Los intereses nacionales prevalecen en la Conferencia mundial sobre racismo

Concluye con prórroga la cumbre celebrada en Sudáfrica

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DURBAN, 9 septiembre 2001 (ZENIT.org).- La Conferencia mundial de las Naciones Unidas en Durban (Sudáfrica) comenzó el 31 de agosto presentándose como la mayor cumbre de la historia contra el racismo; concluyó un día después de lo previsto, el 8 de septiembre, con documentos de compromiso que buscan principalmente garantizar los intereses nacionales de los 160 países participantes.

El representante de la Santa Sede en la Conferencia, el arzobispo Diarmuid Martin, confiesa que muchos diplomáticos le habían manifestado en privado durante el encuentro plena sintonía con las propuestas presentadas por la Iglesia católica; pero al intervenir ante la asamblea presentaron posiciones diferentes en virtud de las indicaciones indicadas por sus respectivos países.

«Al final cada Estado ha venido aquí a Durban tratando de defender sus propios intereses», afirma el observador permanente de la Santa Sede ante la sede de las Naciones Unidas en Ginebra, en declaraciones publicadas este domingo por el diario italiano Avvenire.

La Conferencia concluyó tras mil negociaciones, que en muchas ocasiones parecían acabar en un fracaso total, adoptando dos documentos: una declaración de principios y un plan de acción para combatir la discriminación.

Oriente Medio
Una de las pruebas más evidentes de los intereses nacionales que han caracterizado el encuentro ha sido la acalorada discusión sobre el conflicto en Oriente Medio que llevó a Estados Unidos e Israel a abandonar el 3 de septiembre el encuentro.

Incluso a última hora, Siria, pidió incluir en el documento final del encuentro la petición de acusar a Israel de racismo. El documento final, sin embargo, evita condenar a Israel por su política palestina, tal y como pretendían los países árabes, e insta específicamente a no olvidar el Holocausto del pueblo judío.

«Reconocemos el derecho inalienable del pueblo palestino a su autodeterminación y a establecer un estado independiente, así como reconocemos el derecho a la seguridad de todos los países de la región, incluyendo a Israel», afirma el texto de la declaración.

Canadá, Australia, Siria, Irán y otros países expresaron profundas reservas sobre estos enunciados del texto de la declaración.

Esclavitud e indemnizaciones
El compromiso sobre la esclavitud, alcanzado a última hora, fue el que más dolores de cabeza dio a los diplomáticos, enfrentando a países europeos y africanos.

El documento final reconoce «que la esclavitud es un crimen contra la humanidad y debió ser siempre reconocido como tal». Ahora bien, los Estados de la Unión Europea se negaron a incluir una petición de perdón (en el documento redactado en inglés no aparece el término «apology», sino el de simple «regret»).

Por lo que se refiere a la cuestión de la indemnización a los países africanos por la esclavitud, los representantes de ese continente renunciaron a su pretensión a cambio del compromiso de los países industrializados a destinar recursos más importantes al desarrollo económico y social de África.

La Santa Sede había propuesto, sin entrar en fórmulas concretas, que los países que se aprovecharon de la esclavitud repararan con gestos significativos estos crímenes, como un medio eficaz de purificación de la memoria y de nuevas relaciones con los países víctimas.

La propuesta, obviamente, exigía el paso que dio Juan Pablo II de pedir perdón públicamente por las culpas de los hijos de la Iglesia en esta cuestión, un paso que no se han atrevido a dar las naciones europeas, en particular Gran Bretaña, España, Portugal y Holanda. Una posición similar a la de estos países había sido adoptada por Estados Unidos antes de su retiro.

India y la cuestión de los «intocables»
Un ejemplo evidente de la primacía de los intereses nacionales por encima del argumento de la Conferencia –racismo, xenofobia, intolerancia..– lo ofreció India al lograr que los documentos finales no afrontaran la cuestión de las castas inferiores de esa sociedad, como los intocables o «dalits», flagrante violación de los derechos humanos.

Para ello, hizo valer todo su peso como uno de los líderes del bloque de los «No alineados». En este sentido, se ganó incluso el apoyo de Fidel Castro en esta cuestión en contradicción abierta de la encendida arenga que el líder cubano pronunció ante la asamblea.

Riccardo Cascioli, quien ha cubierto informativamente para Radio Vaticano la Conferencia, comenta: «En la práctica, cada una de las delegaciones trataba de confesar los pecados del vecino, en lugar de los propios. El espectáculo no ha sido de lo más edificante».

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ZENIT Staff

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