El camino a la paz pasa por formar la conciencia de los sudaneses

Entrevista con el presidente de la Conferencia Episcopal de Sudán

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JUBA, 2 septiembre 2003 (ZENIT.org).- El obispo de Juba (sur de Sudán) desde hace dos décadas, monseñor Paulino Lukudu Loro, ha advertido de la importancia de garantizar la libertad de expresión para formar la conciencia de los sudaneses como un paso más para alcanzar la paz en el país.

El gobierno sudanés y el «Ejército de Liberación Popular de Sudán» (SPLA) están enzarzados en un conflicto armado desde 1983, fecha en que el ex presidente Gaafar Nimeiry instauró la «sharia» (ley islámica). En 1989 se impulsó el proceso de islamización forzada entre las poblaciones del sur, que en su mayoría son cristianas o animistas.

En esta entrevista concedida a la agencia misionera Misna, el prelado describe la realidad de Sudán, denuncia la falta de una voluntad y una cultura de paz y deplora «el islam fanático que usa al sur del país como puerta de entrada del África negra»

–La guerra empezó en 1983; han pasado veinte años. En las últimas semanas parecía cercana la firma de un acuerdo de paz en las conversaciones de Kenia, pero se ha pospuesto todo por enésima vez. ¿Por qué el gobierno de Jartum y los rebeldes del SPLA no se ponen de acuerdo?

–Monseñor Lukudu: Los dos han declarado muchas veces su deseo de alcanzar un acuerdo, pero falta la intención de llevar a cabo un paz verdadera, tanto por parte de las autoridades como de los rebeldes. Nuestro país tiene una historia compleja que demuestra las claras diferencias entre el norte y el sur, entre la parte árabe de Sudán, musulmana, y aquella africana, de preponderancia cristiana. Pero no significa que ésta sea una guerra de religión; es reducir demasiado. Se trata en cambio de un conflicto integral con causas religiosas, políticas, económicas, culturales, al que se añade el deseo de independencia del sur. Esta separación entre las dos zonas se remonta a la presencia de los ingleses, quienes quisieron diferenciar el norte árabe del sur africano.

Ahora es necesario mirar adelante: ya se habla del «Nuevo Sudán»; es tiempo de afrontar las injusticias que esta división ha provocado en los años. Sudán ha llegado a un punto de inflexión de su historia tras este largo conflicto. El pueblo del sur de Sudán, en cualquier caso, quiere seguir siendo él mismo: he nacido africano, negro, y así quiero continuar entre mi gente.

–¿Por qué? ¿Existe tal vez el riesgo de una «conversión forzada de los cristianos»?

–Monseñor Lukudu: La penetración del islam en África no es una novedad ni constituye en sí un problema. La cuestión es: ¿con qué medios? O más aún: ¿qué islam? El régimen de Jartum se viste de un islam a su gusto, pero cambia las características. Muchos musulmanes lo han percibido y expresan su descontento contra el gobierno del presidente Omer el Beshir. Igualmente, un gran número de imanes no están de acuerdo con los hombres del régimen, que han dado a este islam un rostro de corrupción y de lucha por el poder. El mundo árabe sudanés sabe bien que los musulmanes no son todos así. Incluso en el gobierno hay personas que comprenden perfectamente este aspecto. Pero son una minoría, mientras parece prevalecer un fanatismo que avanza cada vez más hacia el sur.

–¿Qué consecuencias provoca todo ello?

–Monseñor Lukudu: Basta con un ejemplo: el concepto de «derechos humanos». Cuando la Iglesia o las organizaciones locales ponen sobre la mesa este tema, Jartum cree que se trata de derechos «cristianos», nacidos en Europa o en los Estados Unidos. No creen que los «derechos humanos» pertenezcan a todos indistintamente. Y por ello no los aplican. Este es el islam fanático que nos preocupa y que quiere pasar del sur de Sudán como puerta de acceso al resto de África.

