Las raíces del terrorismo

Las injusticias económicas redimensionadas

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NUEVA YORK, 19 de julio de 2003 (ZENIT.org).- Algunos comentaristas defienden que las condiciones de miseria económica y social estimulan el terrorismo, y piden mayores ayudas económicas a los países pobres para prevenir ulteriores problemas. Scott Atran no está de acuerdo con este punto de vista.

En un artículo de opinión del 5 de mayo publicado en el New York Times, Atran, científico investigador en el National Center for Scientific Research en París y en la Universidad de Michigan, observa que un informe del Departamento de Estado de Estados Unidos, publicado en el primer aniversario de los ataques del 11 de septiembre, afirmaba que la ayuda al desarrollo debería basarse «en la creencia de que la pobreza proporciona una tierra de cultivo para el terrorismo».

Sin embargo, defiende Atran, numerosos estudios muestran que los suicidas que atacaron y quienes les respaldan en general suelen gozar de educación y no son pobres. Citaba un estudio publicado el año pasado por el economista de Princeton, Alan Krueger, y otros, que comparaban a los militantes libaneses de Hizbulah (el Partido de Dios) con otros libaneses de organizaciones de la misma época. La investigación mostraba que era poco probable que los miembros de Hizbulah provinieran de hogares pobres y que no tuvieran educación secundaria.

También citaba a oficiales del ejército de Estados Unidos que habían interrogado a miembros de Al-Qaida, nacidos en Arabia Saudí, detenidos en la bahía de Guantánamo, Cuba. Los oficiales revelaron que los detenidos, especialmente aquellos en posición de liderazgo, normalmente están bien educados y vienen de familias de estatus alto. Atran defendía además que los terroristas suicidas no tienden a no estar socialmente rechazados, o a actuar por desesperación.

Krueger volvía sobre el mismo tema en un artículo del 29 de mayo en el New York Times. «La mayoría de los terroristas no están motivados por la perspectiva de ganancias financieras o por la desesperación de la pobreza», afirmaba. Por ejemplo, nuevas investigaciones sobre el entorno de los palestinos que se suicidan haciendo estallar explosivos, muestran que el 13% viene de familias empobrecidas, en comparación con cerca de un tercio de la población palestina que vive en la pobreza. No menos del 57% de los suicidas han tenido educación más allá de la secundaria, en comparación del 15% de la población de igual edad. Observaba Krueger.

También analizó los datos que el Departamento de Estado recoge sobre incidentes terroristas internacionales significativos. Resulta que los terroristas vienen más de países pobres que de países ricos. Pero esto, defendía, es porque los países pobres tienden a carecer de libertades civiles. Si se toma en cuenta el grado de libertad civil de un país, explicaba, la renta per cápita no tiene ninguna relación con la implicación en el terrorismo. Países tales como Arabia Saudí y Bahrein, que son hogares de muchos terroristas, son ricos económicamente pero carecen de libertades civiles. En contraste, es poco probable que países pobres, con una tradición de protección de las libertades civiles, produzcan terroristas.

«Evidentemente, la libertad de reunión y de protesta pacífica sin interferencia gubernamental proporciona a la larga una alternativa al terrorismo», defendía Krueger.

Un fenómeno de clase media
Walter Laqueur también piensa que la pobreza no es un factor decisivo en el origen del terrorismo actual. Laqueur es autor de muchos libros sobre terrorismo y profesor en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington, D. C. Acaba de publicar el libro: «No End to War: Terrorism in the Twenty-First Century» (La Guerra sin Fin: Terrorismo en el Siglo XXI).

Su último libro hace notar que muchos han considerado el terrorismo como una respuesta a la injusticia, y que los terroristas se ven empujados a cometer acciones desesperadas por culpa de condiciones intolerables. En el pasado –en la Rusia zarista, por ejemplo- este argumento tuvo algo de justificación. Sin embargo, aunque algunos terroristas europeos e islámicos han declarado actuar en nombre de los pobres, Laqueur observa que apenas hay actividad terrorista en los 49 países considerados por Naciones Unidas como menos desarrollados.

