Intervenciones escritas que no pudieron ser leídas ante el Sínodo

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 14 octubre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos las intervenciones escritas de padres sinodales y un auditor que no pudieron pronunciarlas ante el aula del Sínodo sobre la Eucaristía. Los textos han sido distribuidos por la Secretaría General del Sínodo.

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– S. Em. R. Mons.Evaristus Thatho BITSOANE, Obispo de Qacha’s Nek, Presidente de la Conferencia Episcopal (LESOTO)
– S. Em. R. Mons. Ian MURRAY, Obispo de Argyll y de las Islas (GRAN BRETAÑA (ESCOCIA)
– S. Em. R. Mons. Liborius Ndumbukuti NASHENDA, O.M.I., Arzobispo de Windhoek (NAMIBIA)
– S. Em. R. Mons. Tesfay MEDHIN, Obispo de Adigrat (ETIOPÍA)
– S. Em. R. Mons. Felix Alaba Adeosin JOB, Arzobispo de Ibadan (NIGERIA)

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– S. Em. R. Mons.Evaristus Thatho BITSOANE, Obispo de Qacha’s Nek, Presidente de la Conferencia Episcopal (LESOTO)

La unión personal del fiel con Cristo es el centro de la Liturgia Eucarística. Nuestro problema principal es la escasez de sacerdotes para la celebración Eucarística cada domingo, especialmente en aquellos distritos apartados que los sacerdotes visitan pocas veces al año. Recurrir a los ministros extraordinarios de la Eucaristía, que seguían a los sacerdotes a estos lugares apartados, parecía una buena solución. También los enfermos pudieron recibir el Santo Sacramento algunas veces al año.
En seguida se presentaron serios problemas. No existían lugares donde se pudiera custodiar el Santísimo Sacramento de manera apropiada. Los contenedores del Santísimo no se encontraban fácilmente y la gente acababa por usar lo que encontraba. En algunas ocasiones sucedió que el tabernáculo se rompía y se llevaban el Santísimo Sacramento o se desmigajaba por todas partes.
Con el tiempo los ministros extraordinarios de la Eucaristía recibían la misma consideración que los ministros ordinarios, podían distribuir la Eucaristía cuando lo deseaban y a quien quisieran. La relación entre la Eucaristía y el Sacramento de la reconciliación disminuyó gradualmente, hasta el punto de que los fieles no sentían la necesidad de confesarse antes de la Comunión. El Sacramento de la reconciliación es poco frecuentado, especialmente entre los jóvenes.
Para poner fin a estos abusos, consideramos que hay que empezar desde el seminario: dar a la Eucaristía el sitio de honor en la formación de nuestros futuros sacerdotes. Hacerles conscientes, cuando son jóvenes, de que son ministros ordinarios de la Eucaristía y de que la Eucaristía debe ser el centro de sus vidas. Hay que recordar a menudo a los sacerdotes que son ellos los ministros ordinarios de la Eucaristía, que delegan el importante ministerio de la distribución de la Santa Comunión a laicos oportunamente preparados.
Hay que intensificar la catequesis, especialmente entre los jóvenes, para superar la indiferencia que se percibe en nuestros días.

[Texto original: inglés]

– S. Em. R. Mons. Ian MURRAY, Obispo de Argyll y de las Islas (GRAN BRETAÑA (ESCOCIA)

