Obispos del noroeste mexicano ante el narcotráfico y la violencia social

MONTERREY, viernes, 3 junio 2005 (ZENIT.orgEl Observador).- Los obispos de la región pastoral noreste de México, ha emitido el día de hoy un comunicado en el que la Iglesia responde a los graves problemas de narcotráfico y violencia que están viviendo los estados fronterizos del país con Estados Unidos.

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En opinión de los obispos mexicanos, los valores –base fundamental de la vida de un pueblo– se están destruyendo; principalmente, el valor supremo del respeto a la vida humana.

En lo que va del año 2005, los estados de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila, así como la región de la huasteca de San Luis Potosí, han sufrido una oleada de violencia, producto del «reacomodo» de las bandas de narcotraficantes y el aumento del tráfico de drogas hacia los Estados Unidos.

De ahí la urgencia de este documento, que representa una llamada pastoral a los católicos y a los hombres y mujeres de buena voluntad de México para enfrentar con las armas de la fe el flagelo del narcotráfico en el país

NARCOTRÁFICO Y VIOLENCIA SOCIAL
Declaración de los Obispos de la Región Pastoral Noreste

Así dice el Señor: «Practiquen el derecho y la justicia […] no maltraten ni hagan violencia […] no derramen sangre inocente en este lugar» (Jer 22, 2-3).

I SITUACIÓN QUE VIVIMOS

Los Obispos de la Región Noreste de México, como parte que somos de la sociedad, compartimos con los demás habitantes de estos pueblos y ciudades el ambiente de tensión, de inseguridad, de temor y desconfianza que provocan las acciones violentas.

Nos referimos a las cada vez más frecuentes ejecuciones de civiles, de autoridades, de ex funcionarios públicos y de periodistas; además, «levantones», secuestros, irrupciones en domicilios particulares o lugares públicos.

Los operativos de parte de los cuerpos de seguridad y del ejército, con despliegues espectaculares, generan en el estado de ánimo de la población zozobra, sensación de impotencia, desánimo y desconfianza en las autoridades; por otra parte, dichos operativos no resuelven convincentemente un problema que continúa creciendo como una espiral demoledora, que masacra de múltiples maneras a las personas, a las familias, y de un modo particular a los jóvenes y a los niños.

Lamentamos que en las calles de nuestras ciudades, en los ejidos y pequeñas poblaciones se acrecienten los espacios que sirven a lo que se conoce como el «narcomenudeo», sean tienditas o domicilios particulares. También es deplorable que, sea por necesidad, por ignorancia o por ambición de dinero, siga incrementándose el número de personas que se prestan al tráfico de estupefacientes, y lo más grave es que algunas autoridades se hagan cómplices para que tanto el tráfico, como la distribución se realicen impunemente.

Ante este panorama que refleja una cultura de muerte corremos el riesgo de perder muchos de los valores humanos trascendentes, que le dan cohesión y estabilidad a la sociedad.

II VALORES QUE SE DESTRUYEN

Queremos mencionar algunos de los valores que se ven afectados por el narcotráfico y la violencia social que lleva consigo.

1. LA VIDA

En la realidad que palpamos, en medio del ambiente que crea el narcotráfico, experimentamos que se va desarrollando el desprecio a la vida humana, siendo que ésta es el don fundamental más preciado que hemos recibido del Creador, pues llevamos en ella su imagen y semejanza.

Este es un don que debemos cuidar tanto en nosotros mismos como en los demás. En el flagelo del narcotráfico, en todas sus fases, existe una fuerza interna, que atenta directamente contra la vida humana, o porque se le elimina violentamente, o porque se le destruye poco a poco, víctima de las adicciones. No debemos olvidar que permanece el mandamiento de Dios: «No matarás», porque sólo Él es dueño de la vida.

2. LA DIGNIDAD DE LA PERSONA

Descubrimos igualmente, una total desvalorización de la dignidad de la persona, pues por encima de ella se está poniendo la búsqueda desmedida del dinero, con todos los intereses mezquinos y acciones fraudulentas que conlleva.

En efecto, la persona debe ser valorada, respetada y amada por sí misma y no puede ser utilizada y nadie tiene derecho a degradarla ni a destruirla.

3. EL TRABAJO

El trabajo es un factor inherente a todo ser humano, que contribuye al desarrollo y dignificación de la persona que lo realiza y de la sociedad que se ve beneficiada por el servicio que se le ofrece.

El narcotráfico denigra el sentido legítimo del trabajo, ya que busca el enriquecimiento fácil y rápido a través de una ganancia ilícita, y los efectos de sus acciones dejan una estela de corrupción, de muerte y destrucción de personas y del tejido social y familiar.

Lamentablemente, en ese medio se pierde la conciencia y la valoración de lo que significa la realización de un trabajo digno, que testimonie el esfuerzo personal y la contribución a la comunidad en la que se vive; por ello no se vislumbran con claridad las nefastas consecuencias y los riesgos que corren, junto con sus familias, las personas que deciden colaborar con el narcotráfico.

