* * *
– S. Em. R. Card. Jānis PUJATS, Arzobispo de Riga, Presidente de la Conferencia Episcopal (LETONIA)
– S. Em. R. Mons. Jean-Pierre KUTWA, Arzobispo de Gagnoa (COSTA DE MARFIL)
– S. Em. R. Mons. Oswald Thomas Colman GOMIS, Arzobispo de Colombo, Secretario General de la Federación de las Conferencias de los Obispos de Asia (F.A.B.C.) (SRI LANKA)
– S. Em. R. Mons. Fernando R. CAPALLA, Arzobispo de Davao, Presidente de la Conferencia Episcopal (Davao, FILIPINAS)
– S. Em. R. Mons. Angel FLORO MARTÍNEZ, I.E.M.E., Obispo de Gokwe (ZIMBABUE)
– S. Em. R. Card. George PELL, Arzobispo de Sydney (AUSTRALIA)
– S. Em. R. Mons. Joseph MERCIECA, Arzobispo de Malta, Presidente de la Conferencia Episcopal (MALTA)
– S. Em. R. Mons. Zbigniew KIERNIKOWSKI, Obispo de Siedlce (POLONIA)
– S. Em. R. Mons. Hil KABASHI, O.F.M., Administrador Apostólico de la Administración Apostólica de Albania Meridional, Obispo titular de las Torres de Bizacena (ALBANIA)
– S. Em. R. Mons. Fulgence RABEMAHAFALY, Arzobispo de Fianarantsoa (MADAGASCAR)
– S. Em. R. Card. Attilio NICORA, Presidente de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (CIUDAD DEL VATICANO)
– Revmo. P. Ottaviano D’EGIDIO, C.P., Prepósito General de la Congregación de la Pasión de Jesucristo
– S. Em. R. Mons. Emile DESTOMBES, M.E.P., Vicario Apostólico de Phnom-Penh, Obispo titular de Altava (CAMBOYA)
– S. Em. R. Mons. Zygmunt ZIMOWSKI, Obispo de Radom (POLONIA)
– S. Em. R. Mons. Franjo KOMARICA, Obispo de Banja Luka (BOSNIA-HERZEGOVINA)
– S. Em. R. Mons. Luigi PADOVESE, O.F.M. CAP., Vicario Apostólico de Anatolia, Obispo titular de Monteverde (Anatolia, TURQUÍA)
– S. Em. R. Card. Marc OUELLET, P.S.S., Arzobispo de Québec (CANADÁ)
– S.E.R. Mons. Joseph ZEN ZE-KIUN, S.D.B., obispo de Hong Kong (Xianggang) (CINA)
– S.E.R. Mons. Estanislao Esteban KARLIC, arzobispo emérito de Paraná (ARGENTINA)
* * *
– S. Em. R. Card. Jānis PUJATS, Arzobispo de Riga, Presidente de la Conferencia Episcopal (LETONIA)
En las iglesias parroquiales, el lugar particularmente idóneo (en el presbiterio) para el Santísimo es el altar mayor que acoge el tabernáculo. En este caso, el altar mayor con su retablo es verdaderamente el trono de Cristo Rey, y atrae las miradas de todos aquéllos que están en la iglesia. La presencia del Santísimo en el área principal de la iglesia da a los fieles la ocasión de adorar a Dios también fuera del sacrificio de la Misa (por ejemplo, durante el intervalo de tiempo entre los oficios divinos). De hecho, van a la iglesia para rezar, no para conversar. Antes de la Comunión es deber de los sacerdotes invitar a los fieles a la confesión individual de los pecados. El mejor lugar para la confesión de los fieles es el confesionario, colocado en la iglesia y construido con una celosía fija entre el confesor y el penitente. En la medida de lo posible, los sacerdotes deben favorecer las condiciones para que los fieles accedan a la Penitencia: en efecto, si los hombres y las mujeres mueren en pecado, cualquier otro esfuerzo pastoral es vano. Es oportuno reservar cada día un tiempo para la confesión, en horas preestablecidas, especialmente antes de la Misa. Si queremos verdaderamente renovar la vida espiritual del pueblo, nos está consentido dejar el confesionario sólo cuando el último penitente ha recibido el perdón. A los sacerdotes y a los laicos que generalmente participan en la mesa del Señor cada día, se debe aconsejar la confesión individual más o menos una vez al mes. Para los demás, la confesión es necesaria al menos cada vez que acceden a la Comunión.
En general, hay que eliminar el abuso de acceder a la Comunión sin el sacramento de la Penitencia. En el pasado, se tenía la costumbre, durante la Misa, de ir en procesión a la Comunión, pero con el paso del tiempo esta práctica fue justamente rechazada por un motivo pastoral. Como sabemos, en la iglesia el pueblo tiene un comportamiento colectivo: todos responden a las palabras del sacerdote, todos, sentados, escuchan las lecturas de las Sagradas Escrituras, todos están en pie durante el Evangelio, todos se arrodillan en la consagración y, (¡cosa que nos entristece!) todos se levantan para participar en procesión a la Comunión – entre ellos también el fariseo y el publicano, el penitente y el no penitente. Los fieles temen no participar en esta procesión, ya que de ese modo se exponen públicamente como indignos. Esta es la causa de que este abuso haya prevalecido tanto. ¿Qué hay que hacer? Hay que renovar la costumbre de acceder individualmente a la Comunión para preservar la libertad de conciencia. La Misa es una acción común, pero la Comunión tiene que ser individual.
[Texto original: latino]
– S. Em. R. Mons. Jean-Pierre KUTWA, Arzobispo de Gagnoa (COSTA DE MARFIL)
En esta ponencia quisiera referirme al número 25 del Instrumentum Laboris que trata de “la relación entre la Eucaristía y los fieles”.
En Costa de Marfil constatamos con sorpresa que los laicos participan masivamente en las celebraciones eucarísticas del domingo, hasta el punto de que no caben en los grandes edificios religiosos. Y esta participación aumenta durante las grandes fiestas litúrgicas. También debe destacarse que en muchas parroquias el número de fieles que participa en la Misa durante la semana está aumentando permanentemente.
