ROMA, domingo, 11 junio 2006 (ZENIT.org).- «Los artistas y los santos son aquellos que ven donde nadie logra ver. Ven el mundo a través de una mirada de bondad y misericordia. Esta mirada tiene un nombre muy sencillo: se llama oración», afirma sor Maria Gloria Riva.

Con estas pocas palabras la religiosa de clausura de las adoratrices perpetuas del Santísimo Sacramento explica a Zenit el mensaje central de su último libro en italiano, recientemente presentado en Monza (Italia): «Frammenti di Bellezza - La preghiera nell’Arte e nella vita di Madre Maria Maddalena dell’Incarnazione» («Fragmentos de Belleza - La oración en el Arte y en la vida de Madre María Magdalena de la Encarnación»), de la editorial San Pablo.

De acuerdo con la religiosa, la atención y el estudio del arte clásico pueden ser instrumento de evangelización y la belleza, la búsqueda de la verdad y la justicia pueden hacer misionera la clausura.

--¿Cuál es el nexo que une a artistas y santos a la hora de ver y leer la fe?

--Sor Maria Gloria: Chaim Potok ofrece en una de sus novelas una imagen sugestiva para definir el ver de Dios. Afirma que mientras que el hombre ve el mundo fragmentado, porque ve entre un parpadeo y otro, Dios ve el mundo íntegro porque Él es el único que ve durante los parpadeos. Los santos y los artistas han sabido ver durante los parpadeos; por esto en sus fragmentos, es decir en su vida y sus obras, resplandece la belleza de un mundo íntegro.

El ver de la fe une a santos y artistas y es ver «el ya» en el «todavía no». Giotto expresa este «ver de la fe» en un fresco de la Capilla de los Scrovegni (comentado también en mi libro «Frammenti di bellezza»). Al describir el encuentro entre el Resucitado y la Magdalena, pinta curiosamente a Jesús al borde del fresco, como si quisiera remarcar su «otra» presencia, su ser «ya» con el Padre, aún estando «todavía» aquí entre nosotros. El ver de la fe ayuda a ir más allá del límite para ver la luz de un «ya» donde impera la oscuridad del «todavía no».

--¿Quién es sor María Magdalena de la Encarnación y cuál es su vínculo con la oración y el arte, objeto de su investigación?

--Sor Maria Gloria: La madre María Magdalena hizo de este «ver de la fe» un carisma. La mirada de la fe fue fundamental para ella, también para la época en la que vivió. Ella, citando el prefacio de Navidad, afirmaba que, con la encarnación, una nueva luz de la divina belleza apareció ante nuestras mentes y por tanto ahora nos es posible, gracias a la mirada de la fe, ver en lo visible lo invisible de Dios. En lo visible del sacramento nos es posible contemplar un rayo de la divina belleza.

La madre María Magdalena de la Encarnación nació en un tiempo de transición, como el nuestro. Entre finales de 1700 y principios de 1800; el «Antiguo Régimen», aunque con innegables valores, manifestaba su fin, mientras que el surgir de la nueva economía, de la modernidad, sucedía dentro de un panorama oscurecido por nubes amenazadoras. Ella, joven novicia, recibió de Dios una misión sencilla y radical al mismo tiempo, tímida y absoluta a la vez: ir a la raíz de la fe para recuperar todo. Plantar una semilla en la tierra de la Iglesia, para hacer que todo volviera a florecer. Esta raíz es la Eucaristía. Esta semilla es la oración de adoración.

El padre Andrea Martini, escultor franciscano, que llenó el mundo de oración y belleza mediante sus obras, describió así el espíritu y la personalidad de la madre María Magdalena de la Encarnación: un perfil bellísimo, aerodinámico, donde el bronce aparece ligerísimo y la figura de la madre se yergue desde la base despegando hacia el cielo como en vuelo.

El rostro y un brazo están vueltos hacia el Señor. Justo como la Magdalena de Giotto, toda inclinada hacia el «Rabbuni». Esta inclinación revela la actitud principal de la madre María Magdalena: estar con su Señor por todos y con todos. Y es este «con todos» lo que sorprende y llena de significado el gesto del otro brazo en el bronce de Martini. El brazo izquierdo está vuelto hacia la gente, hacia los fieles e infieles, los santos y los pecadores, los cristianos y los adeptos de otras religiones. Todos debían estar allí, con ella, para reencontrar en la adoración a la Eucaristía las raíces de la existencia.

--Frente a las amenazas del terrorismo y la crisis moral que afecta a gran parte del mundo occidental, se nota una gran demanda de vuelta a los clásicos y a las raíces cristianas. Cada vez más personas buscan lo bello, lo justo y lo verdadero, bases del humanismo cristiano. En su opinión, ¿es posible desarrollar una pastoral de la belleza que una fe y arte y que dé forma y fundamento a estas demandas?