4. LEGALIDAD

Las leyes que se elaboran para proteger a la persona y regular las relaciones entre los individuos en la sociedad, están siendo quebrantadas por quienes ejercen el negocio del narcotráfico y quienes, desde diversas instancias, se hacen sus colaboradores, cómplices y protectores.

Sin duda que la corrupción y la impunidad lesionan el estado de derecho y conducen a socavar las bases legítimas que sustentan el tejido social. Se crean vacíos de poder que abren la puerta a la ingobernabilidad y a la sospecha latente, por parte de la ciudadanía, ante quienes ejercen la autoridad.

III REFLEXIÓN QUE OFRECEMOS

No podemos permanecer impasibles y callados ante el estruendo de la violencia, que sigue bañando de sangre esta región de México y la ola silenciosa, no menos destructiva que va generando el consumo de estupefacientes. Paralelamente a esto, constatamos los efectos y nexos demoledores que aparecen en nuestra sociedad, y que tienen relación directa con el narcotráfico, como el lavado de dinero, la prostitución, el tráfico de armas, la violencia intrafamiliar, el soborno, la agresividad social, el resquebrajamiento de la salud psíquica y física, entre otros.

Esta realidad manifiesta la ausencia y el vacío de Dios, porque en la medida que excluimos la existencia y la autoridad de Dios, quedamos desprotegidos y a merced del mismo hombre, de modo que el más ambicioso y poderoso puede decidir quién debe vivir y quién debe morir y cómo. Ante esto se nos presenta el reto de dejar entrar a Dios en nuestras vidas, en la familia y en toda la sociedad. El encuentro con Él nos lleva a la conversión, para erradicar la violencia y trabajar incansablemente por la paz.

Solamente la conversión a Dios nos lleva a tener conciencia de las consecuencias graves que tiene la colaboración con el narcotráfico, sea por acción o por omisión.

Por acción colaboran quienes producen las drogas, quienes las transportan, quienes las distribuyen, quienes las consumen, quienes lavan el dinero producto del narco, quienes en el ejercicio de la autoridad impunemente permiten que se realicen todos estos actos. Por omisión son cómplices quienes no denuncian y quienes teniendo la responsabilidad de aplicar la ley, no lo hace. El Papa Juan Pablo II, consideró todas estas actividades que colaboran con el narcotráfico, como pecados sociales que claman al cielo (Cf. Exhortación Apostólica La Iglesia en América n. 56)

En esta lucha contra el narcotráfico reconocemos también, que la conversión debe llegar a tocar las estructuras de desigualdad social y de exclusión que son de por sí, estructuras violentas, que propician desempleo, bajos salarios, discriminación, migración forzada y niveles inhumanos de vida. Todo esto hace vulnerables a muchas personas ante las propuestas de los negocios ilícitos.

IV LLAMADO QUE HACEMOS

La grave situación provocada por el narcotráfico nos impulsa, como Pastores, a hacer un llamado apremiante a la comunidad de nu
estra Iglesia y a toda la sociedad, a movernos para poner remedio al sufrimiento de tantos seres humanos, frenar las muertes y la destrucción del tejido social que el narcotráfico está produciendo. Creemos firmemente que, desde todas estas situaciones, Dios nos pide actuar valiente y responsablemente.

A quienes están implicados directamente en el narcotráfico

El valor de la vida humana es un don precioso que Dios nos ha regalado y que nadie por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia puede quitar ni hacer daño. Todo lo que sea acabar con ella de manera violenta, no puede tener cabida en una sociedad civilizada y es un pecado que clama al cielo.

Hacemos un llamado vehemente a quienes producen la droga y la transportan, a los que se prestan al comercio del narcomenudeo, a los que la consumen, a los sicarios y a todos los implicados en este nefasto negocio: arrepiéntanse y cambien de vida.

Busquen la vida y no la muerte. Dios está siempre dispuesto a perdonarles, sin embargo este perdón conlleva tener la disponibilidad a no ofenderlo más, reparar los daños y retirarse de esta actividad de muerte.

A las autoridades

Reconocemos la tarea y esfuerzo del Estado por contrarrestar esta plaga catastrófica. Sin embargo, urge demostrar ante la sociedad que este mal se quiere extirpar. La misión de la autoridad es proteger a la sociedad de este mal, que es un problema de seguridad pública y de salud social. También es necesario que se instrumenten procedimientos que den seguridad a quienes denuncian estos ilícitos.

Las autoridades han de tener en cuenta que una de las raíces de este problema, que a ellas les toca solucionar, es la desigualdad social, que niega oportunidades de desarrollo a la mayor parte de la población, y la coloca en la tentación de enajenarse en las adicciones y encontrar una fuente de trabajo en el crimen organizado.

Nosotros creemos que toda autoridad viene de Dios, y que es Él quien pedirá cuenta de la sangre de cuantos han muerto víctimas de la violencia del narcotráfico a toda persona investida de autoridad, que por complicidad o ambición, haya colaborado con ellos.

Urge se revise la legislación que regula este tipo de delitos y se hagan las modificaciones correspondientes, de modo que se dé una acción coordinada de los tres niveles, municipal, estatal y federal, para enfrentarlos con mayor eficacia.

