El divorcio y sus efectos en los niños

Recientes trabajos confirman los efectos adversos del divorcio en los niños. Un estudio hecho público este mes por un centro privado de
Estados Unidos, el «National Bureau of Economic Research» (NBER), examina la situación de los niños que crecen en estados donde es más fácil conseguir el divorcio.

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En «Is Making Divorce Easier Bad for Children? The Long Run
Implications of
Unilateral Divorce», Jonathan Gruber observa que en la mayoría de los
estados norteamericanos ahora se permite el divorcio de forma unilateral:
uno de los cónyuges puede obtener el divorcio sin el consentimiento del
otro, basándose únicamente en la incompatibilidad matrimonial.

En el pasado las leyes estipulaban el divorcio sólo en casos
determinados,
tales como la infidelidad y el maltrato físico, y cuando había mutuo
acuerdo. Estas leyes antiguas a menudo eran vistas como una carga
financiera y emocional para las parejas en proceso de divorcio, lo que
condujo a la introducción del divorcio sin culpa a finales de los años 60 y
principio de los 70.

La fundación de investigación NBER indicaba que las normativas de
divorcio
unilateral han incrementado significativamente el índice de adultos en
proceso de divorcio, en un 11,6%, y de niños que viven con un padre
divorciado. De hecho, entre los niños, la probabilidad de vivir con una
madre divorciada era un 14,5% mayor que con las leyes anteriores y un
11,1%
mayor de vivir con el padre divorciado.

Gruber calculó el impacto de este divorcio más fácil sobre el bienestar de
los niños. Comparó las circunstancias de los adultos en el caso de niños
de
estados donde el divorcio unilateral era posible, respecto a niños que
vivían en estados donde éste no estaba permitido. Descubrió que la
situación de los niños que vivían allí donde es posible el divorcio sin
culpa era peor por varios motivos. Tienen una educación inferior, con un
especial aumento de la probabilidad de abandonar los estudios primarios o
secundarios. Asimismo viven en familias con bajos ingresos.

Los efectos sobre el matrimonio son especialmente interesantes. Los
chicos
que viven en estados donde el divorcio es más fácil es más probable que
se
casen antes, pero estos matrimonios prematuros terminan con mayor
frecuencia en separación.

Gruber concluyó que hay dos factores principales del divorcio sin culpa
que
afectan a los niños: un aumento de la probabilidad de que un niño viva en
una familia de divorciados, y un cambio en el poder de negociación de los
dos esposos, incluso en parejas que no se rompen. Liberado de la
obligación
de llegar a un acuerdo mutuo sobre si divorciarse o no, el progenitor que
desea acabar con el matrimonio puede emprender acciones que son más
beneficiosas para sí mismo y menos para el otro y para sus hijos.

Un millón de niños afectados al año

El «Washington Times», en un artículo publicado esta semana (20
febrero),
indicaba que un millón de niños y jóvenes en Estados Unidos se
convierten
en hijos de divorciados cada año, según el Centro Nacional de
Estadísticas
de la Salud.

El diario citaba al doctor Michael Katz, psicólogo clínico en Southfield,
Michigan, que ha trabajado con hijos de divorciados durante 30 años. Katz
comentaba que estos niños presentan regularmente cuatro conductas
negativas
típicas: mienten excesivamente, tienen un bajo nivel de aprendizaje, falta
de asunción de responsabilidad del propia comportamiento y dificultad de
concentración.

Mientras que muchos chicos, independientemente de su preparación
anterior,
pueden presentar estas conductas, el doctor Katz dijo que los hijos de
divorciados se resisten a muchas formas tradicionales de terapia y
disciplina familiar.

En cualquier caso, algunos arguyen que es mejor para los chicos que sus
padres se divorcien, de manera que puedan salir de un ambiente familiar
lleno de tensiones y conflictos. Pero otro estudio reciente rebate este
argumento.

Paul R. Amato –en un artículo titulado «What Children Learn From
Divorce»,
en «Population Today» (enero), publicación del «Population Research
Bureau»– afirmaba que aunque es bien conocido que aquellos que
experimentan un divorcio de los padres corren un riesgo elevado de que
sus
propios matrimonios fracasen, no se ha encontrado una explicación a este
comportamiento.

