SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, 12 octubre 2003 (ZENIT.org* * *
¿Quiere usted ser feliz? Cumpla los mandamientos. ¿Quiere que en su familia haya paz y armonía? Si es hija o hijo, honre y obedezca a sus padres. Si es esposa o esposo, no cometa adulterio, sino manténgase fiel a su pareja. ¿No quiere ir a la cárcel, ni andar como fugitivo de la ley? No mate, no robe, ni cometa fraudes. ¿Quiere vivir sin temores ni sobresaltos? No levante falsos, ni cause daño a los demás.
¿Queremos que nuestro Estado y nuestra Patria vivan en paz, con progreso y bienestar para todos? La solución, a nivel de principios y de formulaciones, es sencilla: cumplamos los mandamientos. Con eso bastaría para que ya no hubiera agresividad social, violencia, asesinatos, guerras, asaltos, secuestros, corrupción, fraudes, vagancia y pandillerismo. Si todos trabajamos y no hay enriquecimiento ilícito ni desmedido, sino que hay justicia social y distribución equitativa de la riqueza, se acabarían los vergonzosos desniveles y la marginación tan persistente que sufren campesinos e indígenas.
Si la conquista de México y de América, hace más de quinientos años, se hubiera realizado sin abusos y saqueos, no habría tantas manifestaciones de inconformidad en la fecha en que se recuerda el hecho histórico. Si hoy los indígenas fueran reconocidos en sus justos derechos, para que todo lo bueno y noble que hay en sus culturas sea asumido en la legislación federal y estatal, no se escucharían tantos reclamos, ni persistiría la inestabilidad social en muchas comunidades.
Nos puede parecer una utopía imposible que haya un México nuevo; pero hoy Jesús sostiene que «para Dios todo es posible». En efecto, hay muchísima gente buena y positiva, que le hace caso a la palabra del Señor. Hay muchas familias donde se respira armonía y comprensión. Hay mucha gente solidaria con los que padecen desgracias. Hay algunos ricos que comparten sus ganancias, promoviendo proyectos de salud para los marginados y programas de desarrollo comunitario. Hay muchas personas honestas, responsables y fieles en sus cargos. En días pasados, conocí una organización, que lleva unos cinco años en San Cristóbal de las Casas, que promueve microcréditos para que mujeres muy pobres puedan tener un apoyo hacia un mejor nivel de vida. Desde hace años, hay personas y organizaciones que alientan programas alternativos de promoción humana.
En la vida, resalta más lo positivo que lo negativo, a pesar de que las buenas noticias y las acciones nobles tienen poco espacio en los medios informativos. A Jesucristo y a su Evangelio con dificultad se les menciona explícitamente, sin darse cuenta de que, si todos cumpliéramos sus mandamientos, otra sería la realidad; habría paz familiar y social; nos veríamos como hermanos y habría más solidaridad con quienes sufren; gozaríamos de seguridad y tranquilidad.
Jesús advierte sobre el peligro de la ambición del dinero. Dice que es sumamente difícil, aunque no imposible, que se salven quienes confían en las riquezas; es decir, quienes piensan que el dinero les puede dar toda la felicidad, el poder y hasta la vida eterna. Y no es que el dinero sea malo en sí mismo, pues se necesita para vivir, sino que, quienes se enriquecen, con frecuencia lo hacen a base de fraudes, robos y asesinatos; no pagan lo justo a sus trabajadores y hacen muchas injusticias; buscan la forma de corromper cuanto pueden y de eludir las leyes. Quieren comprar todo con su dinero; cometen adulterios y no respetan ni a sus padres ni a su familia. Se creen dioses y se olvidan del Señor y de los pobres que no tienen pan, techo, salud y educación. Estos son los ricos que no tienen entrañas de compasión y sólo piensan en sí mismos. Si no se arrepienten; si no devuelven lo robado, ni reparten sus bienes a los pobres, a ejemplo de Zaqueo, es casi imposible que se puedan salvar. Para estos casos resulta muy válida la afirmación de Jesús: «Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
San Pedro le dice a Jesús que él y sus compañeros han dejado todo por seguirlo. En respuesta, Jesús les promete una abundante recompensa. Y El cumple su palabra. En efecto, a quienes le consagramos nuestra vida y procuramos vivir en sencillez, sin lujos ni ambiciones, no nos abandona a nuestra suerte, sino que nos da el ciento por uno, junto con persecuciones. No nos falta una casa donde llegar. Aún en los lugares más pobres y apartados, no nos falta el alimento, aunque sea sencillo. Los que nos consagramos a Dios y al servicio del pueblo, no nos morimos de hambre, pues Dios siempre suscita personas buenas y generosas, que nos comparten lo que tienen. Que el Señor les recompense. Esperamos que a ellos y a nosotros nos conceda también la vida eterna.
Esto nos recuerda a obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, que debemos estar dispuestos a renunciar a todo cuanto nos quite libertad para servir al Señor y a su Iglesia, donde y como se requiera. Por tanto, no hemos de dejarnos atrapar por los atractivos del dinero, por la acumulación de bienes materiales, por la ambición de poseer más y más, por la pretensión de puestos y cargos que reditúen muchos beneficios económicos. Hay que ser libres de corazón. La pobreza nos hace libres para servir donde sea. El Señor no nos deja.
Hay que pedir al Señor que nos conceda sabiduría y prudencia, para captar este mensaje y llevarlo a la práctica, pues de ello depende nuestra felicidad, presente y eterna. Así lo dice el libro de la Sabiduría: «Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino sobre mí el espíritu de la sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación de ella tuve en nada la riqueza. No se puede comparar con la piedra más preciosa, porque todo el oro, junto a ella, es un poco de arena y la plata es como lodo en su presencia. La tuve en más que la salud y la belleza; la preferí a la luz, porque su resplandor nunca se acaba. Todos los bienes me vinieron con ella; sus manos me trajeron riquezas incontables» (7, 7-11).
Así también se expresa la llamada Carta a los Hebreos: «La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Toda creatura es transparente para ella. Todo queda al desnudo y al descubierto de aquel a quien debemos rendir cuentas» (4,12-13).
Por eso, le decimos al Señor, con el Salmo 89: «Enséñanos a ver lo que es la vida, y seremos sensatos… Llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será la vida toda… Que el Señor bondadoso nos ayude y dé prosperidad a nuestras obras».
Un ejemplo de total libertad para servir al Señor y a la Iglesia es el Papa Juan Pablo II, quien el próximo día 16 cumple 25 años de haber sido elegido Sucesor de San Pedro, y por tanto, Vicario de Cristo. Ha desgastado sus energías en el seguimiento fiel y generoso al Señor, aunque ahora se cumple en él lo anunciado por Jesús a Pedro: «Cuando seas viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras» (Jn 21,18). Es admirable su decisión de agotar hasta lo último de su vida, al servicio del Evangelio, de la Iglesia y del mundo. Que el Señor lo conserve, lo fortalezca y le manifieste su voluntad.
Dentro de ocho días, será declarada «beata» la Madre Teresa de Calcuta, la mujer que dejó todo por servir a los más pobres. Lo hizo no por pura filantropía, sino por descubrir en los desheredados el rostro de Cristo. El Papa Juan Pablo II la presentará oficialmente como uno de los miembros actua
les de la Iglesia que mejor ha vivido el Evangelio, y que es un ejemplo digno de ser imitado. Que ella, que supo combinar su amor sacrificado a Jesucristo en la Eucaristía y en los pobres, nos ayude a vivir una opción preferencial por los pobres en el sentido más evangélico. Que en la Eucaristía encontremos la fuente del verdadero amor a los pobres.