Es actuando in persona Christi en el único sacrificio de la Eucaristía, que todo el ministerio sacerdotal extrae la propia fuerza (CCC 1566). La disminución de las vocaciones al sacerdocio en los países desarrollados hace que la Eucaristía, si bien menos disponible que en el pasado, sea más accesible que en los países en vías de desarrollo. En estos países, de hecho, pobrezas temporal y espiritual están en el mismo nivel; en los países ricos éstas parecen ser inversamente proporcionales.
Hoy las vocaciones se dan cada vez más entre hombres adultos. Nacen de su experiencia, pero, muchas veces, se ven afectadas por el peso de actitudes más adecuadas al mundo que a la Iglesia. Con frecuencia se hace necesaria una reeducación. En lo que concierne a la formación del clero se deben considerar dos aspectos: la formación académica y la formación humana y espiritual. El desarrollo intelectual solamente no es suficiente. Una mujer que padeció persecuciones por su fe dijo: “Conservé la fe gracias a la santidad de los sacerdotes”. Es interesante poner en evidencia cuánto invertimos en la formación académica de nuestros sacerdotes en comparación a cuánto invertimos, en cambio, en su formación humana y espiritual.
La liturgia es un instrumento clave de evangelización y debe ser celebrada en una lengua que introduzca a los fieles en ese corazón del Misterio de la fe. Los textos deben trascender los caprichos de las modas lingüísticas. Las lenguas locales presentan dificultades particulares, como ocurre en mi diócesis con el gaélico escocés. En situaciones como ésta se debería conferir a las Conferencias episcopales locales la autoridad para armonizar y aprobar estos textos litúrgicos.
Los capellanes, gracias al conocimiento lingüístico de los países europeos, deberían ser capaces de acoger a los inmigrantes y servirles, posiblemente, en las diversas lenguas.

[Texto original: inglés]

– S. Em. R. Mons. Liborius Ndumbukuti NASHENDA, O.M.I., Arzobispo de Windhoek (NAMIBIA)

Os traigo cordiales saludos de Namibia.
Mi reflexión trata fundamentalmente de nuestra impresión general, como Conferencia Episcopal, sobre el Instrumentum Laboris, dividida en seis puntos:
1. Los progresos en los estudios bíblicos y patrísticos han ampliado nuestra comprensión de la teología eucarística. Nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, es particularmente consciente de la rica herencia teológica que hemos recibido de los primeros Padres de la Iglesia, lo que ha sido ya afirmado en muchas intervenciones.
2. La teología de la Eucaristía afecta a casi todos los sectores fundamentales de la teología. Desde el Concilio Vaticano II se han venido afrontando los principales temas. Por eso, cada documento que salga directamente del Sínodo de los Obispos debería facilitar un tratamiento equilibrado, intertextual del tema. Sería un error producir un documento que afronte sólo algunos de los temas en cuestión para corregir determinados abusos de los que nos hemos dado cuenta. Más bien debería sugerir respuestas pastorales a las necesidades de esas personas de la tierra que están privadas del don de la Eucaristía (por ejemplo, divorciados que reciben la Santa Comunión, por citar sólo una de estas situaciones).
3. Deberíamos evitar producir a toda costa un documento disciplinar, o que dé la sensación de que se concentra en rúbricas carentes de un fuerte fundamento teológico.
4. La dimensión pastoral-misionera de la Eucaristía debería ser evidenciada en alguna deliberación o en algún documento. Estos deberían subrayar el vínculo esencial entre eclesiología y Eucaristía, entre ministerio y Eucaristía, y, obviamente, entre misión y Eucaristía.
5. La relación entre inculturación y Eucaristía es muy importante, sobre todo para los países en vías de desarrollo, especialmente en África, Asia y América Latina. La experiencia de las Iglesias orientales en el desarrollo de algunos ritos puede ser ejemplarmente instructivo.
6. Todos nosotros, Padres sinodales, deberíamos ser conscientes de que el documento que vamos a preparar tiene que constituir una parte de la trilogía sobre la Eucaristía recientemente producida. En primer lugar, la carta de nuestro difunto Santo Padre Mane Nobiscum, Domine; luego, la reflexión publicada por la Congregación para el Culto divino; y ahora, el documento sinodal. De este modo, nuestra reflexión podrá hablar al corazón de la gente de esta sociedad nuestra secularizada, especialmente a aquellos que han sido contagiados o están afectados por el virus del SIDA, con el fin de ofrecerles alimento eucarístico y consuelo en el camino de la fe.