Desgraciadamente, esta participación de masa en la Eucaristía se reduce con frecuencia a los aspectos exteriores. No todos entienden el verdadero sentido que nace de la fe en Jesús, hijo de Dios. Entre las múltiples causas de esta situación, recuerdo el que se refiere a la ignorancia de la Palabra de Dios. En efecto, la fe no nace escuchando la Palabra, ¿no será que crece por el contacto con esas mismas “palabras que … son espíritu y son vida?” (cfr. Jn 6,63)
Para nadie es un secreto que, durante muchos años, la mayor parte de los fieles sólo ha tenido acceso a la Palabra de Dios a través de la predicación de los agentes pastorales. Situación que en muchos fieles ha llevado inexorablemente a una evidente ignorancia de la Sagrada Escritura. San Jerónimo decía “que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”.
Creer en Jesús es acoger su Palabra y aceptar ponerla en práctica. Efectivamente la escucha y la meditación de la Palabra de Dios nos permite, en un cierto sentido, conocer la persona de Cristo, asimilarla y amarla hasta el punto de desear recibir su Cuerpo como un ciervo anhela el agua viva.
¿Qué debemos hacer para que la Palabra de Dios sea conocida mejor ? Se debería dar “derecho de ciudadanía” al apostolado bíblico que todavía no se conoce en muchas parroquias. Esto podría enseñar a los fieles la costumbre de acercarse a la Biblia regular y asiduamente. Para nosotros es urgente conseguir impulsar en las almas de nuestros fieles el hambre del conocimiento de la Palabra de Dios.
Leyendo y meditando la Palabra de Dios, y comprometiéndose a vivirla, la mirada del fiel se agudizará y Jesús aparecerá como el verdadero pan venido del cielo del que necesita absolutamente.
Puesto que la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía están íntimamente relacionadas, mi deseo es que el argumento del próximo Sínodo de Obispos trate de la Palabra de Dios, para que podamos profundizar en el misterio de la fe que es la Eucaristía
[Texto original: francés]
– S. Em. R. Mons. Oswald Thomas Colman GOMIS, Arzobispo de Colombo, Secretario General de la Federación de las Conferencias de los Obispos de Asia (F.A.B.C.) (SRI LANKA)
Si bien los venerables Padres de este Sínodo han hablado mucho sobre el aspecto doctrinal de la Eucaristía, creo que se podría añadir algo a lo que ya se ha dicho al respecto de forma clara en los documentos Ecclesia de Eucharistia , Redemptoris Sacramentum y Mane nobiscum domine. Para los aquí presentes, es más importante profundizar en los aspectos p
astorales de la cuestión y ver como podemos impulsar esta devoción para poder hacer que el Señor eucarístico esté en los corazones y en las mentes de nuestros fieles en su vida cotidiana.
Junto con esta enseñanza, debemos promover un testimonio visible de nuestra fe en el Señor eucarístico. Y esto se debe hacer con hechos más que con palabras. Aquí se ha hecho ya referencia a muchos abusos y aberraciones en la celebración de la Eucaristía y a la evidente falta de respeto hacia el Santísimo Sacramento. Naturalmente, tales abusos por parte de los ministros de la Eucaristía están destinados a minar la fe de la gente y afectan sobre todo a la generación de los jóvenes. Se ha hecho referencia al laicismo y al relativismo. Es una pena que se estén introduciendo incluso en Asia.
En el respeto de las normas litúrgicas comunes, debemos hacer un estudio exhaustivo de los modelos culturales de los distintos fieles e integrarlos en nuestra liturgia. Los modelos culturales difieren de continente a continente y a menudo de país a país. Por eso, los liturgistas deberán estudiar en las respectivas áreas estos modelos e integrar en la adoración de la Eucaristía las formas de suprema adoración.
El documento no subraya un significado muy importante de la Eucaristía, que podría dar ricos frutos pastorales. Se trata de la conversión. La Eucaristía es una conversión, de la comunidad cristiana y de cada uno de los cristianos, al Cuerpo de Cristo. Este nexo entre Cuerpo eucarístico y Cuerpo místico lo explica san Pablo en 1Co, 11 y 12. Tenemos que insistir en el hecho de que esta trasformación es el objetivo del misterio eucarístico.
Para concluir: existe actualmente el grave problema del fundamentalismo cristiano que afecta a nuestra fe en la Eucaristía. El Sínodo tiene que tomar en consideración este peligro. De otra forma, sería como plantar un bonito árbol – nuestra fe en la Eucaristía – mientras un peligroso virus lo ataca.
[Texto original: inglés]
– S. Em. R. Mons. Fernando R. CAPALLA, Arzobispo de Davao, Presidente de la Conferencia Episcopal (Davao, FILIPINAS)
En el centro de la Liturgia Eucarística hay un dinamismo por medio del cual Jesús se revela a sus discípulos. A partir de este proceso sagrado se vuelven más profundos la comunión y el compromiso auténticos.
El dinamismo está constituido por tres movimientos relacionados entre sí: a) el movimiento descendente de la Liturgia de la Palabra, b) el movimiento ascendente de la Oración Eucarística y c) el movimiento descendente de la Paz y de la Comunión Eucarística.
El primer movimiento es análogo a la dinámica del Evangelio de san Juan, allí donde afirma que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (1,4). De modo análogo Jesús desciende a la Sagrada Liturgia por medio de las Sagradas Escrituras, el celebrante y la asamblea de fieles, justo como hizo durante su vida pública.
En el segundo movimiento, Jesús asciende, junto con el celebrante y la asamblea de fieles, desde donde están ellos hasta donde está Él, es decir, hasta el pan y el vino consagrados, transformados en su Cuerpo y en su Sangre. Aquí, tanto el celebrante como la asamblea de fieles lo contemplan de modo más intenso como don auténtico en medio de ellos.
En el tercer movimiento, Jesús desciende una vez más hasta el celebrante y la asamblea de fieles. Él les lleva la paz eucarística y les revela su misión como discípulos comprometidos.
[Texto original: inglés]
– S. Em. R. Mons. Angel FLORO MARTÍNEZ, I.E.M.E., Obispo de Gokwe (ZIMBABUE)
La Conferencia Episcopal de Zimbabwe realizó su Asamblea Plenaria el pasado abril sobre el tema: “En nuestro camino de vida, el Señor Jesús está presente en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía”. Y fue convocada para responder al año de la Eucaristía y a una precedente llamada del SECAM para celebrar el año de la Biblia en África en 2005.
El Instrumentum Laboris nos recuerda todo esto en el número 46: “La liturgia de la Palabra junto a la liturgia Eucarística, califica la celebración como un único acto de culto”. También los números que van del 54 al 56 tratan el mismo argumento.
