El cardenal Rouco comenta las novedades de este Sínodo

El arzobispo de Madrid recoge sus experiencias de los primeros días

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 7 octubre 2005 (ZENIT.org).- El cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, renunció a una de las pausas del café en las sesiones del Sínodo para comentar con Alfa y Omega y Zenit las primeras experiencias de esta asamblea dedicada a la Eucaristía, la primera experiencia sinodal de Benedicto XVI.

–¿Cuáles han sido las primeras experiencias de estos días de Sínodo?

–Cardenal Rouco: Por un lado, constato la continuidad de la forma y el modo de la celebración de los Sínodos, tal como se concibieron inmediatamente después de concluir el Concilio Vaticano II, pero, por otro lado, también la experiencia contiene aspectos nuevos. Tiene que ver, en primer lugar, con que el que preside el Sínodo es el nuevo Papa Benedicto XVI; y también tiene que ver con ciertos cambios en la metodología de trabajo, que están dando una cierta agilidad al Sínodo. También tiene la novedad de ser el punto final de un año de preparación intensiva por parte de toda la Iglesia, en el aspecto de una experiencia eclesial cultivada, vivida y ahondada en torno al tema de la Eucaristía, y que fue precedida por una gran encíclica de Juan Pablo II, «Ecclesia in Eucharistia», y acompañada por otra muy hermosa, «Mane nobiscum, Domine», que fue, de algún modo, el prólogo para esa muerte santa de Juan Pablo II.

–El primer día, el cardenal Angelo Scola hizo la «relación general» en la que expuso los temas más destacados de este Sínodo. ¿Cuáles han sido los que considera de mayor importancia?

–Cardenal Rouco: En primer lugar, la «relación» del cardenal Scola toma como punto de partida el tema del «Instrumentum laboris», que ha sido dado a conocer ampliamente en toda la Iglesia. Pero ciertamente ha presentado una configuración propia. Se trata de una muy buena «relación general». Yo destacaría en ella tres puntos básicos. Primero, es lo que él llamaba el estupor de la Eucaristía. Desde hace dos mil años, se celebra el sacramento de la Eucaristía como el momento en que la Iglesia se ve sorprendida por un amor muy grande, por un amor absolutamente insuperable. Y vive esa donación actualizada de Cristo en la Cruz y resucitado por nuestra salvación, sin que se canse, por así decirlo; más bien todo lo contrario, sintiendo constantemente la necesidad de volver a celebrarlo y de volver a tenerlo ante sí. Ese estupor hoy sigue vivo, evidentemente, y pastoralmente debemos tratar en el Sínodo de que se mantenga vivo. Es un estupor que tiene que ver con el Misterio Pascual. Si se separa la Eucaristía del Misterio Pascual, de la presencia sustancial de Cristo, entonces, evidentemente, no se produce estupor alguno, sino que se reduce la celebración de la Eucaristía a una pura fórmula de celebración humana, al servicio de intereses puramente humanos de los que participan en ella.

En segundo lugar, he de subrayar la importancia que él ha atribuido a la Eucaristía como don. La Eucaristía es un don del Señor a la Iglesia, no es una posesión de los miembros de la Iglesia a la que ellos tienen derecho por encima de cualquier consideración, de fe, de conciencia limpia, de vida, etc…, sino todo lo contrario, hay que recibirlo con el alma bien dispuesta.

Y, por último, también me ha llamado la atención la categoría de libertad que ha usado en la «relación general» para entender la estructura de ese don. Por un lado, es un don libérrimo, porque es infinitamente amoroso, de Dios Padre que nos da al Hijo, un misterio de la unidad del Espíritu que lo da a la Iglesia. Y, por otro, que apela a una respuesta libre, a la libertad del hombre, que también siente que ha nacido para expresarse en una respuesta de amor. Y de amor con una correspondencia estructural como la del amor de Dios. Es decir, un amor de oblación, un amor de darse, de donarse, respondiendo así al amor de Dios. Eso fue de lo más llamativo en la «relación general». Fue una lástima que no pudiera leer la parte final, sobre la dimensión cristológica, cósmica y antropológica de la Eucaristía, pero creo yo que nos ha colocado muy bien en la pista del Sínodo.

–Alguno que lea los periódicos, quizá tiene la percepción de que, en realidad, aquí se está hablando de temas mucho más específicos. Por ejemplo, de la ordenación de sacerdotes casados. ¿Tienen estas cuestiones dentro de la Asamblea?

–Cardenal Rouco: El cardenal Scola ha ahondado más en la teología que vincula el celibato sacerdotal con el sacerdocio y el ministerio sacerdotal; precisamente en la categoría esponsal del Cristo que se dona a la Iglesia, y la quiere misionera; y en la de una respuesta total del que sirve a la Iglesia en nombre de la misma Iglesia. Estas cuestiones sí van a aflorar, a través, por ejemplo, de la pastoral vocacional, de la evangelización de los jóvenes, de la Iglesia que, donde no vive la fe, tampoco permite que nazcan las vocaciones.

–Una última cosa. Es el primer Sínodo, como usted ha dicho, que vivimos con Benedicto XVI. El lunes dio una aportación particular, una homilía espontánea.

–Cardenal Rouco: Nos hizo un comentario de la lectura de la segunda Carta a los Corintios, capítulo 13, versículo 11, que hizo libremente, pero de una forma, primero, teológicamente bella, honda; segundo, exegéticamente muy fundamentada; y tercero, que es a mí lo que más me ha llamado la atención, una meditación espiritual singularísima y que no tiene nada de artificial, nada de ñoño, sino de algo muy vivido personalmente por él. Al final, resulta una meditación bellísima. Además, desde el punto de vista didáctico, perfectamente ordenada, perfectamente desarrollada, diáfanamente expresada. Es la Carta de los cinco imperativos y una promesa: «Alegraos, hermanos. Aspirad a la perfección. Exhortaos mutuamente. Pensad y sentid lo mismo. Tened la paz. Y entonces el Dios del amor y de la paz estará con vosotros» [en el momento de la entrevista el cardenal llevaba estas palabras escritas para su meditación].

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ZENIT Staff

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