LIMA, 16 diciembre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el texto íntegro del mensaje de los obispos de Perú por Navidad en el que lanzan un llamamiento al país a caminar «hacia una reconciliación integral basada en la verdad y la justicia».
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“PREPAREMOS EL CAMINO DEL SEÑOR”
Mensaje de los Obispos del Perú para la Navidad 2003
Lima, 13 de diciembre de 2003
Introducción
1. El 28 de agosto último, la Comisión de la Verdad y Reconciliación cumplió con entregarnos el Informe Final de “sus investigaciones sobre el proceso de violencia de origen político que se vivió en el Perú entre los años 1980 y 2000”. Nosotros asumimos dicho Informe, con las limitaciones que pueda tener, porque es un trabajo valioso y punto de partida para seguir adelante, pues, como lo dijimos en nuestro Mensaje del pasado 21 de Agosto: “El Perú quiere conocer la verdad, busca la justicia y anhela la reconciliación”.
2. Como Pastores de la Iglesia nos encontramos hoy muy preocupados por los últimos enfrentamientos políticos que afectan negativamente a los grandes objetivos del Perú. Hacemos un llamado a la paz y a la serenidad en búsqueda de un clima de esperanza para nuestro pueblo.
3. En este tiempo de vigilante espera para celebrar la Navidad, nos dirigimos a todos los Peruanos de “buena voluntad”, para que caminando al lado de nuestros hermanos “más pequeños” (Mt 25,40), preparemos el camino del Señor (Mt 3,3).
Yo confieso que he pecado mucho…
4. Miremos, con los ojos de Jesús, la reciente historia de nuestra patria, particularmente el período que va de 1980 al 2000, marcado de luces y sombras que nos interpelan.
5. Hay “luces” por las que debemos dar gracias a Dios. Tanto en la ciudad como en el campo fueron muchos los que ofrecieron su vida por causa de la justicia, levantaron su voz profética para acabar con la espiral de violencia política, como otros tantos “samaritanos” se compadecieron de los heridos y se acercaron para socorrerlos, compartieron llanto y dolor ante la muerte o desaparición de sus seres queridos.
6. Lamentablemente, hubo también “sombras” que oscurecieron nuestra historia: asesinato de personas y poblaciones, ejecuciones arbitrarias, desapariciones forzadas, torturas, tratos inhumanos, violaciones sexuales; destrucción de nuestros escasos medios de producción y servicios, discriminación y exclusión, desplazados, la frustración de muchos niños y jóvenes.
7. En este contexto de conversión y arrepentimiento, la Iglesia en el Perú y todos los peruanos debemos pedir perdón por nuestros pecados de obra y omisión que permitieron y encubrieron la violación de los más elementales derechos humanos. Pedir perdón también por la corrupción pública o privada, el afán de lucro, las estructuras sociales injustas, la indiferencia, la marginación y el olvido de tantos hermanos y hermanas, de manera especial de los más pobres del Perú.
8. Sin embargo, no debemos desesperar. Contamos con la ayuda de Dios y con la reserva moral que todavía existe en nuestra Patria, para levantarnos y todos juntos forjar “nuevos cielos y nueva tierra, en la que habite la justicia” (2Pe 3,13).
Ir a las raíces de la injusticia
9. En 1968, los Obispos reunidos en Medellín denunciaron la existencia de “una situación de injusticia que puede llamarse de violencia institucionalizada”; al mismo tiempo expresaron una profunda preocupación: “No hay que abusar de la paciencia de un pueblo”[1]. “A la luz de la doctrina social de la Iglesia se aprecia también, más claramente, la gravedad de los pecados sociales que claman al cielo, porque generan violencia, rompen la paz y la armonía entre las comunidades de una misma nación, entre las naciones y entre las diversas partes del Continente”[2].
10. A pesar de los años transcurridos, lo que los Obispos del Perú dijimos en 1971 tiene validez para nuestros días: “Compartimos con las naciones del Tercer Mundo el ser víctimas de sistemas que explotan nuestros recursos económicos, controlan nuestras decisiones políticas, nos imponen la dominación cultural de sus valores y de su civilización de consumo. Esta situación, denunciada por el Episcopado Latinoamericano en Medellín, se refuerza y mantiene por la estructura interna de nuestros países, de creciente desigualdad económica, social y cultural, de perversión de la política que no sirve al bien de todos sino al de unos pocos”[3].