Nuestras liturgias eucarísticas convocan a muchas personas y constituyen efectivamente una fiesta y una celebración, con una participación activa que se expresa con la alegría y el gozo de los fieles por medio de cantos y danzas.
Quisiera presentaros los principales desafíos que nuestros fieles deben afrontar, los cuales no son de naturaleza teológica sino de naturaleza pastoral:
1. La primera dificultad es la disponibilidad y el acceso a la Eucaristía para muchos de nuestros católicos.
La escasez de sacerdotes y el hecho de que nuestros fieles están diseminados en vastas zonas rurales, que además sólo disponen de un sacerdote para celebrar la Eucaristía, una o dos veces al mes o a veces más.
Esta situación desafía la centralidad de la Eucaristía en la vida de nuestros fieles. ¿Pueden nuestras comunidades rurales que, sobre todo, se basan en la celebración de la Palabra, ser llamadas comunidades eucarísticas? Éste es un problema interesante que podría discutirse en nuestros grupos.
2. El segundo desafío es la relación entre la Eucaristía y el matrimonio. En concreto, la Conferencia Episcopal de Zimbabwe ha publicado este año una segunda Carta Pastoral de la Eucaristía sobre este argumento, exhortando a los fieles a que aprecien la importancia de la Eucaristía y su relación con la dignidad del sacramento del matrimonio, y animándoles a que regularicen su situación. Muchos católicos que en su juventud se acercaban a la Eucaristía ya no lo hacen en su vida adulta a causa de sus matrimonios irregulares.
3. La Eucaristía y el sacramento de la Penitencia proponen un tercer desafío. Nuestros fieles entienden la relación entre la Eucaristía y el sacramento de la Penitencia y se acercan con frecuencia a este sacramento. Se considera la penitencia como un acto de “lavarse las manos” antes de la comida, que es una costumbre muy extendida; y la Eucaristía es esta comida. Entre nuestros jóvenes las nuevas tendencias parecen no apreciar la confesión como antes se hacía. Esta constituye un reto para nuestros sacerdotes y operadores pastorales.
4. Para muchos de nuestros fieles la Eucaristía es, antes que nada, un alimento que tiene sus raíces en la última cena del jueves santo y no tanto un sacrificio que abraza el entero misterio pascual. Habría que ofrecer a los fieles una catequesis profunda sobre la Eucaristía entendida como sacrificio. Ellos, evidentemente, tienen la capacidad de comprender este aspecto a la luz de su fe tradicional.
5. La Eucaristía y su dimensión social entre nuestra gente.
Nuestros fieles todavía tienen mucho camino que recorrer para entender la Eucaristía como fuente y necesidad para compartir con los demás sus riquezas y posesiones con un espíritu de solidaridad y como expresión de su comunión con Cristo y su Iglesia. Es decir, un compromiso verdadero para construir una sociedad más fraterna y más justa.
Otro reto que también tenemos por delante es cómo hacer la Eucaristía más importante para los enfermos, los minusválidos físicos y mentales, las minorías marginadas, los prófugos y refugiados.
“La Iglesia celebra la Eucaristía y la Eucaristía construye la Iglesia” Éste es el desafío más grande para todos nosotros.
[Texto original: inglés]
– S. Em. R. Card. George PELL, Arzobispo de Sydney (AUSTRALIA)
Muchos padres sinodales han hablado de los problemas encontrados por la Iglesia en todo el mundo. Algunos están causados por nuestros errores.
El Concilio Vaticano II ha traído grandes bendiciones y progresos sustanciales, por ejemplo, la continua expansión misionera y los nuevos movimientos y comunidades. Pero después ha venido también algo de confusión, una cierta decadencia, sobre todo en occidente, y un montón de defecciones. No sirven sólo las buenas intenc
iones.
Dos sectores en decadencia en Oceanía están representadas por el número de vocaciones sacerdotales en Australia y en Nueva Zelanda (pero no en toda Oceanía) y por la evidente confusión en la proliferación de ministros de la Eucaristía.
Mis sugerencias a este Sínodo sobre cómo afrontar estas “sombras”serían el mantenimiento de la Iglesia latina de tradición antigua y la disciplina del celibato obligatorio para el clero diocesano y las órdenes religiosas. Perder esta tradición ahora supondría un grave error que provocaría confusión en las zonas de misión y no fortalecería la vitalidad espiritual del primer mundo. Significaría un distanciamiento de la práctica del Señor, llevaría graves desventajas prácticas a la acción de la Iglesia -es decir, financieros- y debilitaría el significado de “signo” del sacerdocio; debilitaría además el testimonio del sacrificio de amor y de la realidad de los Novísimos, y el premio del cielo.
Tenemos que recordar la situación de la Iglesia hace quinientos años, antes de la Reforma. Era una pequeña, débil comunidad separada de Oriente. La enorme expansión de entonces y la purificación de los vértices de la Iglesia (imperfecta pero sustancial) se dieron sobre todo gracias a las vidas de monjas, frailes y sacerdotes célibes. Los recientes escándalos sexuales no han invalidado estos éxitos.
Pido al Sínodo que prepare otra lista de sugerencias y criterios para regular el servicio a la Eucaristía, sobre todo los domingos.
“Liturgias en espera de sacerdote” sería mejor que “Liturgias sin sacerdote”. No existe algo como “liturgia conducida por laicos”, porque los laicos pueden conducir sólo las oraciones devocionales y las paraliturgias. La sugerencia del Arzobispo Paolo de Haiti de que usemos el término “ministros extraordinarios de la Santa Comunión” es mejor que la de usar “ministros de la Eucaristía”.
Querría apoyar la propuesta de redactar una lista de homilías temáticas para el año litúrgico. Uno de estos temas debería ser la naturaleza de la Eucaristía y el papel esencial del sacerdote ministerial.
Los servicios eucarísticos o las liturgias de la Palabra, cuando haya sacerdotes disponibles, no deberían delegarse. Estas inútiles sustituciones de persona no están siempre motivadas por el hambre de Pan de Vida, sino por la ignorancia y la confusión, puede que hasta por la hostilidad hacia el ministerio sacerdotal y los sacramentos.
¿Hasta qué punto las celebraciones regulares de los servicios eucarísticos, un domingo tras otro, representan un verdadero desarrollo, y no una distorsión, una protestantización que corre el riesgo de llevar a confusión incluso a quien va normalmente a Misa?