[Texto original: inglés]

– S. Em. R. Mons. Tesfay MEDHIN, Obispo de Adigrat (ETIOPÍA)
– “Percepción del misterio eucarístico entre los fieles” y
– “su dimensión ecuménica”
La Misa dominical y la Santa Comunión siguen siendo el centro y la espina dorsal de la vida parroquial, individual y colectivamente, de la Iglesia de Etiopía, tanto católica como ortodoxa. El domingo
y en las solemnidades, por las calles y a lo largo de los senderos del campo que conducen a las iglesias, se ven filas ininterrumpidas de personas vestidas principalmente de blanco. Se podría afirmar que en el campo la participación a la Misa dominical y a la Comunión puede alcanzar el 70-80 %. En las ciudades, en cambio, y entre las generaciones más jóvenes, los datos no son tan elevados (tal vez en torno al 55 %).
La fuerza motriz que está detrás de este fenómeno no es la pura racionalidad, sino una formación litúrgica, un sentido de devoción y de respeto por lo “sagrado” muy profundo, al que no afectan fácilmente criterios exteriores como el tiempo y las presiones de la vida material.
Según la tradición etíope, que tiene en cuenta la profunda convicción entre los fieles de la naturaleza misteriosa de la Eucaristía:
– su comprensión radica en el aspecto sacrificial del Misterio, junto con la participación en el Misterio Pascual de Cristo y la construcción de su Cuerpo que es la Iglesia. Éste es el aspecto preponderante del Misterio preponderante en la tradición litúrgica etíope.
La Trinidad, Cristo, el Cordero Pascual, y María ocupan el lugar central en la celebración del rito etíope. Siempre ha existido una profunda devoción por María, Madre de Dios, a la que se considera también “mujer de la Eucaristía”, “primer tabernáculo de la Eucaristía” (cf. nº 76). Fuente y santuario de la Eucaristía. Por eso, es un deber litúrgico en la Iglesias de tradición oriental tener la imagen de María siempre cercana al Hijo.
En la liturgia son evidentes la solemnidad, un gran respeto por lo sagrado, reverencia en presencia del “Mysterium Tremendum”, y cada movimiento físico que crea distracción se reduce al mínimo. Si bien hoy participan en mayor número, hay gran reluctancia de los fieles a recibir la comunión sin haber recibido antes adecuadamente la gracia de la Penitencia.
Como fruto de esta práctica de devoción eclesial común a la Eucaristía y a la liturgia, es decir, como implicaciones sociales de la Eucaristía (IL 79), esto obviamente ha ayudado a las comunidades a avanzar y a conservar sus valores familiares y religiosos y su integridad, a pesar de los diversos problemas políticos y sociales, las calamidades naturales y los conflictos que han causado tanto sufrimiento a la gente.
No obstante, los aspectos destructivos de la globalización y las presiones seculares y consumistas han alcanzado y están influenciando la vida familiar, la vida de los jóvenes y la autoridad moral de la Iglesia.
Nuestro mundo tiene más que nunca necesidad de orden y de redención, y creo que no hay nada más poderoso que la fuerza transformadora de la Eucaristía y el magnífico programa del Santo Padre para testimoniar la “cultura de la Eucaristía” a través del instrumento del “diálogo” (IL 76).
Espero mucho de este Sínodo, que el Espíritu Santo siga inspirándolo a fin de que presente al Santo Padre propuestas innovadoras y oportunas, que puedan salvar las almas , y con orientaciones pastorales capaces de dar esperanza a nuestros sacerdotes y fieles centrados en el vínculo pastoral de la Eucaristía en lo que concierne a la familia y a los jóvenes, gravemente amenazados por la más letal de las pandemias, el HIV/Sida, en muchas partes del mundo.
Por lo tanto, como fruto del Año de la Eucaristía, deseo rezar al Espíritu Santo para que inspire este Sínodo y pueda:
– proponer opciones, por ejemplo un Sínodo especial, para promover la unidad de los cristianos;
-promover la catequesis basada en la espiritualidad eucarística, afrontando especialmente la vida de la familia y de los jóvenes para profundizar la fe y la devoción eucarística en la familia y entre los jóvenes;
-dedicar una atención particular a la formación en el seminario a fin de asegurar la espiritualidad eucarística en la vida de los sacerdotes y de los fieles y para la adhesión a homilías y a celebraciones litúrgicas bien preparadas.
Que el Espíritu Santo siga inspirando este Sínodo a ser el instrumento de esperanza y de vida en Cristo, y que la fuerza transformadora del amor de Cristo sane, a través de la Eucaristía, el mundo de sus heridas.

