor humano necesita ser purificado, madurar e ir más allá de sí mismo, para poder ser plenamente humano, para ser principio de una alegría verdadera y duradera, para responder a aquella exigencia de eternidad que lleva dentro de sí y a la que no puede renunciar sin traicionarse».

«Este es el motivo esencial por el que el amor entre el hombre y la mujer se realiza plenamente solo en el matrimonio».

En toda la obra educativa, explicó el Santo Padre, «en la formación del hombre y del cristiano, no debemos dejar a un lado la gran cuestión del amor por miedo o por respeto humano: si lo hiciéramos presentaremos un cristianismo desencarnado, que no puede interesar seriamente al joven que se abre a la vida».

«Pero tenemos que introducir también la dimensión integral del amor cristiano, en la que el amor por Dios y el amor por el hombre están indisolublemente unidos y donde el amor por el prójimo es un compromiso sumamente concreto», propuso.

El cardenal Ruini, que se encontraba sentado a la derecha del Papa durante su intervención, agradeció al pontífice su ministerio que confirma «nuestra confianza para poder responder a la llamada y a la voluntad del Señor».

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ZENIT Staff

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