[Texto original: inglés]
– S. Em. R. Mons. Joseph MERCIECA, Arzobispo de Malta, Presidente de la Conferencia Episcopal (MALTA)
Referencia nº 65 del Instrumentum Laboris “De la celebración a la adoración”: repercusiones y consecuencias que el culto eucarístico tuvo sobre la vida eucarística de la Iglesia antes y después de la Reforma litúrgica del Vaticano II.
La expresión “culto eucarístico” comprende actos de culto hechos a la Eucaristía fuera de la Misa, como la adoración Eucarística, las Cuarenta horas y la fiesta del Corpus Christi, con los que profesamos nuestra fe en la divinidad de Jesús, Dios y Hombre, en el pan y el vino consagrados que sobran después de la comunión y la adoración.
En los primeros tiempos, la Eucaristía no siempre se consumía durante la ceremonia eucarística. Se conservaba después de la celebración para darla en viático a los enfermos; otros recibían la Eucaristía y la llevaban a sus casas. En estos casos, se trataba de comunión fuera de la Misa, pero conservaba un íntimo vínculo con ella.
Más adelante, el culto eucarístico se desarrolló separándose de la celebración eucarística y tuvo su identidad y autonomía propia. La gente no participaba en la Misa, estaba más interesada en la elevación lo más alto posible de la hostia que en la celebración misma. La gente tenía necesidad de ver a Cristo, que antes se conservaba en el “secretarium”, y de estar en adoración silenciosa. Así se llevó a cabo el paso de la celebración a la adoración.
El Concilio de Trento, que había ratificado contra los Reformadores que en la hostia consagrada que sobraba al final de la Misa permanecía el Cuerpo del Señor y que se dejaba para la adoración del pueblo, distanció aún más la celebración eucarística.
El interés principal se centraba en la presencia de Jesús en la Eucaristía y, por tanto, en la adoración, mientras que la celebración eucarística se dejaba en segundo plano. Se convirtió así en algo absoluto un aspecto que, si bien esencial para el ministerio de Cristo como es Su presencia real y la adoración eucarística, no representa la totalidad que se manifiesta en la celebración eucarística. En efecto, en ésta se encuentra la comunidad que escucha la Palabra de Dios, la conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, la ofrenda al Padre del sacrificio de la cruz sobre el altar y la comunión con el Cuerpo de Jesús que hace a la Iglesia una y santa.
Esta situación oscura fue iluminada por la Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II y por otros documentos pontificios, como el documento Eucaristiae Sacramentum et Inestimabile donum. Aquí se afirma que la celebración de la Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana y que en la Iglesia todo mana, como de una fuente, de las celebraciones de la Eucaristía, y todo conduce y debe conducir a ella, como su finalidad.
Las afirmaciones de estos documentos no quieren poner en duda la validez del culto eucarístico que ha sido para muchísima gente una de las fuentes principales de su santificación. La verdad es que la Reforma litúrgica aspira a situar el culto eucarístico en su auténtica perspectiva: reconocer el lugar central que debe tener en la vida de la Iglesia como medio indispensable de santificación. Su sitio está dentro de la celebración eucarística y no en paralelo con la Misa. El culto eucarístico no es autónomo e independiente de la Misa, no la sustituye, sino que está relacionado con ella.
Lejos de quitar validez al culto eucarístico, la Reforma litúrgica aconseja vivamente el culto de adoración de la Eucaristía por los frutos espirituales que ésta comporta.
[Texto original: italiano]
– S. Em. R. Mons. Zbigniew KIERNIKOWSKI, Obispo de Siedlce (POLONIA)
1. Los signos litúrgicos y el peligro de abusos: uno espectro muy amplio
La liturgia se cumple a través del lenguaje de los signos (IL 58) aunque es la obra de Dios (IL 42). No hay signo más elocuente que el hecho de partir el pan -cuerpo de Cristo- y dividirlo para comunicar en la realidad. Cuando en la liturgia se hace bien este gesto – naturalmente tras una adecuada catequesis – habla directamente a quien participa en ella de un modo actual y actualizador.
Se notan varios abusos en la celebración eucarística, especialmente cuando falta o no es suficiente el respeto hacia la Eucaristía. Pero planteo una pregunta: ¿no constituye acaso un abuso cada error en el lenguaje de los signos, cuando se quita a los participantes en la Eucaristía la posibilidad de que el Misterio penetre en su vida, rompiendo el yugo del hombre viejo? ¿No es aún más evidente esto cuando no se da el cáliz para beber de él?
Dado que he vivido la experiencia del camino neocatecumenal – desde el principio al fin – puedo dar testimonio de que la celebración que se hace poniendo atención en la Palabra y en los signos, especialmente la fracción del Pan y la participación del Cáliz, hace milagros. He visto a muchas personas reconciliarse con su historia, la reunificación de los matrimonios en crisis, muchos cónyuges abiertos a la vida para formar familias numerosas, muchos jóvenes que han vuelto a encontrar la orientación en la vida según el Evangelio y muchas vocaciones a la vi
da consagrada y al sacerdocio. El común denominador de todo esto es la participación en el misterio de la Palabra y del Sacramento celebrado con abundancia de signos.
2. Algunas propuestas
1. Propongo que se asegure la posibilidad de usar plenamente los signos, con el fin de que la liturgia pueda cumplir su carácter y su valor formativo y constitutivo para la vida cristiana.
2. Hay que prestar más atención a la catequesis formativa, en la que no habría que explicar sólo didácticamente los signos, sino que habría que introducir a los fieles o catecúmenos al misterio a través de la mistagogia.
3. Tener cuidado de que no haya abusos, ni en el sentido de la falta de respeto y de distracciones de las que se habla a menudo, como tampoco en el sentido restrictivo, es decir, de descuidar o ignorar lo que expresa la dinámica de la Eucaristía. Especialmente observo:
– Es bueno acentuar el carácter y el valor del sacrificio en la Eucaristía, pero es malo -y es un abuso, en el sentido de falta- que se infravalore y no se haga presente el aspecto del banquete que comunica y pone en comunión, es decir, crea el Cuerpo.
– Es bueno subrayar el aspecto de la presencia real, pero es malo -y es un abuso de omisión- cuando a causa del respeto -quizás malentendido a veces-, no se usan los signos como, por ejemplo, la materia del pan que debería tener aspecto de alimento (ut cibus appareat IGMR 321) y no se concede beber el cáliz cuando esto es posible (y es recomendable por dilucidiorem signi sacramentalis formam – IGMR 14, 281).