–Pero el sur del Sudán, además de frontera del «África negra», es también rico en «oro negro». ¿Qué papel tiene el petróleo en este conflicto?

–Monseñor Lukudu: Se trata de un factor relativamente reciente. Los yacimientos se encuentran en el sur y, por lo tanto, su control debería corresponder a esta parte de Sudán. Como líder religioso debo afirmar que si el petróleo es un bien precioso, debe ser empleado para elevar la vida de todos los sudaneses y sacarles de la miseria en la que se encuentran desde hace años. Todos hemos contribuido a destruir esta tierra: ahora es momento de que todo el pueblo participe en su reconstrucción.

–Ha citado en varias ocasiones al «pueblo». ¿Existe una auténtica identidad nacional de Sudán, donde dentro de seis años tendrá lugar un referéndum que podría confirmar la independencia del sur?

–Monseñor Lukudu: Como presidente de la Conferencia Episcopal de Sudán, que está organizada en dos grupos según la pertenencia territorial de las diócesis a los territorios bajo el control del gobierno o a aquellos en manos de los rebeldes, afirmo que nosotros estamos por el hombre: el hombre en Sudán está desesperado. Es esta percepción la que nos reúne. Junto a todos los obispos del país, estoy buscando crear las condiciones para vivir adecuadamente este momento histórico: el pueblo del norte y del sur de Sudán debe tener la posibilidad de elegir libremente su propio futuro.

–¿De qué forma?

–Monseñor Lukudu: En este momento no existe libertad de expresión: nadie puede manifestar libremente su propio parecer, tanto en Jartum como en el sur. El primer objetivo es crear una opinión pública autónoma. Sólo garantizando esta libertad, primaria e indispensable, será posible formar la conciencia del pueblo.

–Actualmente no sólo falta la posibilidad de expresar la propia opinión en su país, sino que gran parte de la población está a oscuras respecto a lo que le afecta directamente: las conversaciones de paz en curso desde hace más de un año, a intervalos, en Kenia…

–Monseñor Lukudu: La gente no es informada lo suficiente: al norte recibe noticias manipuladas; al sur ni siquiera se habla. Los sudaneses tienen la sensación de que este proceso de paz lleva sólo a un pacto entre dos dictadores: el presidente el Beshir, por un lado, y el líder del SPLA, John Garng, por otro.

–¿Y el pueblo?

–Monseñor Lukudu: Está completamente excluido.

–¿Y la Iglesia?

–Monseñor Lukudu: Pide el diálogo, pide que se vuelva a hablar y que ésta sea verdaderamente una paz «de la gente». Los sudaneses son los únicos propietarios de esta paz. Los rebeldes tienen que informar a la población del sur de cuanto ocurre en las conversaciones del paz. En cambio, Garang excluye tanto a la gente como a los políticos del sur de Sudán. Advierto: existe el riesgo de que se abra un frente «interno» en el sur, porque existen grupos de milicianos que combaten cerca del gobierno y que el jefe del SPLA no toma en consideración. En meses pasados ha fracasado el denominado «South-South dialogue», esto es, el esfuerzo de encontrar una postura común entre los distintos componentes del sur de Sudán. La Iglesia lo había alentado y ahora, como obispos, vemos el peligro de una fisura que podría hacer estallar un enfrentamiento armado entre grupos de base tribal: Garang es un «Dinka», y no es bien aceptado por el resto de los componentes.

–En unas semanas, el Papa proclamará santo al beato Daniel Comboni, quien dedicó toda su existencia a «salvar África con África». El 2003, ¿será el año del «milagro» de la paz en Sudán?

–Monseñor Lukudu: Toda la vida de Comboni fue un «milagro». Su sueño era realizar una «Iglesia africana»: esto, en el tercer milenio, está tomando forma. Quiero subrayar que quien se benefició del milagro de Comboni es una musulmana: representa un signo de Dios y nos da fuerza a los sudaneses, a la Iglesia en este país, a los combonianos y al Papa par
a tener esperanza en que la paz es posible.

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ZENIT Staff

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