11. Para que ese tiempo de vergüenza nacional no se repita nunca más, “hemos de ir a las raíces de ciertas situaciones dolorosas”[4]. En otras palabras, hacen falta: “transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras”[5].
“Denles ustedes de comer”
12. No podemos quedarnos indiferentes e insensibles “cuando tantos pueblos tienen hambre, cuando tantos hogares sufren miseria, cuando tantos hombres viven sumergidos en la ignorancia, cuando aún quedan por construir tantas escuelas, hospitales, viviendas dignas de este nombre”[6].
13. También es bueno recordar las palabras del Papa Juan Pablo II: “¿Cómo no hacer atentos nuestros oídos y vigilantes nuestros corazones, comenzando a poner a disposición aquellos cinco panes y aquellos dos peces que Dios ha depositado en nuestras manos? Todos podemos hacer algo por ellos, llevando a cada uno la propia aportación. Ciertamente esto exige renuncias, que suponen una interior y profunda conversión. Es necesario, sin duda, revisar los comportamientos consumistas, combatir el hedonismo, oponerse a la indiferencia y a la exculpación de las responsabilidades”[7].
14. Tratándose de las reparaciones individuales o colectivas, tengamos presente el camino recorrido por nuestros hermanos y hermanas víctimas de la violencia política. “Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación, aunque su autor haya sido perdonado. Esta reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según la medida del daño causado; y obliga en conciencia”[8]. En este deber de reparación, se debe hacer una clara diferencia entre las reparaciones (individuales y colectivas) y los programas de desarrollo que corresponde realizar al Estado.
Por una reconciliación basada en la verdad y la justicia
15. Después de los acontecimientos dolorosos que hemos sufrido y siendo el Perú un pueblo mayoritariamente cristiano, debemos caminar hacia una reconciliación integral, basada en la verdad y la justicia. Esto implica reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos, con el prójimo y con la naturaleza que nos rodea.
16. Reconciliación significa también reforma institucional, conversión personal, deshacer las murallas de la marginación, del racismo solapado, de la desigualdad, de la injusticia.
17. Sólo así, desde la mirada del Señor podemos hablar del perdón y la misericordia. En efecto, el perdón y la misericordia son la manera suprema de establecer la justicia y rehacer los lazos entre las personas. Recordemos que Dios le echa en cara a su pueblo su maldad, pero también le manifiesta el amor que le tiene (Os 2,21-22). Es Dios quien nos llama al arrepentimiento y a la conversión. Si este pueblo se arrepiente, el Señor le ofrece de antemano su perdón. La misericordia no es impunidad, es un llamado amoroso a la conversión.
18. La oración del “Padre nuestro” nos invita a perdonar, para que también nosotros recibamos el perdón de Dios: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El rencor y la sed de venganza atan, paralizan y alimentan una espiral de violencia y confrontación permanente. “El perdón no se opone a la justicia, sino a la venganza”[9].
Conclusión
19.
Este tiempo de Adviento y Navidad es un momento particularmente apto “para que los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión; que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza”[10]. El perdón es un signo distintivo del cristiano (Mt 5,43-48; Lc 6,27-36), no el odio y el rencor. No dejemos pasar la oferta de perdón y de vida nueva que trae consigo el día en que la Virgen María dio a luz a Jesucristo, nuestro hermano y redentor.
Lima, 13 de diciembre de 2003.
Los Obispos del Perú
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1. Medellín. Conclusiones. II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, n.16. 1968.
2. Juan Pablo II. Exhortación Apostólica Postsinodal Iglesia en América, 56.
3. Documento de la Asamblea General del Episcopado sobre la justicia en el mundo, para el Sínodo de los Obispos # 2. Agosto, 1971.
4. Juan Pablo II, Ayacucho, 1985.
5. Medellín. Conclusiones. II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, n.16. 1968.
6. Pablo VI. Carta Encíclica sobre el desarrollo de los pueblos, 1967, n.53.
7. Juan Pablo II. Mensaje para la Cuaresma de 1996.
8. Catecismo de la Iglesia Católica, 2487.
9. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2002
10. Plegaria Eucarística sobre la Reconciliación II.