– Es bueno valorar el momento de la consagración, pero es malo -y es también un abuso- que falte una buena expresión de la doxología que a veces en las celebraciones incluso pasa casi inadvertida; como también la respuesta de la asamblea, es decir, la aclamación “Amén”.
– Es igualmente malo -y es también un abuso- que no se prepare y no se haga bien una parte tan esencial de la Eucaristía como es la liturgia de la Palabra.
– Además, es seguramente malo, desde el punto de vista pastoral y eclesial, no valorar el papel de la asamblea, especialmente en la Eucaristía dominical, y es únicamente el sacerdote quien “dice la misa” – como si hiciera un servicio a un grupo o incluso a alguna persona según las intenciones privadas pagadas previamente.
[Texto original: italiano]
– S. Em. R. Mons. Hil KABASHI, O.F.M., Administrador Apostólico de la Administración Apostólica de Albania Meridional, Obispo titular de las Torres de Bizacena (ALBANIA)
Las tres dimensiones de la fe cristiana, martyria, liturgia e diakonia, constituyen el centro del ser cristianos y de la identidad cristiana. Asimismo , martyria y diakonia encuentran en la liturgia su esencia, fuerza y perspectiva.
Por otra parte ¿cómo se puede pensar que tantos mártires en Albania hayan sido durante tantos años discriminados, arrestados, perseguidos y asesinados porque fueron testigos de la fe cristiana, sin la fuerza de la fe profunda en Jesucristo y en su presencia en la Eucaristía?
Todavía hoy en la ciudad portuaria de Vlora, entre las hermanas de la Orden de los Servitas, existe una estatua de María donde el sacerdote, arriesgando su vida, esconde las hostias para las madres después de celebrar clandestinamente la misa.
La etimología de la palabra griega ‘Eucaristía’ significa ‘agradecimiento’, es decir, en sentido teológico, el más alto agradecimiento posible al Creador, Salvador, Pastor y Padre, por todo lo que ha hecho y sigue haciendo por el mundo, la creación y, sobre todo, por los hombres y su salvación. Y esto sucede gracias a Nuestro Señor Jesucristo que está de nuestra parte.
En la Eucaristía se cumple una vital y recíproca relación entre Dios y los hombres. En esta relación y encuentro, Dios se manifiesta realmente como Emanuel y Buen Pastor que se queda para siempre entre nosotros y con nosotros.
Jesús, el Hijo de Dios, ha hecho mucho por nosotros los hombres: ha venido para vivir entre nosotros, ha sufrido por nosotros, ha muerto en la cruz y ha resucitado. Pero ¿qué habríamos ganado si después de su ascensión a los cielos nos hubiera dejado solos? ¿Qué habría sido de su promesa: “Estoy con vosotros todos los días”?
Su presencia real en la Eucaristía es la mejor prueba del cumplimiento de sus promesas y de su amor.
En la celebración de la Eucaristía se manifiestan especialmente el encuentro de Dios con su pueblo y la unidad de los cristianos: esta unidad se vuelve visible en la Iglesia universal con el Papa, en la Iglesia particular con el Obispo local y en la parroquia con el párroco.
[Texto original: alemán]
– S. Em. R. Mons. Fulgence RABEMAHAFALY, Arzobispo de Fianarantsoa (MADAGASCAR)
Mi intervención versa sobre la parte tercera del capítulo II del Instrumentum laboris: “Ite missa est”. En este inicio del tercer milenio en el que nuestra sociedad está siempre en movimiento y la vida familiar se dispersa fácilmente, la familia es la cuna de toda evangelización, especialmente de la educación y la formación cristianas. Querría expresar dos deseos: a) el apoyo a la familia cristiana; b) la formación de los sacerdotes.
a) La Iglesia, después del Concilio Vaticano II, sigue realizando esfuerzos para la celebración litúrgica. La liturgia de la Palabra ha tomado el puesto de las oraciones devocionales: rosario, letanías y cantos tradicionales diversos. Seguramente la celebración es más rápida, pero la participación efectiva de los fieles se ha reducido mucho, para dar más espacio a las tres lecturas y a la homilía dominical.
Sin embargo, como enseña la Familiaris Consortio, la familia es una pequeña iglesia, la cuna misma de cada comunidad. Tal vez habría que seguir examinando en profundidad la liturgia, aunque ello signifique conservar la posibilidad de mantener las formas de oración devocional de cada familia, resaltar los intercambios de la lectura compartida del día, las oraciones recitadas y los cantos tradicionales.
Es verdad que la liturgia consiste mucho en escuchar, pero expresarse a sí mismos quiere decir que también se ha escuchado bastante.
b) Otra sugerencia que querría dar es la de animar a las familias a que recen por las vocaciones. Los jóvenes que acogemos en el seminario son jóvenes que han superado la edad de la pubertad. Prácticamente su educación humana ha sido completada. Descubrimos una disminución de las vocaciones sacerdotales desde que los Seminarios Menores reciben menos financiación de Roma. Las familias, de todas formas, no pueden asegurar una larga formación a todos sus hijos. Es necesario que los seminarios continúen rápidamente la formación espiritual y doctrinal.
Querría también exhortar a cada gran familia a que ofrezcan un hijo al servicio de Dios y del bien de la Iglesia. Es bueno animar a las jóvenes parejas a que pidan al Señor que por lo menos un hijo reciba Su llamada.
Esta es una misión, una ofrenda que todos nosotros debemos convertir en “nuestra eucaristía”.
[Texto original: francés]
– S. Em. R. Card. Attilio NICORA, Presidente de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (CIUDAD DEL VATICANO)
El Nº 53 del Instrumentum Laboris está loablemente dedicado a la “probatus Ecclesiae mos” -como lo llama el can. 954 – de la ofrenda hecha por los fieles para la celebración de las Santa Misa según sus particulares intenciones.
Lamento tener que destacar que la práctica de hacer celebrar Santas Misas en favor de los vivos o de los difuntos, ya sea de manera directa a través de la ofrenda personal dada al sacerdote o en forma de disposiciones testamentarias o disposiciones relativas a fundaciones, se vaya rápidamente extendiendo en muchas áreas eclesiales.
