CIUDAD DEL VATICANO, domingo 23 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Benedicto XVI animó hoy a invocar una renovada efusión del Espíritu Santo para toda la Iglesia, a fin de que el mensaje de salvación sea anunciado a todos.
Tras presidir la Misa de la solemnidad de Pentecostés en la Basílica vaticana, el Papa se asomó a la ventana de su estudio del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Regina Caeli ante miles de fieles congregados en la plaza de San Pedro.
Después de recordar el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el Cenáculo junto a la Virgen, afirmó que “en esta fiesta de Pentecostés, también nosotros queremos estar espiritualmente unidos a la Madre de Cristo y de la Iglesia invocando con fe una renovada efusión del divino Paráclito”.
“La invocamos para toda la Iglesia, en particular, en este Año Sacerdotal, para todos los ministros del Evangelio, para que el mensaje de salvación sea anunciado a todas las gentes”, añadió.
En su saludo a los peregrinos de lengua española, insistió sobre ello diciendo: “Os invito a rezar de un modo especial por la Iglesia”.
Y pidió rezar en concreto “para que sus miembros, fortalecidos con la gracia del Espíritu Santo, sientan cada día más la alegría de pertenecer a la gran familia de los discípulos de Cristo y, con fe viva, esperanza firme y ardiente caridad, den testimonio en el mundo del Evangelio de la salvación”.
El Papa se refirió al misterio de Pentecostés como a un “verdadero ‘bautismo’ de la Iglesia”, recordando aquella “manifestación de la potencia del Espíritu Santo, el cual -como viento y como fuego- descendió sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo y les hizo capaces de predicar con valentía el Evangelio a todas las gentes”.
Y aseguró que la Iglesia “vive constantemente de la efusión del Espíritu Santo, sin el cual agotaría sus propias fuerzas, como una barca de vela a la que le faltara el viento”.
“Pentecostés se renueva de manera particular en algunos momentos fuertes, tanto en el ámbito local como en el universal, tanto en pequeñas asambleas como en grandes convocatorias”, explicó.
Y citó los ejemplos de los concilios y el encuentro de los movimientos eclesiales con Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro en Pentecostés del 1998.
“Pero la Iglesia experimenta innumerables “pentecostés” que vivifican las comunidades locales”, añadió.
Y ofreció en este caso como ejemplos las liturgias “especiales para la vida de la comunidad, en las que la fuerza de Dios se percibe de manera evidente infundiendo en las almas alegría y entusiasmo”, así como “tantos congresos de oración, en los que los jóvenes sienten claramente la llamada de Dios a arraigar su vida en su amor, también consagrándose enteramente a Él”.
“No hay por tanto Iglesia sin Pentecostés -declaró-. Y querría añadir: no hay Pentecostés sin la Virgen María”.
“Así fue al inicio, en el Cenáculo”, continuó, “y así es siempre, en todo momento y lugar”, aseguró, recordando su experiencia en el Santuario de Fátima, durante su reciente viaje a Portugal.
En este sentido, interrogó: “Lo que vivió, de hecho, aquella inmensa multitud, en la explanada del Santuario, donde todos éramos un solo corazón y una sola alma, ¿no es un renovado Pentecostés?”.
“En medio de nosotros estaba María, la Madre de Jesús -respondió-. Es ésta la experiencia típica de los grandes Santuarios marianos -Lourdes, Guadalupe, Pompeya, Loreto- o también de los más pequeños: allá donde los cristianos se reúnen en oración con María, el Señor da su Espíritu”.