A los comunicadores

Concientes de su importante función social les pedimos fomentar el aprecio por la vida humana, y desde esta perspectiva, los invitamos a desaprobar todo lo que atenta contra ella, de modo particular en este momento el narcotráfico y sus consecuencias. Les pedimos moderación en la difusión de todo aquello que alimenta el clima de violencia en la sociedad y que contribuyan, en cambio, con todo aquello que promueva los valores y la calidad moral de la población.

A los empresarios y a los banqueros

En su papel y esfuerzo por promover un mayor número y mejores empleos para contribuir al bienestar social, se ven muchas veces afectados por la falta de confianza para la inversión que genera el narcotráfico y el crimen organizado.

Sin embargo los exhortamos para que renuncien a toda tentación de lavado de dinero y no separen las exigencias éticas de la administración económica, pues el dinero proveniente del narco, es un dinero manchado y carga con la responsabilidad de la enfermedad y la muerte de miles y miles de hombres y mujeres.

A las familias

Sabemos que el fenómeno del narcotráfico de manera muy particular está afectando a la familia. Por lo que hacemos un llamado a los papás a que asuman la misión de educar a sus hijos, acompañándolos en cada una de las etapas de su vida, en la conciencia de que para el narcotráfico, los principales destinatarios de su mercancía, son los niños y los jóvenes.
A los educadores

En sus manos tienen el deber de subrayar la importancia de los valores humanos, además de estar atentos a cualquier comportamiento extraño de los alumnos, para orientarlos junto con los padres de familia. A la vez vigilen que el narcomenudeo no se filtre al interior de sus escuelas, ni en sus alrededores.

A los adolescentes

Les pedimos que no se dejen seducir por el placer efímero que ofrece una droga. Ustedes viven un momento especial que marca su presente y define su futuro. Ante las constantes propuestas de consumirla acérquense a quienes verdaderamente los estiman y los pueden ayudar a crecer como personas sanas y sin adicciones.

A los jóvenes

Reconocemos en ustedes una fuerza social y transformadora, por ello les exhortamos a no transitar por los caminos que destruyen su vida, es decir, el vicio y la violencia; a no dejarse condicionar por el desaliento y sin sentido de la vida, efecto del hedonismo y el materialismo que los rodea. Aprovechen esta etapa, para edificarse a sí mismos como protagonistas de un mundo más justo. La Iglesia y la sociedad ponen en ustedes su esperanza.

A la sociedad en general

Convocamos a que toda la sociedad se una para que se desapruebe, se denuncie y se castigue al narcotráfico y la violencia que de éste se deriva, y que de una vez por todas se trabaje decididamente contra él.

México es un gran país, que no merece vivir bajo el miedo, bajo la amenaza de unos cuantos que quieren acabar con sus jóvenes, con sus hombres y mujeres, creando una cultura de terror y de muerte.

Como Pastores asumimos el compromiso urgente de continuar luchando por la vida, y hacemos un llamado a la conciencia de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para trabajar unidos en la estrategia que nos lleve a construir una cultura de la vida.

A los Agentes de Pastoral

Urge que todos los agentes de pastoral, obispos, sacerdotes, diáconos, miembros de la vida consagrada, laicos y laicas, en nuestra tarea evangelizadora y catequética anunciemos fuertemente a Jesucristo como único Salvador, hagamos un frente común para fomentar los valores de la vida, la dignidad de la persona y del trabajo, la responsabilidad ciudadana, la honestidad, la justicia y la paz, para favorecer la reconstrucción del tejido social.

A los fieles de la Iglesia

Con todos ustedes hermanos y hermanas en Cristo, como servidores de la sociedad que somos todos, nos proponemos colaborar para combatir los estragos del narcotráfico y la violencia, e impulsar la esperanza en nuestra sociedad, para que sea solidaria, justa y pacífica.

Elevemos nuestra oración confiada y llena de esperanza al Dios de la vida, y a María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, para que siga cuidando a México y a todos los que transitan por nuestras tierras tan queridas.

Evocamos las palabras esperanzadoras del querido y recordado Santo Padre Juan Pablo II en su IV visita a México: «¡Dios te bendiga México, por los ejemplos de humanidad y de fe de tus gentes, por los esfuerzos en defender la familia y la vida!

OBISPOS DE LA REGIÓN PASTORAL NORESTE DE MÉXICO

+ Francisco Robles Ortega
Arzobispo de Monterrey

+ Gustavo Rodríguez Vega + José Lizares Estrada
Obispo Auxiliar de Monterrey Obispo Auxiliar de Monterrey

+ Ramón Calderón Batres + Raúl Vera López, O.P.
Obispo de Linares Obispo de Saltillo

+ Alonso G. Garza Treviño + Ricardo Watty Urquidi, M.Sp.S.
Obispo de Piedras Negras Obispo de Nuevo Laredo

+ Antonio González Sánchez + José Luis Dibildox Martínez
Obispo de Cd. Victoria Obispo de Tampico

+ Roberto O. Balmori Cinta, M.J. + Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Cd. Valles Obispo de Matamoros

Monterrey, N.L.,a 2 de junio del 2005

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ZENIT Staff

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