ROMA, martes, 11 octubre 2005 (ZENIT.org).- Tres semanas de verano de plena inmersión en China, en contacto directo con muchos rostros católicos, han permitido a Gerolamo Fazzini –codirector de Mondo e Missione— tomar el pulso de la Iglesia en el inmenso país asiático y trazar los desafíos que enfrenta.
De hecho Fazzini realizó para el diario católico del episcopado italiano Avvenire, entre agosto y septiembre, un reportaje en seis entregas, cada una dedicada a una ciudad. Próximamente la revista mensual Mondo e Missione (del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras) publicará un especial sobre la realidad de la Iglesia en China.
Durante su viaje, Gerolamo Fazzini ha tenido oportunidad de encontrarse con obispos, sacerdotes, religiosas y laicos tanto de la comunidad católica «oficial» como de la «clandestina». En esta entrevista concedida a Zenit, recorre sus impresiones y ofrece algunas valoraciones de acontecimientos recientes relativos a la Iglesia en China.
–¿Cómo ve la situación de los cristianos en China? ¿Prevalece el optimismo o la desconfianza?
–Gerolamo Fazzini: Es difícil hacer una valoración global. Las lecturas oscilan entre el optimismo de quien –como David Aikman, autor de un libro que ha hecho discutir, «Jesús en Pekín»– profetiza un luminoso porvenir para el cristianismo en China (especialmente para los protestantes) y el pesimismo de quien ve un futuro incierto, hasta más oscuro que el presente, a la luz del hecho de que el régimen no parece dispuesto a dar pasos en la vertiente de los derechos religiosos.
Visitando China la impresión recibida es que las dos caras, esperanza y desilusión, conviven. Así como conviven el «trigo» de la vitalidad de la Iglesia y la «cizaña» del control político que se hace oír de forma diferente en los momentos y en los lugares (pero no ha renunciado a la pretensión de «gobernar» el hecho religioso) y las tensiones internas en las comunidades cristianas, que tampoco faltan.
–En las últimas semanas se han sucedido dos noticias de signo opuesto: la prohibición del gobierno a la participación de los cuatro obispo chinos invitados por Benedicto XVI al Sínodo y el anuncio, de parte de la superiora de las Misioneras de la Caridad, de que el gobierno ha invitado a las religiosas de la Madre Teresa a ir a China, algo largamente soñado por la fundadora. ¿Cómo leer estos dos hechos tan contradictorios?
–Gerolamo Fazzini: Habría que estar en la «sala de control» para comprender las dinámicas internas del poder. Me limito a observar que tales señales tan contradictorias y enigmáticas confirman el hecho de que algo se está moviendo, si bien es difícil aventurarse en previsiones. Personalmente tengo confianza, partiendo del hecho de que quien guía la historia es el Imprevisible en persona.
–¿Y los católicos chinos? Se habla a menudo, al respecto, de «dos Iglesias». ¿Cuáles son sus relaciones entre sí?
–Gerolamo Fazzini: La situación de la Iglesia católica, es sabido, tiene rasgos del todo particulares en China. Existen dos comunidades (no dos Iglesias; la Iglesia es la misma, la de Cristo): una es la comunidad oficial, la que hace referencia a la Asociación Patriótica de los católicos chinos (APCC), la otra es la llamada impropiamente «clandestina», que no reconoce la autoridad de la APCC. La novedad de estos últimos tiempos es el hecho de que, de una y otra parte, hay quien trabaja por la reconciliación, por superar el impasse. No ciertamente poniendo una lápida en el pasado u olvidando los muchos mártires de ayer o de hoy, sino a la vez buscando salir de una situación que tiene peligro de fosilizarse.
Si bien es verdad que la comunidad clandestina es la más golpeada por la persecución, no hay que pensar que para la comunidad oficial la situación sea de color rosa: también ésta sufre limitaciones en su actividad, como sucede para cualquier presencia religiosa en China. En realidad –aún en forma distinta–, penuria de medios, escasez de personal, dificultades a resistir el ritmo de los cambios de época que China está viviendo son elementos que unen a los fieles de las dos comunidades. Más allá de esto he podido respirar, en ambas, un gran deseo de reconciliación y de unidad, a pesar de las dificultades internas que afligen distintas diócesis. Una agradable sorpresa para mí ha sido ver a miembros de la comunidad oficial manifestar un gran afecto por el Papa y un fuerte amor por la Iglesia universal.
–En su viaje a China, ¿qué le ha impactado más de la vida consagrada de la Iglesia?
–Gerolamo Fazzini: La situación de las religiosas. Porque de ellas no se habla casi nunca y en cambio constituyen una presencia discreta, humilde pero viva. Las he encontrado en Xi’an, en Shangai, en Pekín, incluidas algunas de una zona de Hebei, que es un poco el bastión de las comunidades underground. Visten el hábito sólo en las celebraciones religiosas solemnes; habitualmente llevan ropa normal, sencilla: se las podría confundir con mujeres del lugar. Las religiosas en China es sabido que no pueden pertenecer a ninguna orden o congregación internacional; todas se refieren a una institución diocesana y dependen del obispo local. Muchas de ellas son jóvenes, tienen una gran fe pero, con frecuencia, una formación inadecuada, un respaldo espiritual «a corriente alterna».
