CIUDAD DEL VATICANO, 20 septiembre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II presentó al cardenal vietnamita Francois-Xavier Nguyen Van Thuan como «ejemplo luminoso de coherencia cristiana hasta el martirio», en su funeral que presidió en la tarde de este viernes en la Basílica del Vaticano.
El cardenal Van Thuan, que falleció el lunes pasado a los 74 años de edad después de una larga enfermedad, era presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz y había pasado 13 años en las cárceles vietnamitas, después de haber sido nombrado en 1975 obispo coadjutor de Saigón.
«Pusto toda su vida bajo el signo de la esperanza», dijo Juan Pablo II que abandonó la residencia de Castel Gandolfo para participar en las exequias.
Precisamente con una invitación a la esperanza, recordó el pontífice, el entonces arzobispo Van Thuan «había comenzado las meditaciones de los Ejercicios Espirituales» a la Curia Romana, en marzo del año del Jubileo.
«En la prisión –siguió subrayando el Papa que le acogió en Roma cuando el régimen comunista le deportó– había comprendido que el fundamento de la vida cristiana es «escoger sólo a Dios», como hicieron también los mártires de Vietnam en el siglo pasado».
«Los mártires –dijo el Papa citando palabras del cardenal vietnamita– nos han enseñado a decir «sí»: un «sí» sin condiciones ni límites al amor del Señor; pero también un «no» a la vanidad, a los compromisos, a la injusticia, justificados quizá con el objetivo de salvar la propia vida».
«Su secreto era la indomable confianza en Dios, alimentada por la oración y el sufrimiento del sufrimiento aceptado con amor», afirmó el Santo Padre.
«En la cárcel celebraba todos los días la Eucaristía con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano –siguió recordando–. Ese era su altar, su catedral. El cuerpo de Cristo era su «medicina»».
«Fiel hasta la muerte –concluyó el Papa–, conservó la serenidad y la alegría incluso durante la larga y sufrida estancia en el hospital. En los últimos días, cuando ya era incapaz de hablar, se quedaba con la mirada fija en el crucifijo que tenía en frente. Rezaba en silencio, mientras culminaba su extremo sacrificio coronando una existencia marcada por la heroica configuración con Cristo en la Cruz».