[Texto original: inglés]

– S. Em. R. Mons. Felix Alaba Adeosin JOB, Arzobispo de Ibadan (NIGERIA)

Cuidado pastoral de los inmigrantes
Deseo hablar a esta Asamblea acerca del cuidado pastoral de los inmigrantes. Por inmigrantes entiendo todas aquellas personas que dejaron la propia nación o región, para dirigirse a otro lugar a causa de desastres naturales, para buscar prados más verdes o el vellocino de oro (títulos académicos). Deseo dirigirme principalmente al obispo, que es el supremo Pastor del rebaño encomendado a sus cuidados, el ordinario local y el “primus mysteriorum dei dispensator”. El Instrumentum laboris nos recuerda que la Eucaristía reúne a los fieles y hace de ellos una comunidad, no obstante las diferencias de raza, lengua, nación o cultura.
Es difícil, actualmente, encontrar una nación que no dé refugio a miles de inmigrantes. San Pablo nos recuerda que, “porque uno solo es el pan, aun siendo muchos, un solo cuerpo somos, pues todos participamos del mismo pan” (1 Cor 10, 17). El obispo o el párroco no deberían tratar a los fieles inmigrantes como huéspedes de la Iglesia. Deberían, más bien, acogerlos, hacer que se sientan como en su propia casa y miembros de la Iglesia universal. Su liturgia viva debe ser usada para rejuvenecer a la Iglesia local y deben ser preparados para ser misioneros de ellos mismos, sirviendo como catequistas, lectores laicos, etc. en el seno de la comunidad. En el Nº 25 del Instrumentum laboris, se nos recuerda que “los fieles laicos (son) parte esencial de la Iglesia comunión”. La emigración no se limita solamente a los fieles laicos. Tenemos sacerdotes y religiosos que son envidados a estudiar o a adquirir la experiencia necesaria para el desarrollo de sus congregaciones o sus diócesis. No existen presbíteros “vagi”. Ellos pertenecen al presbiterio de la diócesis (obispo) en la cual permanecen. Cada vez que ofrecen el sacrificio de la Misa rezan por el Papa y per el ordinario local. El obispo residencial, por lo tanto, debería preocuparse por la vida litúrgica, pastoral y espiritual de cada sacerdote en su diócesis, especialmente por la de los presbíteros emigrantes.
Si el sacerdote inmigrante debe celebrar el santo sacrificio con dignidad, devoción y reverencia, es necesario que sea reconocido, que se le garantice un medio de subsistencia digno y que se le dé seguridad respecto de su pertenencia. El sagrado Sínodo también debe solicitar a los Obispos y a los Superiores que no envíen a sus presbíteros a institutos fuera de su diócesis sin informar al obispo “ad quem” y realizar los debidos acuerdos. El cuidado de las inmigrantes religiosas es más complejo y merece una mayor atención. La vida consagrada es un testimonio de Cristo en la Iglesia y su presencia es una bendición para la Iglesia local. Sin embargo, ellas no deben residir en una Iglesia local sin la autorización escrita del ordinario local. En estos tiempos, la disminución del número de religiosos en la antigua Iglesia y el deseo de sobrevivencia y de continuidad llevaron a reclutar indiscriminadamente jóvenes mujeres en los territorios de misión. Estas jóvenes son desarraigadas de su cultura y de su tradición y trasplantadas a Europa y a América, donde, con frecuencia son subyugadas por el clima, la cultura y las costumbres y son expulsadas de las instituciones. Inevitablemente, muchas de ellas caen víctimas de las personas y de las circunstancias. Su situación como cuerpo despedazado de Cristo debe ser mirada con compasión y amor. Ellas forman parte del cuerpo de Cristo, la Iglesia. En síntesis, exhorto a cada Obispo a:
1. Considerar a los fieles inmigrantes como a fieles propios, único cuerpo de Cristo, del cual el Espíritu Santo lo ha hecho Pastor. Junto con sus sacerdotes, acogerlos en ca
da celebración religiosa, especialmente en la Misa dominical, para que la Eucaristía reúna a sus fieles y haga de ellos una comunidad a pesar de la diversidad de raza, lengua, nación y cultura.
2. Asegurar la integración de todos los presbíteros emigrantes (con frecuencia por motivos de estudio) en su presbiterio, ya que no existen sacerdotes “vagi”. Asistirlos para que sean fieles en la celebración del Sacrificio y en la alabanza y la adoración a Cristo en el sacramento de su amor.
3. Guiar la vocación de las religiosas en su diócesis a través de la administración adecuada de los sacramentos en sus conventos y el control del reclutamiento indiscriminado de las jóvenes mujeres por fuera de su diócesis, cosa que podría llevar a abusos.

