CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 14 octubre 2005 (ZENIT.org).- El Sínodo de los obispos ha sido testigo de un testimonio en el que se muestra cómo la Eucaristía es capaz de arrebatar a vidas de las tenazas de la droga.
La última serie de intervenciones generales ante la congregación general del Sínodo dio la palabra este miércoles hombres y mujeres que testimoniaron la manera en que la Eucaristía puede cambiar vidas y la misma sociedad.
Ante algo menos de 250 padres sinodales, la hermana Elvira Petrozzi, fundadora de la Comunidad Cenáculo, testimonió cómo el sacramento de la presencia real de Jesús puede convertirse en la ayuda decisiva para personas, en particular jóvenes, que caen bajo la esclavitud de la droga.
«¿Qué método terapéutico o medicina podía proponerles?», preguntó al referirse a los drogadictos. «¡No hay pastilla que dé la alegría de vivir y la paz del corazón!».
«Les he propuesto –respondió– lo que me ha aliviado y vuelto a dar confianza y esperanza tantas veces: la Misericordia de Dios y la oración Eucarística».
«La Eucaristía no se entiende con la cabeza, sino que se experimenta con el corazón. Si con confianza te arrodillas ante Él, sientes que su humanidad presente en la hostia consagrada despierta la imagen de Dios en ti que ¡vuelve a resplandecer!», exclamó en el Aula Nueva del Sínodo del Vaticano.
La Comunidad del Cenáculo, surgida en 1983, cuenta hoy con cincuenta comunidades en todo el mundo, particular en Europa y América.
La religiosa explicó que algunos jóvenes de las comunidades terapéuticas que fundó «empezaron a levantarse por las noches para realizar la adoración personal, luego, cada sábado por la noche, para ellos noche de la desbandada, decidieron arrodillarse entre las dos y las tres en cada una de las cincuenta comunidades para orar por los jóvenes extraviados en medio de las propuestas falsas del mundo».
«Después comenzaron a realizar la adoración Eucarística continua –siguió relatando–. Se produjo un cambio sustancial en la historia de la Comunidad: llegaron jóvenes de todas partes, las comunidades se multiplicaron y nacieron las misiones en América Latina, así como las vocaciones de familias y de consagrados a Dios en esta obra suya».
«Y así hizo explosión lo que el Santo Padre en Colonia llamó la revolución del Amor», constató la religiosa italiana.
Sor Elvira reconoció que «he querido relatarles una parte de nuestra historia para agradecer a Jesús que en la Eucaristía nos ha dejado entre las manos el tesoro, la medicina y la luz más extraordinaria para salir de las tinieblas del mal».
«Los jóvenes con los cuales vivo desde hace veintidós años han sido para mí, como religiosa, el testimonio vivo de que la Eucaristía es verdaderamente la presencia viva del Resucitado y que, también nuestra vida muerta, entrando en la suya, renazca», concluyó.
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