HOLLYWOOD, sábado, 8 octubre 2005 (ZENIT.org).- Los últimos premios de la Academia contemplaron el triunfo de dos películas que promueven un punto de vista favorable de la eutanasia.
«Million Dollar Baby», la historia de una mujer boxeadora gravemente dañada en un combate, ganó cuatro de los principales Óscars, incluyendo al de mejor director para Clint Eastwood. Hilary Swank ganó el de mejor actriz por su interpretación de Maggie Fitzgerald, que terminó postrada por una lesión espinal. Sus súplicas para que se le ayudara a poner a fin a su sufrimiento con la muerte fueron satisfechas.
El Oscar a la mejor película extranjera fue para «Mar Adentro», que presenta el caso real del español Ramón Sanpedro, que quedó tetrapléjico tras un accidente. Sus peticiones para poner fin a su vida fueron rechazadas tras batallas legales, pero finalmente se suicidó bebiendo una mezcla de cianuro.
Los premios ganados por estas películas han atraído la atención sobre la situación de las personas con graves daños o discapacitadas, protestando muchos de que las versiones cinemáticas de los miembros de los discapacitados, tan populares en Hollywood, son tan peligrosas como degradantes.
El periódico británico Telegraph informaba el 23 de enero que la Asociación Nacional de Lesionados de Médula Espinal, una de las organizaciones de personas discapacitadas más respetadas de Estados Unidos, acusaba a Eastwood de una «vendetta contra la discapacidad». La asociación describía la última escena de «Million Dollar Baby» como un «ataque brillantemente ejecutado contra la vida tras una lesión de médula espinal». Los manifestantes de Chicago de la organización Not Dead Yet proclamaban que la película «promueve el asesinato de los discapacitados como la solución al ‘problema’ de la discapacidad».
Matthew Eppinette, del Centro de Bioética y Dignidad Humana, apuntaba en un comentario publicado por la organización el 28 de febrero que la película retrata a los seres humanos como si fueran meros animales a los que hay que evitarles el sufrimiento.
Por el contrario, indicaba, «la eutanasia, el suicidio y el suicidio asistido están mal porque deliberadamente ponen fin a una vida humana – un vida que lleva la imagen de Dios». Además, el ser tetrapléjico no nos impide profundizar en nuestra relación con Dios.
Es cierto que las personas en esta situación sufren muchísimo, apuntaba Eppinette. Pero como el ejemplo de Christopher Revé ha demostrado ampliamente, «incluso las personas más gravemente paralizadas pueden vivir una vida rica y brillante, si se les da un cuidado y un apoyo apropiados».
Testimonios de la vida real
De hecho, mucha gente en esta situación ha publicado sus testimonios que afirmaban su voluntad de vivir. Daniel Timmons, escribiendo en el National Post de Canadá el pasado 8 de octubre, describía cómo perdió la mayor parte del control des sus manos y piernas. Sufre de esclerosis lateral amiotrópica, también conocida como enfermedad de Lou Gherig. «Cada día no es sólo una difícil batalla física, sino también una tortura psicológica», explicaba.
«Por mi propia experiencia, resulta un desafío el propósito de vivir cuando tu cuerpo declina tan rápidamente y el miedo llena tu mente», indicaba Timmons. Sin embargo, se oponía al suicidio asistido, observando que sería más exacto llamarlo asesinato asistido.
Nuestra dignidad no depende de existir sin dolor, añadía. «Si el sufrimiento de la gente les impide ver el valor de vivir, entonces merecen nuestra compasión. Pero nadie debería actuar deliberadamente para matarles».
El New York Times, el pasado 7 de noviembre, presentaba el caso de otra víctima que sufre de la misma enfermedad, Jules Lodish. Los reporteros visitaron su hogar de Bethesda, Maryland, cuando ya llevaba viviendo diez años con la enfermedad. Ahora prácticamente todos los músculos del cuerpo de Lodish están paralizados y escribe en un ordenador crispando los músculos de su mejilla. Al preguntarle que siente sobre su vida, Lodish respondía: «Todavía miro hacia delante cada día».
