Historia de Santa María de la Almudayna
MADRID, viernes 9 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Hay leyendas en torno al origen de la imagen de la Virgen, que llegaría a llamarse con el tiempo Santa María la Real de la Almudena. En España y concretamente en Madrid, dichas tradiciones se remontan a la época visigoda, que es cuando las leyendas toman cuerpo y se hacen consistentes.
Lo que si es cierto y probado es que en el pequeño villorrio visigótico, que luego habría de ser capital de España, se veneró desde entonces como patrona aquella única imagen de la Madre de Dios que poseían y a la que dieron como primer nombre el de: “La Virgen de la Villa”. Madrid era, como diría alguien, antes de ser capital del reino, “un poblachón manchego”.
Después, y al estar enclavada la primera iglesia en la que se le dio culto, en la Vega –hoy Cuesta de la Vega–, se la llamaría «Santa María de la Vega» y también «La Concepción Admirable».
A principio del siglo VIII, ante la inminencia de la invasión sarracena de los años 711 a 714, los cristianos de la villa, para evitar la profanación de la imagen, escondieron a la Señora en un cubo de la muralla romana; sobre la cual los árabes construyeron su ciudadela. En su ingenuidad y en un alarde de amor, los vecinos ocultaron con la imagen dos velas encendidas tras la tapia de cal y canto.
Hacia 916 el templo de Santa María (ubicado en lo que ahora es calle Mayor esquina con Bailén) fue convertido en mezquita por los árabes.
Pasaron más de 370 años. Y en 1083, siendo pontífice Gregorio VII, al conquistar Magerit el rey Alfonso VI, oyó de labios de sus nuevos súbditos la historia de la Virgen. Y supo que los habitantes de la villa estaban buscando en vano la imagen escondida. Hizo entonces un voto: si conseguía conquistar Toledo, volvería a Magerit y buscaría a la imagen perdida hasta encontrarla
Mientras, es tradición que mandó pintar sobre el muro principal, en el interior de la antigua mezquita que previamente había sido purificada, una imagen de la Madre de Dios, a fin de que se le pudiera dar culto en tanto aparecía «Santa María de la Vega».
Dicen que el artista se inspiró para ello en los rasgos de la reina Constanza de Borgoña, esposa del rey Alfonso VI e hija del rey de Francia. Por cuyo motivo la imagen (que hoy se ofrece al culto en la cripta de la Almudena), tiene en su mano una flor de lis. Flor que le ha adjudicado, naturalmente, el nombre por el que también se la conoce: “Nuestra Señora de la Flor de Lis”.
El fresco mural representando a la Virgen de la Flor de Lis, apareció en 1623 tapado por unos tablones, en el nicho del altar mayor de la antigua iglesia de Santa María.
Aunque algunos sostienen que la mandó pintar Alfonso VI en el siglo XI para sustituir a la enterrada en el muro que tanto tardó en aparecer, la mayoría de los entendidos piensa que la pintura no es anterior a los siglos XIII o XIV. Posiblemente sustituyó a la imagen primitiva que, según la tradición se quemó en tiempos de Enrique IV (1425-1474). Se ignora durante cuánto tiempo recibió culto. En un momento dado, fue tapiada y sustituida por la actual Virgen de la Almudena, perdiéndose su recuerdo hasta que apareció en 1623. En 1638 se arrancó el bloque de yeso de 10 centímetros de espesor sobre el que está pintada la imagen y se trasladó a otro lugar de la iglesia. En 1868, cuando se derribó la iglesia de Santa María, pasó a la del Santísimo Sacramento y desde allí definitivamente a la cripta donde hoy se venera.
Conquistado Toledo el 6 de mayo de 1085, Alfonso VI, que llevaba en su pecho una medalla con la imagen de Santa María, regresa a Magerit dispuesto a cumplir su promesa. Agota todos los medios de búsqueda a su alcance, y entonces decide recurrir a la plegaria.
Se convoca una magna procesión encabezada por él mismo, rey de Castilla y de León, acompañado por el arzobispo de Toledo fray Bernardo de Agen, antiguo abad de Sahagún, y a la que asisten todos: nobleza, entre quienes destaca el Cid Campeador, clero, ejército y pueblo.
La procesión transcurre en torno a la Almudayna o fortaleza amurallada de Madrid; al llegar junto al cubo de la muralla cercano a la Almudayna o Alcazaba, unas piedras se derrumban y en el hueco se puede observar la imagen de la Virgen con los dos cirios encendidos hacía más de tres siglos. Era el 9 de noviembre de 1085.
La imagen de la Virgen aparecida será entronizada por el arzobispo de Toledo con todos los honores en el altar mayor de la recién cristianizada mezquita. Pero ya no es «Santa María de la Vega». El pueblo le ha adjudicado el nombre del lugar donde apareció y surge «Santa María de la Almudena». Alfonso VI le añade la realeza. Desde entonces, la imagen se conocerá con el nombre de Santa María la Real de la Almudena y a partir de ser entronizada en su nuevo altar se convierte en la patrona de Madrid, por voluntad de su pueblo y de su rey Felipe IV.