5 mayo 2001 (ZENIT.org).- El pasado fin de semana, los ministros de Economía y gobernadores de los bancos centrales del Grupo de los siete países más industrializados (G-7) mantuvieron su habitual reunión de primavera en Washington. Entre los asuntos debatidos, estuvieron el libre mercado y las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC). En el comunicado final, los participantes afirmaron: «Apoyamos firmemente los esfuerzos de lanzamiento de una nueva ronda de conversaciones en la OMC a finales de este año, para reducir las barreras comerciales tanto en los países industrializados como en los que están en vías de desarrollo».
Según una información del «Wall Street Journal» (30 de abril), un alto funcionario del Banco Mundial dijo el pasado domingo que los países en desarrollo podrían obtener 200.000 millones de dólares más al año, para combatir la pobreza, si los países industrializados bajaran las barreras comerciales e incrementaran la ayuda exterior.
Nicholas Stern, economista-jefe del Banco, afirmó que si los países industrializados redujeran las barreras comerciales a los productos de los países en desarrollo, estos países podrían obtener 100.000 millones de dólares al año para ayudar a sus economías y mejorar los servicios sociales básicos.
La OMC ha convocado una reunión ministerial en Qatar para noviembre en un esfuerzo por obtener progresos en la próxima ronda de conversaciones sobre la reducción de tarifas, pero quedan muchos problemas por resolver. Según el «Financial Times» (27 de marzo), Mike Moore, director general de la OMC, afirma que se quiere tener acordado el 95% de la agenda de la reunión de Qatar ya a finales de julio. Pero los que se oponen a una nueva ronda de negociaciones no están todavía convencidos, y los países industrializados siguen aún divididos sobre la agenda.
El «Financial Times» informaba que muchos países entre los más pobres argumentan que los acuerdos de la Ronda de Uruguay de 1993 no lograron ofrecer los beneficios prometidos, mientras que a ellos les han cargado con el peso de numerosas obligaciones legales y administrativas que se están esforzando en cumplir.
Moore ha lanzado recientemente varios llamamientos en un esfuerzo para estimular el interés en bajar las barreras comerciales. En su discurso del pasado 12 de marzo en la London Business School, el director general de la OMC afirmó que «la justificación económica para una nueva ronda dentro de la OMC es convincente". Recortar barreras al comercio en agricultura, productos manufacturados y servicios en un tercio podría dar una inyección a la economía mundial de 613.000 millones de dólares, dijo Moore.
Defensores del libre comercio
Ante las continuas protestas contra la Organización Mundial del Comercio, se han publicado algunos artículos que subrayan los beneficios de rebajar las barreras comerciales. En abril, el diario canadiense «The Globe and Mail» publicó una serie de siete artículos en defensa de la globalización y el libre comercio.
El artículo del 12 de abril indica que el volumen del comercio mundial se ha multiplicado por dieciséis desde que se firmó el Tratado General de Tarifas y Comercio medio siglo atrás. Las exportaciones globales como una cuota de la producción global han aumentado del 14 al 24% desde 1970. El artículo del 13 de abril argumentaba que «la expansión del comercio y las inversiones globales es simplemente el mejor programa antipobreza jamás visto, mucho mejor que incluso la más generosa ayuda exterior».
Según «The Globe and Mail», un gran número de estudios muestra que los países que se abren al comercio y a la inversión exterior se desarrollan con mayor velocidad que aquellos que no lo hacen: en torno a una rapidez del doble -de media-, según un informe de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE).
Otro artículo, del 14 de abril, rechaza la idea de que un aumento en el comercio perjudique al medio ambiente. En realidad ocurre lo contrario, ya que en los países en los que se eleva la riqueza mediante el comercio, los ciudadanos, más prósperos y mejor educados, exigirán a sus gobiernos la protección del medio ambiente. Asimismo el incremento de riqueza significa que las empresas pueden afrontar medidas antipolución. Citan un estudio de 1994 realizado por dos investigadores de Estados Unidos, Alan Krueger y Gene Grossman, en el que se observa que los niveles de contaminación en los países en vías de desarrollo comienzan a disminuir cuando alcanzan niveles de ingresos de unos 8.000 dólares per capita.