Linda Manzini, profesora de psiquiatría en la Universidad Sanitaria y Científica de Oregón en Portland, declaró al New York Times que muchos pacientes tienen profundas creencias religiosas que les ayudan a sostenerse, y son capaces «de encontrar esperanza en el futuro, encontrar un significado y tolerar las pérdidas diarias que están experimentando».
Vivir vidas «defectuosas»
Desde Londres, Jane Campbell, comisionado de la Comisión de Derechos de los Discapacitados, habló de su experiencia tras sufrir de atrofia espinal muscular. Escribiendo el 2 de diciembre en el Times, explicaba qué le ocurrió en enero de 2004 cuando fue admitida al hospital con una grave neumonía.
El médico que la trataba le comentó que si ella entrara en una parada respiratoria, «él daba por descontado que no querría ser resucitada ni ser conectada a respiración asistida». Ella contestó: «Por supuesto que querría ser conectada a respiración asistida. El mismo escenario se repitió el día siguiente con otro médico, y Campbell temió por su vida. Asustada de que los médicos la dejaran morir, rechazó dormir durante las siguientes 48 horas.
«Este incidente, y otros similares que atrajeron la atención de la Comisión de Derechos de los Discapacitados, refleja el punto de vista de la sociedad de que personas como yo misma vivimos vidas defectuosas e insostenibles y que la muerte es preferible a vivir con una minusvalía grave», explicaba en el artículo.
También observaba que el concepto de enfermedad terminal no es fácil de definir. Más de una cuarta parte de los médicos que autorizan muertes asistidas en Oregón ha afirmado que no estaban seguros de poder dar un pronóstico preciso seis meses vista.
Otro testimonio reciente vino de España, donde el campeón de paraolímpico de Atenas, José Javier Curto, describió al periódico La Razón que tras 11 años de vivir en una silla de ruedas, debido a una enfermedad muscular, es un firme opositor a la eutanasia.
Nuestras vidas pertenecen a Dios, afirmaba, con o sin sufrimiento. Además, afirmaba que el caso de Ramón Sanpedro no era el caso típico. De hecho, calculaba que la gran mayoría de los paralíticos quieren seguir vivos y se oponen a la eutanasia.
El 6 de febrero el Telegraph informaba de otro caso de Inglaterra, el de la baronesa Chapman de Leeds. La baronesa se sentaba en la Cámara de los Lores, en el momento en que allí se debatía la Ley de Capacidad Mental del gobierno británico. La ley, se decía, abriría las puertas a la eutanasia.
La baronesa nació con una enfermedad de debilidad de huesos. En su nacimiento, los médicos mantuvieron que no sería capaz de comunicarse y que no tendría ninguna función mental apreciable. Ella tomó asiento en los Lores el pasado octubre, y en su discurso condenó la Ley de Capacidad Mental, diciendo: «Si esta ley hubiera sido aprobada hace 43 años, yo no estaría aquí».
Declaró que, unos pocos meses después de su nacimiento en 1961, los médicos la enviaron a su casa, diciendo que no había nada que ellos pudieran hacer por ella. «Me enviaron a casa a morir», afirmó, «y todavía estoy esperando».
Nacida con 50 fracturas de hueso, ha sufrido 600 en total, y con sólo 2 pies y 9 pulgadas de alto ha tenido que superar graves obstáculos. Sin embargo, «creo que, en cualquier situación, a una persona se le deberían dar todas las oportunidades para sobrevivir», defendió.
Compasión verdadera
En un discurso el 12 de noviembre, Juan Pablo II subrayaba los principios éticos que deberían guiar el tratamiento médico. «La medicina está siempre al servicio de la vida», declaró a los participantes en la Conferencia Internacional del Pontificio Consejo para los Asistentes Sanitarios.
Y cuando el tratamiento no pueda superar una grave enfermedad, entonces se deben dirigir los esfuerzos a aliviar al que sufre. En todo caso es importante recordar «la inalienable dignidad de todo ser humano, incluso en las condiciones extremas de una enfermedad terminal», afirmaba el difunto Papa.
La eutanasia puede estar motivada por sentimientos de compasión, o por la falsa idea de preservar la dignidad. Pero en vez de evitar el sufrimiento sólo elimina a la persona, apuntaba el Santo Padre pocos meses antes de morir. Una lección que Hollywood necesita aprender.