Con el fin de examinar el asunto, Amato y otros investigadores han
realizado un estudio, iniciado en 1980, basado en una muestra de 2.034
personas casadas. Se analizaron los casos de 335 hijos ya adultos,
casados
por primera vez. 68 de estos hijos habían sufrido un divorcio de los
padres. Otros 75 hijos adultos habían experimentado altos niveles de
discordia matrimonial en su niñez, pero no habían tenido la experiencia de
un divorcio de los padres. Estas personas fueron comparadas con 192
hijos
adultos que no habían experimentado ni un divorcio de los padres, ni altos
niveles de discordia mientras sus padres estaban casados. De los 335
hijos
adultos que se habían casado, 66 se divorciaron antes de 1997.

Los resultados muestran que la intención de divorciarse entre los hijos
adultos era elevada en los casos en el que los padres habían tenido un
matrimonio discordante o que finalizó en divorcio. El índice de divorcio
actual entre los hijos adultos, en cualquier caso, se elevaba solamente si
los padres se habían divorciado.

El artículo termina observando que la investigación sugiere que es la
actual finalización del matrimonio, más que las difíciles relaciones
familiares que preceden a la disolución matrimonial, la que afecta a la
estabilidad matrimonial posterior de los hijos, y que su transmisión se
produce principalmente porque se socava la capacidad de los hijos a
comprometerse a una permanencia matrimonial.

Declaración sobre el matrimonio

Ante la creciente evidencia que muestra los efectos perjudiciales del
divorcio, líderes religiosos en Estados Unidos emitieron una declaración
conjunta sobre el matrimonio el pasado mes de noviembre. El documento
«A
Christian Declaration on Marriage», fue firmado por el obispo Anthony
O’Connell, presidente de la Comisión de Matrimonio y Vida Familiar de la
Conferencia Episcopal Católica de Estados Unidos; Richard Land,
presidente
de la Comisión de Etica y Libertad Religiosa de la Convención Baptista del
Sur; Robert Edgar, secretario general del Consejo Nacional de las Iglesias
de Cristo; y el obispo Kevin Mannoia, presidente de la Asociación
Nacional
de los Evangélicos.

La declaración afirma que «creemos que el matrimonio es la santa unión
de
un hombre y una mujer en la que ellos se comprometen, con la ayuda de
Dios,
a construir una amorosa, entregada, y fiel relación que durará toda la
vida».

También afirman que «parejas, iglesias y toda la sociedad tienen interés
en
el bienestar de los matrimonios. Cada uno, por lo tanto, tiene sus propias
obligaciones en la preparación, fortalecimiento, apoyo y reanudación de
los
matrimonios».

Estos líderes indicaban que las tres cuartas partes de los matrimonios en
Estados Unidos son celebrados por el clero. Por lo tanto, las iglesias
están en una posición privilegiada para pedir un compromiso más fuerte en
la unión matrimonial, y también están en disposición de proporcionar
«ministros que tengan experiencia y puedan influir para dar marcha atrás
al
curso de la cultura actual».

Sin embargo, este esfuerzo ecuménico en la promoción del matrimonio se
estropeó por el anuncio, hecho poco después de la publicación del
documento, de que Robert Edgar, secretario general del Consejo Nacional
de
las Iglesias, retiraría su firma. Según informaba Associated Press (17
noviembre), Edgar tomó esta decisión porque pensó que el documento
podría
ser
interpretado como un ataque a las parejas homosexuales.

Según AP, las iglesias miembros del Consejo Nacional de las Iglesias se
encontraban divididas sobre el tema de los matrimonios del mismo sexo y
la
homosexualidad, y el consejo no tenía una postura oficial sobre ello. Pero
el consejo apoya los derechos civiles para homosexuales, lesbianas,
bisexuales y transexuales.

Si ni siquiera las Iglesias cristianas pueden unirse en la defensa del
matrimonio, no nos puede sorprender que la sociedad secular y la cultura
contemporánea sean hostiles a la familia tradicional. Es de esperar que la
continuación de los estudios de los investigadores convenzan finalmente a
la opinión pública del poder destructivo del divorcio y ésto lleve a un
cambio de las leyes actuales.
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Contenido provisto por SEMANA INTERNACIONAL
(c) Innovative Media, Inc.

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ZENIT Staff

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