–¿Cuál es el aspecto más problemático con el que la Iglesia católica en China se enfrenta hoy?
–Gerolamo Fazzini: Es difícil decirlo. Uno de los puntos fundamentales es la formación del clero y de las religiosas. La larga persecución de las décadas pasadas ha producido daños enormes: falta una generación entera de obispos y sacerdotes; es fácil imaginar qué significa esto en términos de formación. Tal cuestión se enmarca en un problema más general que podríamos definir en la implementación del Vaticano II en la praxis pastoral ordinaria. Será uno de los desafíos cruciales para los nuevos obispos, jóvenes, que en el arco de pocos años tomarán las riendas de la Iglesia en China.
–China está cambiando a una velocidad impresionante. ¿La Iglesia logra aguantar el paso de los cambios, salir al encuentro de los interrogantes que surgen, anunciar a Cristo a las jóvenes generaciones?
–Gerolamo Fazzini: Sí y no. En las grandes ciudades (pienso por ejemplo en Shangai y Pekín) no faltan obispos, sacerdotes y laicos comprometidos que tienen la preparación necesaria para afrontar el volumen de los desafíos que están sobre la mesa. Algunos han estudiado en el extranjero, saben relacionarse con el nuevo contexto. Pero muchos otros se fatigan por descifrar el tiempo presente, a falta de instrumentos adecuados. Pasando de las ciudades al campo, por ejemplo, se advierte también sólo con mirar la iconografía de las iglesia el abismo que separa la realidad urbana del campo profundo. La mayoría de los laicos chinos vive en las zonas rurales, pero el futuro se jugará cada vez más en las ciudades. ¿Logrará el cristianismo del futuro ser elocuente también para los chinos que persiguen la modernidad? Más allá de los problemas ligados al contexto público, ésta me parece la gran apuesta de la Iglesia en China.
–Los datos macroeconómicos hablan de una marcha triunfal de la economía china. Pero el desarrollo social es extremadamente desequilibrado y produce vistosas desigualdades…
–Gerolamo Fazzini: Así es. Viajando por China, aún sólo algunas semanas, como me ha ocurrido a mi, se percibe esta diferencia. Junto a una clase de los que sobresalen, que se han integrado perfectamente en el circuito económico internacional, existe la
masa de la población, especialmente rural, que vive en condiciones de pobreza, sin protección asistencial adecuada. Las autoridades tienen la percepción de esta situación: el presidente Hu Jintao ha dicho que el crecimiento económico debe ir al mismo ritmo que la lucha contra la disparidad entre provincias costeras, más ricas, y regiones del interior, paupérrimas. Por esta razón, el Partido comunista chino está a apunto de lanzar un plan quinquenal para construir una sociedad «más armoniosa y estable»; ya veremos. Lo positivo es la novedad de que el gobierno se está dando cuenta de que no puede garantizar un nivel mínimo de bienestar a la población y por lo tanto poco a poco está abriendo espacios de acción, limitados pero reales, para las ONG. Estamos muy lejos de la subsidiariedad como la entendemos nosotros, pero se trata en cualquier caso de una señal positiva.
–A menudo llegan de China noticias terribles relativas a las prácticas de «control demográfico»: abortos realizados a gran escala, infanticidios (de los que son víctimas sobre todo las niñas), esterilizaciones forzadas. ¿Qué pueden hacer los ciudadanos de los países occidentales para ayudar a China a frenar estos fenómenos?
–Gerolamo Fazzini: Que China tiene un problema de control demográfico está a la vista de todos. Afirmarlo teóricamente no basta: es cuando uno ve las megalópolis rebosantes de multitudes, las metrópolis llenas hasta lo inverosímil, cuando intuye el alcance del problema. ¿Qué hacer? Se puede, por ejemplo, ayudar a China a encontrar los caminos más adecuados para educar en una paternidad y maternidad responsable. ¿Fanta-política? No: ya se introdujo con éxito, hace años, en algunas zonas, la experimentación del método Billings (un método natural de regulación de la fertilidad. Ndr); ¿por qué no sostener la ampliación a gran escala, acompañándolo con una campaña de educación de los jóvenes? Lamentablemente los gobiernos occidentales, en gran parte abortistas, no creo que apoyen –equivocándose— esta solución. Otro camino interesente que se está abriendo, por lo que respecta a Italia, es la adopción internacional de niños chinos.
–¿Qué pueden hacer los cristianos?
–Gerolamo Fazzini: En primer lugar orar: si quien mueve la historia es Dios, a Él hay que pedir con insistencia la ayuda necesaria para nuestros hermanos y hermanas chinos. La Iglesia en China, además, se siente muy confortada por saber que las Iglesias hermanas no la olvidan. En segundo lugar es importante interesarse, conocer: los instrumentos no faltan, desde las agencias católica (como Zenit, AsiaNews) a las revistas especializadas como Mondo e Missione… Fundamental, en mi opinión, es la estrategia de fondo: es necesario expresar el máximo de «simpatía» por el pueblo chino, su cultura riquísima y antigua, y al mismo tiempo hacer pressing sobre las autoridades a fin de que cambien lo que está contra los derechos humanos. Finalmente creo que se debe contribuir también económicamente al sostenimiento de la Iglesia en China. No es algo imposible: los canales existen; basta recordar con quién (instituciones caritativas o misioneras) tiene contactos en el lugar.