ROMA, 31 oct (ZENIT.org).- En un mundo que parece marcado por las guerras, los atentados terroristas y los conflictos, festejar la fiesta de Todos los Santos podría parecer algo paradójico. Por este motivo, en vísperas de esta celebración, Zenit ha entrevistado al padre Paolo Molinari, teólogo asistente durante el Concilio Vaticano II y postulador durante décadas de numerosas causas de beatificación y canonización.

Juan XXIII le encargó que redactara un libro sobre el argumento que fue publicado el día antes de la apertura del Concilio.

«En este día de Todos los Santos --afirma el padre Molinari-- no sólo se presentan a la atención del mundo los santos canonizados, sino también todos aquellos, y ciertamente son muchos, que han vivido con fidelidad, entusiasmo y humildad su vida cristiana, según los valores del Evangelio, cumpliendo la voluntad del Padre: parejas de esposos, jóvenes llenos de vida y de valentía, niños despiertos y revoltosos, obreros, oficinistas, maestros, enfermeros, médicos... En definitiva, todos los que han vivido el compromiso del bautismo en todas las formas de vida».

«Hay muchas ideas equivocadas sobre la santidad --continúa explicando el postulador de la Congregación para las Causas de los Santos--. Se piensa que los santos son personas capaces de fenómenos extraordinarios: visiones, estigmas, levitación, etc. Pero la auténtica santidad consiste en el ejercicio constante, fiel y sereno de todas las obligaciones que cada uno tiene con Cristo, según su capacidad y según su condición de vida. Es decir, uno como el padre Pío hubiera sido beatificado aunque no hubiera tenido los estigmas».

Molinari cita en este sentido el caso de Pierre Toussaint, el primer hombre de color, nativo de Haití, que está a punto de ser beatificado, quien durante toda su vida fue barbero. «Se convirtió en el barbero más famoso de Nueva York --añade--, una vida ejemplar que dio todo lo que tenía en beneficencia. De hecho, murió pobre».

Para explicar lo que es la santidad el postulador recurre a uno de los modelos más claros de este siglo, la Madre Teresa de Calcuta, quien decía que era como un lápiz en las manos del Señor. «Otros han dicho que son espejos de la luz de Dios --añade--... Todos nos hablan con su vida del mismo Dios, de su bondad y reflejan en su pequeñez la experiencia de Cristo, quien al hacerse hombre, nos reveló la bondad, la misericordia, el amor que Dios siente por la humanidad que cae con frecuencia y que cree que no se merece nada».

«Desde este punto de vista, los santos son una prolongación de la humanidad de Jesús», concluye el padre Molinari. «Y Dios manifiesta a través de los santos su rostro, en ellos y a través de ellos nos habla».