Vincent Humbert, de 22 años, tetrapléjico, ciego y casi mudo a raíz de un accidente de tráfico, perdió la vida después de que su madre inyectara barbitúricos en el suero, según declararía ella después a petición del joven.
Un comunicado de prensa, publicado este miércoles por el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Jean-Pierre Ricard, arzobispo de Burdeos, deplora que en todo este debate no se haya prestado más atención «a la ayuda que se hubiera podido ofrecer a estas personas en necesidad».
«Habría mucho qué decir sobre las repercusiones de todo esto sobre las personas minusválidas en condiciones parecidas a las del joven Vincent», añade.
«El debate público suscitado por estos acontecimientos se ha concentrado en la cuestión de la aceptación por parte de la sociedad de la eutanasia. Una vez más, se han elevado voces para pedir que se reconozcan excepciones a la ley que reprueba toda forma de homicidio», constata el prelado.
Tras recordar la posición de la Iglesia católica, que presenta el quinto mandamiento, «No matarás», aclara que la misma Iglesia «se ha pronunciado siempre por un tratamiento razonable y humano, que no implica ni mucho menos la obligación de mantener la vida a cualquier precio».
«Todo hombre tiene el derecho y el deber, en caso de enfermedad grave, a recibir los tratamientos necesarios para conservar la vida y la salud –añade–. Pero este deber no implica el recurso a medios terapéuticos inútiles, desproporcionados o que imponen un peso que sea considerado insoportable por él o por otra persona».
Citando a Juan Pablo II, el presidente de los obispos galos afirma que «la renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no es equivalente al suicidio o la eutanasia; se trata más bien de la aceptación de la condición humana ante la muerte».
«Hoy día la confusión entre muerte provocada deliberadamente y legítima interrupción de los tratamientos es extrema, incluidos algunos medios médicos», lamenta.
«Esta confusión no facilita el necesario discernimiento ético –sigue diciendo el comunicado–. Por consiguiente, se ha hecho capital para nuestra sociedad preguntarse por la funciones de la medicina, de manera que pueda dar a los médicos indicaciones suficientemente claras sobre sus límites y su misión».
«La sociedad se está jugando –concluye–. Se trata de ofrecer una medicina de rostro humano y respetuosa de la voluntad del enfermo, garantizando el respeto intangible de la prohibición del homicidio».