Para el economista Paul Krugman, «New York Times» (22 de abril), es comprensible que la gente esté preocupada por la pobreza en el mundo, pero es un error echarle la culpa al libre comercio. Muchos protestan por las duras condiciones de las fábricas del tercer mundo, pero -argumenta Krugman- esos trabajadores tienen una situación mejor que quienes se quedan en las zonas rurales.
En la edición del 30 de abril de «Newsweek», Fareed Zakaria acusaba a los manifestantes anti-globalización de defender «políticas para sus propias y protegidas comunidades en los ricos países occidentales», lo que retrasará el desarrollo de los países del tercer mundo y los mantendrá en la pobreza. También argüía que promover el libre comercio y la liberalización económica consolidará la democracia.
Críticas al libre comercio
De cualquier modo, el libre mercado también tiene sus inconvenientes, como se señala en otros artículos recientes. En el «Washington Post» (25 de abril), Michael Kelly argumenta que, cuando los puestos de trabajo se trasladan de los países desarrollados al tercer mundo, las pérdidas de puestos de trabajo imponen pesados costes. A largo plazo, el libre mercado global puede llevar a un mayor bien, pero a corto y medio plazo, en cualquier país desarrollado, significa un gran sufrimiento para muchos y una gran ganancia para unos pocos, dice Kelly.
En opinión de Irwin M. Stelzer, «The Weekly Standard» del 30 de abril, es innegable que una buena parte de la prosperidad y del desarrollo económico de la segunda postguerra mundial se puede atribuir al régimen de mercado liberal erigido tras la guerra. Pero, hace notar Stelzer, también es verdad que «los beneficios del mercado se distribuyen de manera desigual» y que «otras consideraciones pueden ser más importantes que la de aumentar la eficacia de la economía internacional». «Nosotros, estadounidenses, no vivimos sólo para maximizar el flujo de bienes y servicios en el comercio internacional», añade Stelzer.
Desde el punto de vista de los países del tercer mundo, el libre comercio también tiene sus defectos. Según Mark Curtis, director de programas de la organización británica «Christian Aid», el sistema del comercio internacional es defectuoso. Curtis, en un artículo publicado en «The Guardian» (23 de abril), afirma que a menudo la liberalización se traduce en una promoción del proteccionismo a las empresas del primer mundo. Cita el ejemplo de las leyes sobre patentes de fármacos empleados en el tratamiento del Sida como «un caso de proteccionismo corporativo masivo a expensas de los pobres».
Además, Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en la Escuela de Administración John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, en un artículo publicado por la revista «Foreign Policy» (marzo-abril 2001), alega que el entusiasmo de las instituciones financieras globales y los dirigentes del primer mundo ha sido exagerado, hasta el punto que se ha convertido en «el sustituto de una estrategia de desarrollo».
La casi exclusiva concentración en el libre comercio y la liberalización económica significa que los gobiernos de los países pobres desvían los recursos y la atención de campos como la educación, la salud pública, la capacidad industrial y la cohesió
n social, afirma Rodrik. El profesor de Harvard admite que los mercados internacionales son una fuente valiosa de tecnología y capital, pero también mantiene que la «globalización no es un atajo hacia el desarrollo».
Rodrik observa que muchas economías prósperas de países asiáticos liberalizaron el comercio sólo de manera gradual, en un periodo que ha durado décadas, no años. Además, no se produjo una liberalización significativa de las importaciones sino después de una transición a un elevado crecimiento económico.
En su discurso a la Pontificia Academia de Ciencias Sociales del 27 de abril, Juan Pablo II afirma que la «globalización, a priori, no es ni buena ni mala». Lo que es necesario, dice el Papa, es que «la globalización, como cualquier otro sistema, esté al servicio de la persona humana; debe servir a la solidaridad y al bien común». Las argumentaciones relativas al libre comercio son muchas y complejas. Tanto defensores como adversarios del libre mercado deberían hacer caso a estas palabras.
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May 07, 2001 00:00