CIUDAD DEL VATICANO, 17 octubre 2003 (ZENIT.org).- «El hambre y las tensiones que ésta genera sólo podrán ser superadas» si la Comunidad Internacional actúa como una «familia de naciones», advirtió Juan Pablo II este jueves.
Así se contiene en el mensaje del Santo Padre al Director General del Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), Jacques Diouf, con ocasión de la Jornada Mundial de la Alimentación 2003.
Monseñor Renato Volante, observador permanente de la Santa Sede ante la FAO, leyó en la ceremonia oficial en la sede en Roma el texto, en el que se recuerda que el hambre pone en diariamente en peligro la supervivencia de numerosos seres humanos, además de ser «causa de división» entre personas, comunidades y países.
El tema elegido para la Jornada de este año, «Alianza Mundial contra el Hambre», «confirma que el hambre y las tensiones por ella generadas podrán ser superadas sólo por intervenciones rápidas y eficaces, fruto de comunes voluntades y de esfuerzos conjuntos», afirmó el Papa.
Por ello, Juan Pablo II hizo un nuevo llamamiento en nombre de esta «Alianza», «que debe sacar fuerza de una renovada comprensión del multilateralismo», cuya eficacia reside en que se funde «en la idea de una comunidad internacional como “familia de naciones”, empeñada en perseguir el bien común universal».
«Llevar a cabo esta “Alianza” –advirtió el Papa– requiere el ejercicio de la solidaridad por parte de los gobiernos, de las organizaciones internacionales, de los hombres y mujeres de todos los continentes», cuyo fundamento «puede verse en una responsabilidad colectiva» de manera que «todo ser humano pueda ser cada vez más persona».
Ciertamente, sucesos naturales y condiciones ambientales «tienen su responsabilidad en esta tragedia», reconoció el Santo Padre, pero también crean o agravan las injusticias socio-económicas la ausencia de gobierno, sistemas ideológicos y políticos «distantes de la idea de solidaridad», así como guerras y conflictos «que contradicen los principios fundamentales de la convivencia internacional».
La Iglesia, según confirmó Juan Pablo II, «desea desempeñar su papel en esta “Alianza Mundial contra el Hambre”» comprometiéndose en la promoción de la solidaridad de forma que ésta informe relaciones personales y sociales.
«La Iglesia quiere ser fiel al ejemplo y a la enseñanza de su Fundador –añadió–, convencida de que un posible significado de la “Alianza” es la reconciliación con Dios y entre las personas».
«Reforzando una consciente civilización del amor que promueva los valores auténticos y fundamentales –observó el Santo Padre–, la solidaridad evita que el vacío provocado por la falta de estos valores sea colmado por egoísmos y conflictos».
«Por ello pido a las comunidades cristianas, a los creyentes y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que vivan y trabajen cada vez más al servicio de los pobres y de los hambrientos, de forma que se realice una verdadera reconciliación entre las personas y entre los pueblos», exhortó.
Y es que «participar activamente en la lucha solidaria y concertada contra la miseria y el hambre significa contribuir a instaurar una acción, aún mejor programada y más decidida, a favor de la justicia y de la paz», concluyó Juan Pablo II.