Aprender a amar

Por el obispo Josef Clemens, secretario del Consejo Pontificio para los Laicos

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ROCCA DI PAPA, sábado, 27 de marzo de 2010 (ZENIT.org).-Publicamos la homilía que pronunció este sábado el obispo Josef Clemens, secretario del Consejo Pontificio para los Laicos, al celebrar la misa en el X Fórum Internacional de Jóvenes sobre el tema «Aprender a amar» que se ha celebrado por iniciativa de ese organismo de la Santa Sede en la localidad de Rocca di Papa, cerca de Roma, en preparación de la Jornada Mundial de la Juventud.

Con el profeta Ezequiel

en la «escuela del amor» de Dios

(Ez 37, 21-28)

Estimados hermanos en el ministerio sacerdotal:

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Queridos amigos:

El profeta Ezequiel de Miguel Ángel

En la Capilla Sixtina, incomparable lugar histórico y artístico – pero también litúrgico y espiritual del Vaticano, en el lado derecho de la bóveda y en una posición central, se encuentra la gigantesca figura del profeta Ezequiel, pintada «al fresco» por Miguel Ángel el año 1510. Ezequiel forma parte de la serie de siete profetas – grandes y menores – del Antiguo Testamento, como Jeremías, Isaías y Daniel, Joel, Zacarías y Jonás, pintados en los espacios entre las enjutas [1].

Después de haber escuchado la primera lectura tomada del libro de Ezequiel (Ez 37, 21-28), veo una feliz coincidencia para nuestro Fórum de que, en el fresco de Miguel Ángel, el anciano Ezequiel esté representado manteniendo una conversación con un joven. Ezequiel, que proviene de una tribu sacerdotal y actúa en el sexto siglo antes de Cristo en el exilio en Babilonia (del año 598 al 539), lleva en la cabeza y sobre los hombros el «talled», el manto de oración de la tradición judía. A cada color de la vestimenta de esta majestuosa figura se le puede atribuir un significado particular: el azul claro del manto significa la contemplación, el rojo del vestido simboliza el amor, y la penitencia está representada por el color morado de la capa.

Los ojos del profeta se fijan en las dos manos del joven a su izquierda que señalan hacia lo alto. La mano derecha de Ezequiel está abierta en actitud de oración, que apoya y confirma la evidencia de sus palabras. La mano izquierda sujeta un rollo abierto hasta la mitad, que podría ser el libro de las profecías y en el que se vislumbran algunos escritos indescifrables.

El joven – pintura que recuerda a Sandro Botticelli (1455 – 1510) – se apoya con un pie en un libro cerrado y, mientras se da ligeramente la vuelta hacia la izquierda, tiene la mirada fija en los ojos del hombre de Dios. En la composición da la impresión de que reina una cierta tensión entre los dos, casi como si dos opiniones o visiones se opusieran: la imponente figura del profeta está en movimiento y este mismo movimiento parece hacer volar su manto de oración. Ezequiel se está dando la vuelta hacia el joven – casi como en una actitud de desafío – como diciendo: ¡Créeme, tengo razón! ¡La palabra de Dios está de mi parte y también la experiencia de una larga vida!

Entonces nos preguntamos: ¿De qué quiere convencer el gran profeta Ezequiel a este joven?

La palabra de hoy de Ezequiel

El fragmento del libro de Ezequiel que acabamos de escuchar podría ofrecer a nuestra pregunta una respuesta parcial [2]. Estos siete versículos contienen elementos esenciales de su pensamiento profético y, al mismo tiempo, remiten a algunas sugerencias nacidas de nuestras reflexiones durante estos cuatro días.

El profeta Ezequiel revela en este fragmento la promesa y el proyecto, que Dios quiere realizar en su pueblo. Esta promesa es una alianza de paz, que permanecerá para siempre, es un compromiso divino sin una fecha de caducidad. Los hombres no merecen este pacto y por ello se trata de un único don de Dios, simplemente porque Él ama a los hombres.

Ezequiel presenta como contenido de la alianza tres promesas, de las cuales Dios mismo es el actor principal: «les dirás: Así dice el Señor Yahvéh» (Ez 37, 21):

«Los multiplicaré …» (cfr. Ez 37, 26b)

«En medio de ellos estaré para siempre …» (cfr. Ez 37, 28)

«Seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (cfr. Ez 37, 23b; 27b)

La primera promesa recuerda la exhortación de Dios en el libro del Génesis a la fecundidad (cfr. Gen 1, 28; 9, 1), pero en cuanto al crecimiento de su pueblo pone el acento en la participación divina. Aquí tocamos el argumento de ayer, es decir la fecundidad del amor, que puede asumir varias formas, pero que es siempre un don de Dios. Ezequiel está plenamente convencido de que Dios es el Señor de la vida (cfr. Ez 18, 4), como lo vemos en la primera parte de este mismo capítulo treinta y siete, donde se trasluce la vocación del hombre para la vida eterna (cfr. Ez 37, 5).

La segunda promesa proclama la futura morada de Dios en medio de su pueblo. Es la visión del nuevo templo que estará en medio del país (cfr. Ez 40-44). Dios no permanece lejos «por encima de las nubes», sino que para los suyos estará presente y será siempre disponible. Esto significa que el hombre puede dirigirse directamente a Él, especialmente en los momentos decisivos de su vida, como son la elección del estado de vida, la elección de una profesión o la elección de la pareja. Muchos buscan otros consejeros y se olvidan del verdadero maestro de la vida y de la «escuela del amor».

