De cara a un santo: Habla un amigo del padre Alberto Hurtado

Testimonio del padre Renato Pobrete

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SANTIAGO DE CHILE, martes, 25 octubre 2005 (ZENIT.org).- La revista Humanitas ha formulado a quienes conocieron personalmente al padre Alberto Hurtado, canonizado este domingo por Benedicto XVI, la pregunta: «¿Cuándo y cómo descubrió que estaba frente a un santo?». Publicamos la respuesta que ofrece el padre Renato Pobrete.

EL SERVICIO DE CRISTO REY

El descubrimiento de que estuve frente a un Santo fue gradual. Me impresionó, en el primer contacto fue su acogida, inteligencia, virilidad, simpatía; el modo de recibir a alguien que no conocía, y sin embargo me hizo sentir como un amigo, y al irme, me invitó muy insistentemente a que siguiera participando en el grupo que se había formado en el liceo. Poco a poco lo fui conociendo. Un aspecto que me llamó la atención, fue el modo cómo hablaba de Cristo. De ese Cristo que quería transformar el mundo, del entusiasmo que tenía al invitar a participar en esa cruzada para dar a conocer al Señor, y así transformar los muchos males que acosaban al país. Poco a poco fue creciendo mi admiración por la transparencia de su mensaje, uno estaba seguro de que lo que él nos decía era tal cual el lo estaba viviendo. La convicción con que explicaba las epístolas de San Pablo, especialmente al hablar de la realidad del Cuerpo Místico de Cristo y de nuestra participación en ese cuerpo que nos diviniza y nos hacía ver que éramos una parte de su Cuerpo y que allí estaban también los pobres, los débiles, los que están marginados de la sociedad. Era tal la alegría con que hablaba que a uno lo trasformaba y en la vida de cada día uno se sentía que era parte del cuerpo de Cristo: junto a Jesús uno estudiaba, se divertía, trabajaba, dormía, etc.

Los círculos de estudio que se habían formado en algunos liceos tenían pocos miembros. Cuando conversé con él sobre la creación de un movimiento más grande donde podríamos tener gente con distintos tipos de participación o pertenencia, acogió la idea con gran alegría y nos dedicó mucho tiempo a implementarla. Nos hacía sentir que él «no hacía nada», que era el Señor quien nos estaba impulsando. Esa humildad nos mostraba su santidad. Era hombre de acción, pero para él lo más importante era enseñarnos a amar «al Patrón», era la unión con Él. Poco a poco nos iba exigiendo una entrega más grande. Para eso había formado grupos de mayor compromiso, desde los que se reunían, cada semana, otros una vez al mes y otros eran convocados una vez al año. A los de mayor entrega los invitaba a una Misa y comunión diaria, y una vez al mes teníamos «adoración del Santísimo» en la noche. Así formó el grupo que era «El Servicio de Cristo Rey».

Esas exigencias del Padre Hurtado respondían a un deseo de que nos entregáramos más y más al Señor. La experiencia espiritual a la cual nos llamaba era sin lugar a dudas un deseo de hacernos participar de su experiencia de Dios. Cuando se lo veía pasearse en la Casa de Ejercicios, preparando sus charlas, o en San Ignacio rezando antes de celebrar Misa, no cabía duda de que estábamos con un santo.

No me tocó conocer los sufrimientos o dolores que sin duda tuvo que haber sentido al verse criticado no sólo por personas que poco lo conocían o que no pensaban en nada como él, sino también por algunos hermanos de comunidad que no comprendían sus trabajos, que pensaban que estaba exagerando en su preocupación social .

No conocí su etapa más dura, como fue su alejamiento de su querida Acción Católica, la crítica del Asesor General, Monseñor Salinas. Tampoco me tocó estar cerca en sus años del Hogar de Cristo y de la fundación de la Asich que sin duda fueron años de sufrimiento y lo acercaron a Dios.

Hoy, desde la distancia del tiempo puedo afirmar que sin saberlo trabajé con un santo.
Cuando murió el Padre Hurtado supe yo a la distancia lo que habían sido sus últimos momentos y me alegré de que hubieran guardado sus cosas porque estaba seguro que serían reliquias con el tiempo.

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ZENIT Staff

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