CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 6 octubre 2008 (ZENIT.org).- La Iglesia y el Estado están “dispuestos a cooperar” para “promover y servir al bien integral de la persona humana”, afirmó Benedicto XVI este 4 de octubre en el Palacio del Quirinal, al realizar una visita oficial al presidente de la República Italiana Giorgio Napolitano.

El Papa llegó acompañado de numerosas personalidades, entre ellos los cardenales Tarcisio Bertone, secretario de Estado; Giovanni Lajolo, presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano; Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana; Agostino Vallini, vicario general para la Diócesis de Roma y los monseñores Fernando Filoni, sustituto de la Secretaría de Estado y Giuseppe Bertello, nuncio apostólico en Italia.

La visita, explicó Benedicto XVI, “no es sólo un acto que se inscribe en el contexto de las múltilples relaciones entre la Santa Sede e Italia sino que asume, podríamos decir, un valor mucho más profundo y simbólico”.

Tras momentos de tensión como la llamada “cuestión romana” –resuelta con la firma de los Pactos de Letrán el 11 de febrero de 1929--, añadió el Papa, se puede hoy “afirmar con satisfacción que en la ciudad de Roma conviven pacíficamente y colaboran fructíferamente el Estado Italiano y la Sede Apostólica”.

Esta visita quiere por tanto “confirmar que el Quirinal y el Vaticano no son colinas que se ignoran o se enfrentan rencorosamente; son más bien lugares que simbolizan el respeto mutuo de la soberanía del Estado y la Iglesia, prontos a cooperar para promover y servir al bien integral de la persona humana y al pacífico desarrollo de la convivencia social”.

Todo esto es “una positiva realidad verificable casi cotidianamente a diversos niveles, y a la que también otros estados pueden mirar para extraer útiles enseñanzas”.

Benedicto XVI recordó que la fecha de su visita coincide con la memoria de san Francisco, cuya elección como patrono de Italia deriva “de la profunda correspondencia entre la personalidad y la acción del Pobrecillo de Asís y la noble Nación italiana”.

Como subrayó Juan Pablo II en su visita al Quirinal del 4 de octubre de 1985, “dificilmente se podría encontrar otra figura que encarne en sí en modo tan rico y armonioso las características propias del genio itálico”.

“En este Santo, cuya figura atrae a creyentes y no creyentes, podemos entrever la imagen de aquella que es la perenne misión de la Iglesia”, es decir “proponer a todos el mensaje de salvación del Evangelio” y “contribuir a la edificación de una sociedad fundada en la verdad y la libertad, el respeto a la vida y la dignidad humana, la justicia y la solidaridad internacional”, afirmó Benedicto XVI.

La Iglesia, añadió, contribuye a la edificación de la sociedad “en manera pluriforme, siendo un cuerpo con muchos miembros, una realidad al mismo tiempo espiritual y visible, en la que los miembros tienen vocaciones, tareas y papeles diversificados”.

“Especial responsabilidad” se reserva a las nuevas generaciones, considerando que emerge “con urgencia” el problema de la educación, “clave indispensable para consentir el acceso a un futuro inspirado en los perennes valores del humanismo cristiano”.

“Sólo un serio empeño educativo permitirá construir una sociedad firmemente unida, realmente animada por el sentido de la legalidad”, declaró.

El Papa además expresó su esperanza en que “las comunidades cristianas y las múltiples realidades eclesiales italianas sepan formar a las personas, de modo especial los jóvenes, también como ciudadanos responsables y empeñados en la vida civil”, “prestando especial atención a los pobres y los marginados, los jóvenes en búsqueda de ocupación y quien está sin trabajo, las familias y los ancianos que con fatiga y empeño han construido nuestro presente y merecen por esto la gratitud de todos”.

Del mismo modo, expresó el deseo de que la aportación de la comunidad católica “sea acogida por todos con el mismo espíritu de disponibilidad con el que viene ofrecida”.

“No hay razón para temer una prevaricación en perjuicio de la libertad por parte de la Iglesia y de sus miembros, los cuales por otra parte esperan que les sea reconocida la libertad de no traicionar a la propia conciencia iluminada por el Evangelio”, afirmó.

“Esto será todavía más fácil si nunca se olvida que todos los componentes de la sociedad deben empeñarse, con respeto recíproco, en conseguir en la comunidad aquél verdadero bien del hombre del que los corazones y las mentes de la gente italiana, nutridos por veinte siglos de cultura impregnada de Cristianismo, son muy conscientes”.

El coloquio entre el papa Benedicto y el presidente Napolitano duró unos treinta minutos. Al final, el pontífice se trasladó a la capilla de la Anunciación, donde se arrodilló en adoración ante el Santísimo Sacramento. Benedicto XVI y el Presidente intercambiaron los tradicionales regalos en ocasiones como esta.

Traducido del italiano por Nieves San Martín