La tercera promesa – la llamada «Fórmula de la Alianza» – recuerda en la primera parte – «Yo seré tu Dios» – al primer mandamiento del decálogo (cfr. Ex 20, 2; Dt 5, 6) y al mismo tiempo confirma la singular elección de su pueblo – «Ellos serán mi pueblo» – (cfr. Jr 30, 22). Todos sabemos que muchos de nuestros coetáneos aspiran a otros «dioses», como la riqueza material o la imagen pública. Esto vale también para tantas relaciones sociales, a veces también para la vida familiar y las relaciones de amistad, es decir, se obedece a los «modelos de interés» que en este momento están en boga en el mundo.

Con Ezequiel en la «escuela de amor» de Dios

Volvamos a nuestra pregunta inicial: ¿Qué es lo que Ezequiel podría haber dicho al joven representado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina? Basándonos en las palabras de la primera lectura podría haber dicho: Querido joven, no te olvides nunca de que Dios es el Dios de la vida. No te cierres ante sus promesas y a su proyecto de vida para ti. No te olvides en tus decisiones de que Dios ha puesto su morada en medio de los hombres, de que Él está cerca de ti. ¡Déjate aconsejar por Él y dale a sus palabras – a veces silenciosas – un crédito más grande que a las palabras groseras del mundo! ¡No aceptes a otros «dioses» como ideales o ejemplos, no te olvides o traiciones jamás tu vocación que te hace pertenecer a su pueblo! ¡Así los demás reconocerán en ti – o no – la presencia y la acción del Dios invisible!

Queridos amigos:

Podemos decir que el matrimonio cristiano presupone la aceptación de las promesas de Dios que hemos escuchado hoy de la boca del profeta Ezequiel. Todo el actuar de Dios es una manifestación de su amor por el hombre, que está llamado a entrar en esta dinámica divina del amor.

La diferencia fundamental con cualquier otra forma de inicio del trayecto de una «vida en común» está
en el hecho de que el matrimonio cristiano se prepara y emprende y se vive en la presencia de Dios y con Dios. Dios es el primer testigo y el permanente compañero del amor de los esposos. Esta presencia de Dios no es una molestia o una especie de intromisión en la vida conyugal, sino que ofrece a este gran proyecto una orientación clara y una fuerte estabilidad. El matrimonio cristiano no es un «círculo cerrado», sino que tiene siempre abierta la puerta a la vida, a la verdadera amistad y a la ayuda a los necesitados. Así se conoce «desde afuera» quién es el Dios de los esposos y de la familia, y a qué pueblo pertenecen ellos de verdad.

Esta apertura a Dios y referencia continua a Él no valen sólo para el matrimonio y la vida familiar de los cristianos, sino también para cada «verdadera» relación interpersonal. El gran filósofo Cicerón, en el primer siglo antes de Cristo, ya sabía que la verdadera amistad presupone la concordia en las cosas humanas y divinas, que es el estar de acuerdo en cuanto a los grandes valores y las virtudes humanas, pero también en modo especial al consenso sobre la «pregunta de Dios» [3]. Estoy convencido de que hoy en día muchos matrimonios fracasan porque ¡nunca se ha buscado este consenso/concordia, sobre todo en las «cosas divinas».

Recordemos, al final, tres «materias» irrenunciables para cada «escuela del amor», simbolizadas por Miguel Ángel en los colores de la vestimenta de Ezequiel. Además del abundante rojo del amor verdadero y profundo, el azul claro nos recuerda la meditación, es decir la necesidad de una relación personal con Dios en la oración, y el morado la penitencia, es decir la necesidad del perdón recíproco.

Todos sabemos que el proyecto de amor de Dios no es fácil, pero al mismo tiempo sabemos que poseemos las promesas divinas, es decir la promesa de su cercanía y de su consuelo, anunciadas por Ezequiel hace unos dos mil seiscientos años y realizadas plenamente en el Hijo de Dios, Jesucristo.

El papa Benedicto XVI comenta en su primer encíclica «Deus caritas est» (n.º 12) la encarnación del «Dios-con-nosotros»: «La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito. Tampoco en el Antiguo Testamento la novedad bíblica consiste simplemente en nociones abstractas, sino en la actuación imprevisible y, en cierto sentido inaudita, de Dios. Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la oveja perdida, la humanidad doliente y extraviada … En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical … Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar» [4].

Amén.

[1] Cfr. H. W. Pfeiffer SJ, Die Sixtinische Kapelle – neu entdeckt, Belser Verlag, Stuttgart 2007, 161 s.

[2] Cfr. M. Greenberg, Ezechiel, vol. II, cap. 21-37, in: HThKAT, Herder Editorial, Freiburg im Breisgau 2005, 474-477; K. F. Pohlmann, Der Prophet Hesekiel/Ezechiel, Kapitel 20-48, en: ATD 22, 2, Editorial Vandenhoeck & Ruprecht, Göttingen 2000; H.F. Fuhs, Ezechiel II 25-48, en: Die Neue Echter Bibel, Kommentar zum Alten Testament mit der Einheitsübersetzung, Editor Echter, Würzburg 1988, 211-213.

[3] Cfr. Marco Tulio Cicerón, Laelius de amicitia – Über die Freundschaft, Lateinisch-Deutsch ed. M. Faltner, Collana:Tusculum-Bücherei, Heimeran Verlag, München 1966, 28: „Est enim amicitia nihil aliud nisi omnium divinarum humanarumque rerum cum benevolentia et caritate consensio.»

[4] Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 25 de diciembre de 2005, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2006, 30 s.

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ZENIT Staff

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