--Sor Maria Gloria: Es indispensable volver a dominar nuestro patrimonio artístico que nos rodea. El artista, también el más laico y especialmente el artista que produce arte religioso, saca su inspiración de un patrimonio de fe que le envuelve y le supera. Ejemplo típico podría ser Salvador Dalí, quien en un periodo de su vida estuvo sinceramente atraído por la mística y produjo algunas crucifixiones sugerentes. Una de éstas es examinada en mi libro. Se trata del «Corpus hypercubus» del Museo Metropolitano de Nueva York.

Cristo está sobre la cruz bellísimo y sin barba, como una estatua griega. Su cuerpo tenso por el sufrimiento no muestra sin embargo signos de sufrir. Cristo está fijado a la cruz no mediante clavos sino por la fuerza del amor. Su desnudez purísima contrasta con los suntuosos vestidos de la mujer que permanece estática en contemplación bajo la cruz. Él, con la desnudez de su inocencia ha revestido de gracia a toda la humanidad. Él, con la fuerza de su amor, ha llenado de sentido nuestro sufrimiento, con demasiada frecuencia fruto del odio y de la injusticia.

Así, también el extravagante e histriónico Dalí, bajo la presión del impacto provocado por el estallido de la bomba atómica en Hiroshima, mojó su pincel en la sabiduría de los místicos cristianos, como su gran compatriota san Juan de la Cruz. Y, aún en una producción tal vez desacralizadora, ha podido transmitirnos algunas obras de altísimo valor religioso y humano.

Por tanto, no sólo es posible sino necesario. Es un deber roturar la enorme producción también de artistas y pensadores laicos para desenterrar aquellos valores eternos mediados por la gran tradición judeocristiana.

--El aumento de las vocaciones a las órdenes monásticas de clausura, ¿es quizá una señal de una nueva primavera para la Iglesia? ¿Cuáles son las formas misioneras que también las órdenes de clausura podrían desarrollar?

--Sor Maria Gloria: Las vocaciones en la Iglesia responden siempre a una necesidad que sufre el mundo y la misma Iglesia. Hoy, indudablemente, se ha producido, al menos en Europa, una notable pérdida del sentido religioso. Nuestras ciudades caóticas y las costumbres hacia las que empujan a los jóvenes los medios de comunicación, están llenas de ruido. El pluralismo ideológico vaciado de valores ha llevado gradualmente al relativismo, por lo que se nota cada vez con más fuerza la necesidad de absoluto, de silencio, de encontrar a Dios. Quien por gracia realiza este encuentro no puede dejar de notar el deseo de hacer de ello el estatus de la propia vida. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo?

Las numerosas llamadas a la vida contemplativa son una invitación al hombre postmoderno a no perderse a sí mismo, en nombre de una economía o de una malentendida libertad o, peor, en nombre de una presunta emancipación. La veracidad de esta afirmación está en el hecho de que son cada vez más numerosos los laicos que, aún habiendo recibido una vocación diferen te, permaneciendo en el mundo, a menudo con encargos importantes en la sociedad, advierten el deseo de encontrar espacios de silencio y soledad para poder afrontar luego, con más lucidez, los desafíos y sus compromisos. Por eso muchas veces llaman a las puertas de los monasterios, de las abadías y de aquellos conventos que se abren a alguna forma de hospitalidad.

La misión de los monasterios se inscribe justo aquí, no ciertamente en perder la propia identidad para salir al encuentro de un mundo que manifiesta cada vez más necesidades y malestares, sino en abrir a este mundo algún espacio de interioridad, comunicar algo de la propia experiencia de Dios, en resumen, para decirlo con santo Tomás, «contemplata aliis tradere»: hacer partícipes a los otros de las cosas contempladas.

Esto puede darse a varios niveles y de varias formas. Mediante la acogida, jornadas enteras de retiro o en momentos de oración, u ofreciendo, mediante una presencia discreta, pero cualificada, en los medios de comunicación, «otra» lectura de la realidad. Uno de los papeles más profundos del contemplativo es el de aprender a leer la historia con los ojos de Dios. Esta «otra» lectura, en mi caso no sólo de la historia de una santa, sino del arte, es lo que ofrezco en mi libro y en diversos artículos publicados en el sitio CulturaCattolica.it .

Nuestra especial experiencia monástica, que se consuma no por casualidad en el corazón de las ciudades, nos lleva a ofrecer a los laicos la posibilidad de detenerse en adoración y experimentar en su vida que, fijando la mirada en aquella raíz de la Iglesia que es la Eucaristía, el relativismo puede vencerse y los valores cristianos pueden volver a brillar en la vida, ofreciendo respuestas a los desafíos éticos u otros que hoy la sociedad plantea continuamente.

El alcance misionero de esta acogida ha sido tal que ha nacido un grupo de laicos asociados a nuestro carisma, los adoradores misioneros de la Unidad. También su sitio www.beth-or.org es, para nosotros claustrales, un instrumento para contribuir a la educación del pueblo en la fe, la oración y la belleza de la misión.