En realidad donde esto sucede se pierde una ocasión positiva para que crezca el sentido de la participación, tanto espiritual como material a la Eucaristía y al dinamismo de caridad que de Ella deriva. El código y los diversos documentos rec
ientes del magisterio de la Iglesia, de hecho vuelven a proponer, con claridad, los grandes valores que el gesto de la ofrenda puede y debe expresar: es una forma de participación personal al sacrificio eucarístico reconocida en su gran relieve espiritual; es la privación de bienes propios, en espíritu de sacrificio y de solidaridad, para que se le dé gloria a Dios y sean promovidos algunos fines de la Iglesia; es un modo muy concreto y útil para contribuir al sostenimiento de sacerdotes y a la realización de las actividades apostólicas de la Iglesia; puede llegar a ser un medio de sostén para los misioneros y para los sacerdotes de las diócesis más necesitadas en un horizonte de catolicidad vivida. Por todas estas razones no sorprende que el decreto de la Congregación para el Clero de febrero de 1991 “Mos iugiter” recuerde el deber de instruir a los fieles en esta materia mediante una catequesis específica, reconociendo “el alto significado teológico”. Como sucede respecto de otros aspectos de la tradición espiritual, si ya ninguno habla ni expone las razones y el valor, también esta práctica está destinada a desaparecer.
Indudablemente esta antigua práctica está expuesta a riesgos y ambigüedad, y por lo tanto son absolutamente necesarias la vigilancia de los Pastores y la rigurosa corrección por parte de los sacerdotes en el respeto de las voluntades de los oferentes. El mejor antídoto contra tales riesgos sigue siendo, en todo caso, la formación de las conciencias, que ponga en evidencia el valor auténticamente espiritual de esta forma de participación eucarística, totalmente fuera de toda lógica contractual o comercial, y funde así una práctica motivada, premurosa, rigurosa.
Como bien subraya el Instrumentum laboris a este “probatus mos Ecclesiae” también está tradicionalmente ligada la piedad por los difuntos: se trata de un aspecto que merece ser cultivado entre nuestros fieles, que viven, especialmente en el mundo occidental, en un contexto en el que se tienden a hacer desaparecer las consideraciones del misterio de la muerte, a tratar el cuerpo del difunto como un estorbo, a reducir a una genérica memoria la relación espiritual con él, que la fe cristiana ubica en el cuadro y el dinamismo de la “communio sanctorum” y en la perspectiva de la resurrección de la carne. La celebración de Santas Misas por los difuntos asume por lo tanto un valor educativo también bajo este aspecto.
[Texto original: italiano]
– Revmo. P. Ottaviano D’EGIDIO, C.P., Prepósito General de la Congregación de la Pasión de Jesucristo
Mi reflexión tratará los números 39 sobre la Presencia Real, 37 sobre el Sacrificio, memorial y convivio y, por último, 77 sobre María Mujer Eucarística del Instrumentum laboris.
Existe preocupación en la Iglesia por el progresivo alejamiento del pueblo de Dios de la Eucaristía. La secularización del mundo actual es la “cizaña” que contrasta con el “grano” de la Buena Noticia del Primer anuncio.
– Vivificar las comunidades parroquiales y misioneras con catequesis simples y claras sobre el concepto sacrificial de la Eucaristía y sobre su presencia real. Ayudar a tener los ojos del Buen ladrón que ve en Jesús, el Señor. Va más allá de la llagas, del escarnio, del rechazo: lo ve Dios, lo ve Rey aunque esté suspendido en la Cruz. Creer es ir más allá, es confiar en Dios. En relación a la observación de la disciplina litúrgica, si se está enamorado de la Eucaristía el respeto será espontáneo. Es el asombro reencontrado.
– Es importante poner más esmero en la homilía, a veces pobre de contenido, y recuperar los cursos de Ars dicendi o sagrada elocuencia.
El aspecto sacrificial, memoria passionis, es el corazón del misterio pascual. Con Cristo, cabeza del cuerpo místico que es la iglesia, muere y resurge también la Iglesia y en un sentido más amplio la humanidad entera y el cosmos. La pasión de la humanidad, con las injusticias padecidas, el hambre y las violencias, se une a la Pasión de Jesús y la completa. Hay una profunda relación entre el misterio de la Eucaristía y Mateo 25, 31-46, “tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis, en la cárcel, y acudisteis a mí”. “Señor, ¿cuándo te vimos?” … “en verdad os digo cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”.
Reconocerlo en la Eucaristía y no en aquellos que sufren, es como dividir a Cristo de sí mismo. Una auténtica vida eucarística abre los ojos y el corazón para reconocer a Jesús en los “crucificados” de nuestro tiempo. San Pablo de la Cruz veía escrito el nombre de Jesús en la frente de los pobres.
¿Cuál es el papel de María en la liturgia Eucarística? La semilla de mostaza que es su fiat, ha crecido y germinará además de en Belén también en el Calvario. Jesús le donará una nueva maternidad: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Ahora también los pecadores incorregibles tendrán una madre en común con Dios y, hasta Judas, si lo quisiera, tendría la más dulce de las madres. Un nuevo mundo nace en el cenáculo bajo la Cruz. En principio era el Verbo y el Verbo se hizo carne, el Verbo se hizo Eucaristía.
Y entonces debemos preguntarnos: ¿Es parte María “Mujer eucarística” que contempla y adora deteniéndose en el umbral de la Eucaristía o con su maternidad de manera admirable y misteriosa?
En la Eucaristía Jesús está presente en su totalidad con el misterio de su encarnación, pasión, muerte y resurrección: ¿se puede entonces invocar a María también con el título de Madre de la Eucaristía?
[Texto original: italiano]
– S. Em. R. Mons. Emile DESTOMBES, M.E.P., Vicario Apostólico de Phnom-Penh, Obispo titular de Altava (CAMBOYA)
La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo muerto y resucitado. Es la celebración en memoria del sacrificio redentor de Cristo, único y definitivo.
En la región budista Theravada, el hombre puede salvarse únicamente de sí mismo contando con sus propios méritos, los mismos que lo conducirán, a través de sucesivos renacimientos al Nirvana, que es la liberación de la vida y la fusión con el absoluto.
Jesucristo se declaró camino, verdad y vida. Para quien Le acoge en la fe, se trata de dejarse amar y amar a su vez. Dios, que es amor, ha enviado a su Hijo, que tanto ha amado a los hombres hasta donar la propia vida para reconciliarlos con el Padre. Este amor del Padre revelado a nosotros en el rostro de Jesús, llama a todos aquellos que lo reconocen para que vean en el rostro de todos los hombres y, de manera especial, de los más pequeños porque “todo aquello que haréis a uno de estos pequeños a Mí me lo habréis hecho”.