[Texto original: inglés]

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El siguiente auditor ha entregado sólo por escrito una intervención:

Sr. Gioacchino TOSCANO, Secretario General de las Confraternidades de las Diócesis de Italia

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Sr. Gioacchino TOSCANO, Secretario General de las Confraternidades de las Diócesis de Italia

El Sínodo de los Obispos, evento de la Iglesia Universal entre los más relevantes, nos ha abierto el corazón a todos los continentes, donde el Misterio de Jesús Eucaristía ha llevado sus frutos a todos los pueblos de la Tierra. En este contexto deseamos traer la experiencia de las Cofradías, instituciones laicas que, aunque se remontan a los albores de la historia de la Iglesia, llevan consigo carismas y una vitalidad eclesial tales como para permitirnos sometelas a la atención de los Padres Sinodales como instituciones particularmente apropiadas para convertirse cada vez más en “una nueva frontera” de la Evangelización.
Actualmente se reúnen bajo la Confederación de las Cofradías de las Diócesis de Italia, instituida por la Conferencia Episcopal Italiana y son guiadas, siempre bajo el encargo de la C.E.I. por S.E. Mons. Armando Brambilla, Obispo Auxiliar de Roma y Delegado para las Cofradías y los Pías Asociaciones.
Para celebrar dignamente el Año de la Eucaristía, la Confederación de las Cofradías de las Diócesis de Italia promovió, en Bolsena y Orvieto, ciudades eucarísticas, el 24 y el 25 se septiembre de 2005, una especial convocación nacional del “Camino de Fraternidad” de las Cofradías italianas, en particular de las que llevan la denominación de “Santísimo Sacramento”.
La Confradía no vive encerrada en sí misma, sino que es un componente eclesial misionero, centrado en una pastoral global de la familia. Tal pastoral se distingue por una formación cristiana permanente cuidada por el sacerdote, Primicerio, que la anima a: 1) la vida de la liturgia y de la devoción, atenta a la vida Diocesana, particularmente sensible al llamado del Obispo; 2) la vida caritativa, con obras que superaron la prueba del tiempo, mantenidas a través de la administración de los bienes, de los cuales disponen con la aprobación diocesana; 3) el testimonio responsable ante la propia ciudad, en los barrios y en las diversas realidades de trabajo (no son pocas las Cofradías vinculadas a artes y oficios), con una participación “como cristianos” en la vida civil y en los eventos sociales. La trayectoria de formación a la vida cristiana es fundamental para entrar con el espíritu adecuado en la conducción de los diversos servicios, son indispensables para el autogobierno de la Cofradía, procediendo a realizar las adquisiciones técnicas de la administración en el espíritu de quien se ubica entre los últimos si “quiere ser el primero en la secuela de Cristo Jesús”.
Por esto, las Cofradías, dóciles al Magisterio de los Sumos Pontífices y de los Obispos, han sabido conservar con la experimentación de siglos, tesoros de fe y el patrimonio de religiosidad popular, centrado en el Culto Eucarístico, que se expresa a través de un patrimonio artístico y de oratorios a disposición de momentos de agregación misionera en la dimensión de la cultura y de la comunicación, que hoy entrecruzan de manera ineludible la misma realidad pastoral, la misión y la evangelización de los pueblos.

[Texto original: italiano]

[Traducción distribuida por la Secretaría General del Sínodo]

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ZENIT Staff

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