LONDRES, 7 septiembre 2001 (ZENIT.org).- Con un significativo discurso en Leeds, ante ochenta presbíteros, participantes en la Conferencia Nacional de Sacerdotes de Inglaterra y Gales, el cardenal primado Cormac Murphy-O´Connor ha advertido ante los dramáticos riesgos que comporta la galopante secularización del país.
«Hay ya muchos en nuestra sociedad –agregó el arzobispo de Westminster– que están convencidos de que creer en Dios significa limitar la libertad de los seres humanos».
Un estudio realizado en noviembre pasado por el Centro de Estudios Sociales del Reino Unido reveló que el 44 por ciento de los adultos afirman no tener afiliación religiosa. Este dato se eleva a dos tercios en los jóvenes de entre 18 y 24 años.
A inicios del año 2000, Peter Brierley, el máximo experto del país en cuestiones sociales de práctica religiosa, sugirió que la vida cristiana prácticamente desaparecerá de Inglaterra en 40 años, pues en esa fecha menos del 0,5 por ciento de la población debería asistir al servicio religioso.
Algunos sociólogos afirman que la práctica religiosa de la minoría musulmana del país es superior en números absolutos a las de los anglicanos.
El gran desafío del cristianismo de hoy viene, indicó Murphy-O´Connor, del materialismo, de la cultura del mercado, que enseña a cada uno que la cantidad de bienes poseídos es la que enriquece nuestras posibilidades de ser felices.
«Que el mercado no responde a esta necesidad profunda –constató– lo demuestra el aumento de la espiritualidad New Age, de las religiones denominadas ocultas y la búsqueda, sobre todo por parte de los jóvenes de algo en lo que poner la propia completa confianza: droga, alcohol, discoteca o sexo».
«La Iglesia -dijo el cardenal– no tiene todas las respuestas sobre el futuro. Pero hay una cosa que puede ofrecer a los hombres de hoy, que es la sabiduría de su tradición y de su verdad».
Se centró luego en la Iglesia católica, indicando que «muchos que miran a nuestra Iglesia hoy se sienten desanimados».
«Está el problema cada vez más grave de la falta de vocaciones, el descenso del número de fieles que van a misa y también la especial vergüenza de los abusos sobre los niños que atañe a la Iglesia católica en nuestro país».
«Lo que quiero decir -añadió– sin buscar excusas para los errores del pasado, y reconociendo el daño hecho a la Iglesia por estos escándalos, es que hoy sabemos mucho más y estamos preparados para hacer todo lo posible a fin de que la Iglesia católica se convierta en el lugar más seguro posible para los niños».
La parte final del discurso del cardenal Murphy-O´Connor se convirtió en un llamamiento a los católicos, laicos y sacerdotes, para que reencuentren el núcleo más verdadero de su fe y con él sean capaces de hablar al mundo.
«¿Con qué frecuencia -se preguntó– en nuestros sermones hablamos del amor de Dios por nosotros, con qué frecuencia hablamos de la vida, de la muerte, de la Resurrección de Jesucristo, en un modo que tenga significado para la vida de la gente?. ¿Con qué frecuencia hablamos de los mandamientos no como deberes a observar de modo doloroso sino como vías de liberación para una humanidad hecha esclava del temor y del egoísmo?».
Y concluyó afirmando que sólo si la liturgia, las escuelas y las comunidades católicas saben hablar, con los hechos, del amor de Dios, la Iglesia católica, que tiene hoy un lugar de especial importancia en la vida de la nación, logrará sobrevivir en el futuro.
El análisis del líder católico inglés ha encontrado eco en el arzobispo anglicano de Canterbury, el doctor George Carey, quien el año pasado afirmó: «Prevalece un tácito ateísmo. Se asume la muerte como el final de la vida. Nuestra obsesión por el aquí y el ahora hacen que la eternidad parezca irrelevante».