[Texto original: francés]
– S. Em. R. Mons. Zygmunt ZIMOWSKI, Obispo de Radom (POLONIA)
Referencia a la parte IV, capítulo I Nº 72 y Nº 76 del Instrumentum laboris (Espiritualidad eucarística)
Es verdad que en la parte II capítulo II y en la parte III capítulo I del Instrumentos laboris se habla de los sacerdotes como ministros de la Eucaristía y de la santidad de su vida. Sin embargo, me parece que en la parte IV de este documento se debe señalar el tema de la espiritualidad eucarística de los sacerdotes y de los seminaristas. Hagan esto. Cristo Señor no dice sólo anuncien, relaten, sino que dice hagan. Y esta palabra es decisiva.
El sacerdocio es un sacramento de acción. Es el sacramento del acto salvífico y redentivo de Cristo, un acto que ha sido dejado en poder de los apóstoles en el Cenáculo: Hagan esto en memoria mía. La Eucaristía no da solamente testimonio de Aquél que nos ha amado hasta el fin; ella educa a tal amor. La humanidad actual busca testimonios de transfiguración.
El obispo recuerda al diácono que recibe la ordenación presbiteral: imita lo que celebrarás, conforma tu vida al misterio de la cruz de Cristo Señor. El sac
erdote debe imitar la Eucaristía que celebra; imitándola, se convierte en testigo de Cristo eucarístico. Santo Tomás de Aquino escribió: “La Eucaristía es como el cumplimiento de la vida espiritual, y la finalidad de todos los sacramentos”. En estas palabras está basado el Concilio Vaticano II, el cual ha constatado que “en la santísima Eucaristía está contenido todo el bien de la Iglesia, es decir el mismo Cristo, nuestra Pascua.
1. Espiritualidad eucarística y de los presbíteros
La Eucaristía es la plenitud de la vida espiritual, porque en ella está concentrado todo lo que Cristo ha hecho y quiere hacer por los hombres y con los hombres. Por lo tanto la Eucaristía debe formar nuestra vida espiritual. La espiritualidad del sacerdote debe ser una espiritualidad eucarística, porque el sacerdote es ministro de la Eucaristía. Cada cristiano, pero de modo especial el sacerdote, debe ser testimonio de la Eucaristía, es decir, ser:
– Holocausto ofrecido por los otros
– Pan para los otros
– Estar siempre con los otros
2. Espiritualidad eucarística de los seminaristas
Por lo que se refiere a la educación eucarística en el seminario, el Santo Padre Juan Pablo II recordaba a los seminaristas tres cosas:
En la vida del seminarista y sobre todo en el sacerdocio, no debería faltar jamás el lugar para la oración.
Se debería profundizar el conocimiento acerca de que en los caminos del mundo se hace presente el mismo Resucitado, que provee la potencia del Espíritu Santo. Entonces la dedicación a Dios y a los hombres no será un peso, sino una confiada y gozosa participación en el eterno sacerdocio de Cristo.
La profunda espiritualidad eucarística de los futuros sacerdotes debe profundizar en sus corazones el verdadero espíritu misionero. “Ite, misio est” Sé bien que el Santo Padre Benedicto XVI siempre cuenta con las muchas vocaciones misioneras de Polonia, país del Siervo de Dios Juan Pablo II.
[Texto original: italiano]
– S. Em. R. Mons. Franjo KOMARICA, Obispo de Banja Luka (BOSNIA-HERZEGOVINA)
Personas eucarísticas – IL Nº 76
Eucaristía y paz – IL Nros. 83, 84
En mi intervención hago referencia a los números 76, 83 y 84 del IL.
Entre los numerosos nombres de los santos y de los beatos de todos los siglos citados en el IL está también el de un joven laico, el beato Ivan Merz. Y, evidentemente no sin un motivo. Vista su actualidad, deseo proporcionar alguna información sobre él. Nacido en Banja Luka, en Bosnia y Erzegovina, hacia fines del siglo XIX, vivió solamente 32 años y murió en Zagabria, en 1928, habiendo sido profesor y maestro de jóvenes y de laicos cristianos.
Por su origen multicultural, su educación intelectual, su formación y su actividad espiritual, reunía en una única persona una serie de pueblos y de Estados europeos: junto a Bosnia y Erzegovina y Croacia, también a la República Checa, Alemania, Hungría, Austria, Francia e Italia.
Auténtico europeo cristiano dotado de una elevada instrucción adquirida en Viena y en París, logró armonizar la ciencia y la fe. Llegó a ser un apóstol incansable de la fe viva y del amor del Cristo, de la Iglesia y del Sucesor de Pedro, gracias, sobre todo, a la Acción Católica, instituida por el Papa Pío XI.
Cuarenta años antes del Concilio Vaticano II, dio testimonio con su propio ejemplo y promovió muchas cosas de la doctrina conciliar sobre la liturgia y sobre los laicos.
En ocasión de su beatificación, celebrada hace dos años, el Santo Padre Juan Pablo II dijo:”En la escuela de la liturgia (…) Ivan Merz creció hasta la plenitud de la madurez cristiana y llegó a ser un de los promotores de la renovación litúrgica en su Patria. Participando de la Misa, nutriéndose del Cuerpo de Cristo y de la Palabra de Dios, extrajo el impulso para hacerse apóstol de los jóvenes. No por casualidad eligió como lema: “Sacrificio – Eucaristía – Apostolado”.
El Papa Juan Pablo II subrayó: “El nombre Ivan Merz ha significado un programa de vida y de acción para toda una generación de jóvenes católicos. Debe continuar a serlo también hoy”. En nuestros días, la figura del beato Ivan Merz es un verdadero descubrimiento, una auténtica ráfaga de frescura, y no solamente para la Iglesia en Europa.
En el país natal del beato Ivan Merz, Bosnia y Erzegovina, por su fidelidad a Cristo, sobre todo presente en la Eucaristía, y también al Sucesor de Pedro, durante siglos, y hasta tiempos recientes, los católicos debieron padecer frecuentes humillaciones y persecuciones. También durante las últimas guerras, en los años ‘90, más de la mitad de los católicos fue expulsada del país, la mayor parte de ellos aún no ha podido regresar. Sólo en mi diócesis más de los dos tercios de los fieles, personas pacíficas y promotoras de la reconciliación, han sido exterminadas sin razón alguna, y esto con el apoyo de los representantes internacionales.