En los países más desarrollados, hace notar, el Ejército Republicano Irlandés (IRA) ha reclutado tradicionalmente sus miembros de la clase media baja y de la clase obrera. Pero el grupo terrorista vasco ETA basa su composición principalmente en la clase media. De igual manera, era bien conocido que los terroristas latinoamericanos de los años 70, junto con sus contemporáneos de extrema izquierda en Europa, reclutaban sus miembros de la clase media bien instruida.

Algunas organizaciones terroristas, admite Laqueur, reclutan la mayor parte de sus miembros de las clases empobrecidas. Éste es el caso de los terroristas islámicos argelinos, y de Sendero Luminoso en Perú. Sin embargo, la dirección siempre ha venido de la élite.

En Oriente Medio, muchos miembros de las organizaciones terroristas son de un entorno pobre, pero la dirección es estrictamente de clase media. Los suicidas egipcios y saudíes vienen de la clase media y de la clase media alta. Y muchos de los miembros de la red de Osama Bin Laden son graduados universitarios. El terrorismo radical islámico, observa Laqueur, «no es un movimiento que tenga como objetivo la revolución social». Aunque el apoyo a Al-Qaida es fuerte entre los pobres de Pakistán, los militantes deben venir necesariamente de un entorno privilegiado, al tener que operar fuera de sus propios países sin atraer la atención indebidamente.

Un factor económico que pudo estimular el terrorismo es el alto crecimiento de población en el mundo árabe, combinado con la incapacidad de los gobiernos de conseguir puestos de trabajo para la gente joven que deja o se gradúa en la escuela. Este factor se da ciertamente en Arabia Saudí, la cuna de muchos terroristas. Sin embargo, defiende Laqueur, el mismo problema existe en países tales como Jordania y Siria, no conocidos por producir muchos terroristas. El desempleo juvenil como tal no es fuente de terrorismo, explica. La razón real, piensa, es doble. El sistema educativo ha caído en manos de islamistas; y se da una auténtica falta de diversión y entretenimiento secular para la gente joven.

Laqueur no descarta la necesidad de desarrollo económico. «La actual distribución de riqueza entre las naciones y dentro de muchas naciones no conduce a la paz social y política», comenta. Observa que la creencia común es que la miseria en el Tercer Mundo es el resultado del imperialismo del pasado o de la actual explotación por el Primer Mundo. Pero, advierte, no deberíamos caer en el error de ver la pobreza como la principal causa de terrorismo.

El terrorismo, defiende, tiene lugar no tanto en condiciones de pobreza, sino más bien cuando las tendencias políticas, económicas y sociales coinciden. La pobreza puede ser un factor que contribuye a la emergencia y nacimiento del terrorismo, pero otros factores, tales como las tensiones étnicas o nacionales, tienen «una relevancia considerablemente mayor».

Fanatismo religioso
Laqueur precisa otro factor: hay más violencia y agresión en las sociedades musulmanas que en la mayoría de las demás. Muy pocos de los 22 estados miembros de la Liga Árabe y de los 57 miembros de la Organización de la Conferencia Islámica han estado libres de graves violencias políticas en los últimos 20 años.

El terrorismo, explica Laqueur, es un fenómeno complejo que ha experimentado muchos cambios en las pasadas décadas. Los años ochenta y principios de los noventa vieron un declive en las acciones terroristas a nivel mundial. Después vino un aumento, caracterizado por el papel del terrorismo islámico. «El fanatismo religioso y nacionalista es la característica dominante del
terrorismo en la época actual», concluye Laqueur.

Precisar la fuente religiosa del terrorismo no significa que el Islam en conjunto sea considerado como extremista. En su reciente libro, «The Crisis of Islam: Holy War and Unholy Terror» (La Crisis del Islam: Guerra Santa y Terror no Santo), Bernard Lewis observa: «La mayoría de los musulmanes no son fundamentalistas, y la mayoría de los fundamentalistas no son terroristas, pero la mayoría de los terroristas actuales son musulmanes y se identifican orgullosamente como tales».

Lewis precisa que muchas de las declaraciones de Osama Bin Laden y acciones directas contradicen los principios y enseñanzas básicas del Islam. Además, todas las organizaciones islámicas extremistas son altamente selectivas en su elección e interpretación de los textos sagrados.

Sin embargo, Lewis demuestra claramente que los extremistas tienen motivaciones religiosas, no económicas. Lo que significa que poner fin a la actual erupción terrorista no sólo exige una respuesta económica.

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ZENIT Staff

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