Discurso del secretario del Consejo Mundial de las Iglesias al Papa

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 16 junio 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que Benedicto XVI dirigió este jueves al reverendo Samuel Kobia, secretario del Consejo Mundial de las Iglesias (CMI) y al séquito que le acompañaba en su visita al Vaticano.

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Su Santidad:
1. Es para mí un gran honor estar aquí, acompañado del Obispo Eberhardt Renz de la Iglesia Evangélica de Alemania, Presidente del CMI, y del Arzobispo Makarios de Kenya e Irinoupolis del Patriarcado Ortodoxo Griego de Alejandría y toda el África, miembro del Comité Central del CMI, así como de mi esposa Ruth y de miembros del personal del CMI. Juntos representamos a la amplia comunidad del Consejo Mundial de Iglesias.

2. Mi visita a Roma se realiza en un momento gozoso y prometedor, sólo pocas semanas después de su elección. Desearía reiterarle la seguridad de que nuestras oraciones lo acompañarán en el ejercicio de su ministerio, que usted ha inaugurado con claros signos de esperanza. Desearía expresar nuestro profundo reconocimiento de uno de sus primeros mensajes en el que afirma que su tarea primordial, su anhelo y su deber urgente será «trabajar sin descanso para reconstruir la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo».

3. Mi visita tiene lugar también en la perspectiva de una larga historia de compromiso común con el único movimiento ecuménico, cuando nos preparamos a celebrar cuarenta años de colaboración entre la Iglesia Católica Romana y el Consejo Mundial de Iglesias por medio del Grupo Mixto de Trabajo.

4. Hemos realizado un largo camino de compromiso común y colaboración, caracterizado por un empeño decidido y fructífero de la Iglesia Católica Romana en la Comisión de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias, de la que usted fue personalmente miembro de 1968 a 1975, así como por la valiosa aportación del personal nombrado por la Iglesia Católica Romana para trabajar en la Comisión sobre Misión y Evangelización y en el Instituto Ecuménico Bossey. Ha sido también un camino señalado por acontecimientos históricos. Recuerdo con agradecimiento las visitas que realizaron al Consejo Mundial de Iglesias sus estimados y cariñosamente recordados predecesores, el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo II. Nos sentiríamos especialmente honrados de recibir también a Su Santidad en el Consejo Mundial de Iglesias, como otro paso concreto en nuestro largo camino hacia la unidad visible.

5. Reconociendo los muchos desafíos del siglo XXI, desearía destacar aquí tres áreas de capital importancia en las que nuestra colaboración podría rendir frutos en beneficio de todas las iglesias y del movimiento ecuménico en su conjunto.

5.1. Espiritualidad. Tanto si hablamos de «espiritualidad del movimiento ecuménico» como de un «ecumenismo espiritual», en último término seguimos el consejo de Dietrich Boenhoeffer de buscar un «espiritual punto de apoyo arquímedeo», un fundamento santo sobre el que podamos mantenernos y desde el cual, como cristianos, podamos ejercer un efecto multiplicador sobre un mundo que necesita transformación y esperanza. Por esta razón, a través de nuestro diálogo y cooperación ecuménicos, basados en el terreno fértil de nuestros respectivos tesoros espirituales, podríamos buscar unidos un lugar estable de claridad moral y confianza en medio del turbulento paisaje humano actual con sus valores mudables, esperanzas inciertas y compromisos evanescentes.

5.2. Formación Ecuménica. La formación ecuménica es un imperativo hoy en día. Invita a la generación más joven a informarse, a participar y a intervenir activamente en los esfuerzos por construir una comunidad en la única casa de Dios. En los últimos decenios, las relaciones entre las iglesias han cambiado radicalmente, pasando del aislamiento al respeto mutuo, a la cooperación y también – especialmente entre las iglesias de la Reforma – a la comunidad eucarística. La historia de la peregrinación ecuménica de las iglesias se está enriqueciendo constantemente. Pero al mismo tiempo, están disminuyendo cada vez más los medios clásicos de formación ecuménica. Se han dado pasos importantes hacia la unidad visible que no se comunican debidamente, ni se reciben plenamente, ni se ponen en práctica en las vidas de las iglesias.

5.3. Eclesiología. Como consecuencia de la labor de la Comisión Especial sobre la Participación Ortodoxa en el CMI, nuestra comunidad está llamada a prestar renovada atención a los presupuestos eclesiológicos que subyacen al compromiso para la unidad cristiana. Así pues, respetándonos profundamente unos a otros, y en el espíritu de compromiso de nuestras iglesias miembro para con la comunidad que comparten dentro del CMI, preguntamos a nuestras iglesias miembro ortodoxas: «¿Hay espacio para otras iglesias en la eclesiología ortodoxa? ¿Cómo puede describirse este espacio y sus límites?» De igual forma, preguntamos a las iglesias pertenecientes a la tradición de la Reforma: «¿Vuestra iglesia, cómo entiende, mantiene y expresa su pertenencia a la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica?»

5.4 Las respuestas a estas preguntas eclesiológicas fundamentales determinarán ciertamente si nuestras iglesias miembro reconocen o no el bautismo de las demás, así como su capacidad o incapacidad para reconocerse unas a otras como iglesias. Influirán también en la forma en que las iglesias entienden el objetivo del movimiento ecuménico y sus instrumentos, incluido el CMI. Por consiguiente, y por muchas razones, desearíamos estimular el diálogo sobre estas preguntas fundamentales no sólo dentro de la Comisión de Fe y Constitución, sino también en nuestras relaciones con todos nuestros interlocutores ecuménicos.

6. Las iglesias miembros del CMI son enormemente diversas. Pero son una sola en su compromiso de vivir su fe cristiana en el mundo de hoy: proclamar esa fe como mensaje de esperanza para la humanidad; encontrar fortaleza en esa fe para resistir a las fuerzas de la sinrazón y el relativismo; encontrar recursos en esa fe para resistir a la injusticia y traer la reconciliación y la sanación a un mundo que las necesita.

7. Reconocemos que nuestra fe es más eficaz y vibrante cuando la vivimos unidos con nuestros hermanos y hermanas en Cristo; que nuestra proclamación y testimonio profético, nuestra misión y servicio adquieren la mayor eficacia cuando podemos orar, confesar, hablar y actuar unidos y no separados. Por ello, desearía concluir volviendo al tema de la unidad. En el bautismo Cristo nos ha hecho propiedad suya. Al hacernos suyos, Cristo nos ha unido inseparablemente a cada uno de nosotros consigo mismo, y con los demás. Nuestro vínculo de unidad es inquebrantable porque no está enraizado en nosotros, sino en Cristo. Somos uno en Cristo. ¡Que todos los cristianos oren y trabajen unidos para que nuestra unidad se haga visible a fin de que todo el mundo la vea!
[Traducción del inglés distribuida por el CMI]

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ZENIT Staff

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