Casi un quinto de mis párrocos (7) han sido asesinados (y a esto se agregan un religioso y una religiosa), porque han revelado la reconciliación y el amor al enemigo, predicándolos y testimoniándolos incansablemente, porque con sus fieles, no obstante las iglesias habían sido destruidas, celebraron regularmente la Misa.
Estos testimonios auténticos de la fidelidad a Cristo, a la Iglesia, al Evangelio vivido y a su servicio sacerdotal han sellado con la propia sangre su fe inquebrantable en la `presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Queremos creer que estos sacrificios cruentos de nuestros sacerdotes y de nuestros religiosos, como así también el sacrificio de muchos de nuestros fieles laicos de una auténtica “Iglesia crucificada” en el presente en Europa, unidos al único sacrificio de Jesucristo, sean fecundos para la deseada reconciliación, para la paz justa y para la salvación de muchas personas en mi patria y fuera de ella.
[Texto original: alemán]
– S. Em. R. Mons. Luigi PADOVESE, O.F.M. CAP., Vicario Apostólico de Anatolia, Obispo titular de Monteverde (Anatolia, TURQUÍA)
Hablo como Obispo de la Iglesia de Anatolia que vio la primera gran expansión del mensaje de Jesús y en la cual los cristianos son ahora pocos miles.
En la ciudad de Tarso, patria del apóstol Pablo, los únicos cristianos son tres monjas que acogen a los peregrinos, quienes, para poder celebrar la Eucaristía en la única Iglesia-museo que queda, necesitan un permiso. Lo mismo vale para la Iglesia-museo de San Pedro en Antioquía.
En esta ciudad nació Juan Crisóstomo, de quien en 2007 se recordará el 16° centenario de la muerte en exilio. Precisamente Crisóstomo, con sus homilías, nos recuerda que la Eucaristía ha sido y es el lugar privilegiado de la parresía. Su memoria, junto con la más reciente de Obispos como Clemens Von Galen y Oscar Romero, es un testimonio vivo del vínculo entre el memorial del sacrificio de Jesús y todos los que en él han encontrado las razones y la fuerza de un anuncio hecho con inteligencia, con coraje y sin reticencias.
La Eucaristía, como memorial de la ofrenda de Cristo, impone que hagamos brotar nuestro anuncio de este centro e impone que nuestra enseñanza moral se base en él, como expresión de la secuela de Cristo.
La Eucaristía puede remitirnos a lo específico de la moral cristiana que nace de una visión de fe y en la que el actuar éticamente se vive como una respuesta religiosa. Desde este punto de vista, es importante el llamado al ejemplo de los santos, quienes descubrieron aquel “todavía más” que la donación total de Cristo en la Eucaristía sostiene y solicita.
[Texto original: italiano]
– S. Em. R. Card. Marc OUELLET, P.S.S., Arzobispo de Québec (CANADÁ)
El año de la Eucaristía es una rampa para relanzar un movimiento eucarístico de largo plazo que permitirá la evangelización de la cultura partiendo de la familia, iglesia doméstica. La crisis antropológica actual surge de la disgregación de las relaciones familiares y social
es. Sólo la Eucaristía, fuente de comunión trinitaria, puede responder a esta crisis cultural y social. La práctica asidua de asistir a la Misa dominical en familia es una manera segura y siempre actual de evangelizar la cultura y la sociedad. La preparación del Congreso Eucarístico Internacional en Quebec en el año 2008 la promueve, a la luz de las enseñanzas de Juan Pablo II quien nos ha dejado como herencia esta certeza.
[Texto original: francés]
– S.E.R. Mons. Joseph ZEN ZE-KIUN, S.D.B., obispo de Hong Kong (Xianggang) (CINA)
La Iglesia en China, aparentemente dividida en dos –una oficial reconocida por el gobierno y una clandestina que rechaza ser independiente de Roma–, es en realidad una sola Iglesia, pues todos quieren estar unidos al Papa.
Después de largos años de separación forzada la inmensa mayoría de los obispos de la Iglesia oficial han sido legitimados por la magnanimidad del Santo Padre.
Especialmente en los últimos años resulta cada vez más claro que los obispos ordenados sin aprobación del romano pontífice no son aceptados ni por el clero ni por los fieles.
Se espera que ante este «sensus Ecclesiaed» el gobierno vea la conveniencia de normalizar la situación, aunque elementos «conservadores» de dentro de la Iglesia oficial oponen resistencia por obvios motivos de interés.
La invitación del Santo Padre a cuatro obispos para el Sínodo era una buena oportunidad, pero parece perdida.
La Eucaristía bien celebrada, podrá acelerar ciertamente la llegada de la auténtica libertad para el pueblo chino.
[Testo originale: italiano]
– S.E.R. Mons. Estanislao Esteban KARLIC, arzobispo emérito de Paraná (ARGENTINA)
1.- La Eucaristía, sacramento de la Pascua de Cristo.
La Eucaristía nos hace concorpóreos, consanguíneos y contemporáneos del Señor. El Señor instituyó en la Eucaristía una misteriosa contemporaneidad entre su muerte y su resurrección y el transcurrir de los siglos. Solo la fe puede conocer esta admirable transparencia del tiempo y del espacio al poder del amor y de la gloria de Cristo, por medio del Sacramento de la Eucaristía. En el «Hoy» de la liturgia eucarística, la única pascua redentora se hace celebración contemporánea.
2.-La Eucaristía y la espiritualidad del Martirio.
La Eucaristía, por que es el Sacramento de la Pascua, nos hace esencialmente pascuales y participantes de la vocación martirial. Nos da la gracia de imitar la ofrenda sacrificial de Cristo en cada momento de la existencia, amando como Cristo amó en la Cruz.
3.-La Eucaristía, fuente y culmen de la Misión.
La Eucaristía es, en sí misma «el acto misionero más eficaz que la comunidad eclesial puede realizar en la historia del mundo» porque contiene al Salvador en su Pascua Redentora. Desde la Eucaristía, la Iglesia debe partir a anunciar con gozo inmenso el Evangelio del amor salvador de Dios.
Su destinatario es todo el mundo y todo el hombre y su cultura, para asumir, purificar del error y del pecado, y llevar todo al altar de la Cruz del Señor.
[Texto original: español] [Traducciones distribuidas por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos]