La otra memoria italiana: Escondidos en el convento

Los héroes desconocidos que salvaron a los perseguidos

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ROMA, martes 18 de octubre de 2011 (ZENIT.org).- El pasado 16 de octubre se recordó en Roma la incursión que los nazis hicieron en el gueto judío. Una acción bárbara e inhumana.

Eran las cinco y media de una mañana lluviosa, el 16 de octubre de 1943, cuando los nazis entraron por la fuerza en las viviendas para deportar a hombres, niños, mujeres y ancianos.

Hicieron prisioneros a más de mil judíos, destinados junto a muchos otros en Europa a ser eliminados.

Pero justo cuando los nazis, cegados por el odio racial, estaban poniendo en práctica la “solución final”, cuando parecía que el destino estaba marcado para los judíos, miles de héroes desconocidos arriesgaron sus propias vidas, las de sus cónyuges, sus hermanos y hermanas para salvar a los perseguidos.

A pesar de las divisiones marcadas por las leyes raciales y el riesgo de perder la vida, las puertas de las iglesias y de los conventos, colegios y universidades pontificias se abrieron para acogerlos y protegerlos como a hermanos. Historias conmovedoras y desgarradoras, muchas de las cuales todavía no aparecen en los libros de historia.

El árbol de la vida duramente herido por las ofensas de la guerra, por las divisiones políticas y por la intolerancia racial, continuó siendo alimentado por la valentía y por la caridad de millares de personas. Gracias a las indicaciones precisas impartidas por el pontífice Pío XII, la obra de asistencia de las instituciones eclesiásticas fue inmensa.

Según el historiador Emilio Pinchas Lapide, entonces cónsul de Israel en Milán, “la Santa Sede, los nuncios y la Iglesia católica han salvado de una muerte cierta de 700.000 a 850.000 judíos”.

Y Luciano Tas, representante autorizado de la comunidad judía de Roma escribió en Historia de los judíos italianos que “centenares de conventos, después de la orden impartida en este sentido por el Vaticano, acogieron a judíos, miles de sacerdotes los ayudaron, prelados con altos cargos organizaron una red clandestina para la distribución de documentos falsos,…”.

La obra de protección de la Iglesia está ampliamente testificada por el alto porcentaje de católicos que han recibido la medalla de Justos entre las Naciones.

El Yad Vashem, el organismo nacional para la memoria de la Shoah, instituido en 1953 para recordar a los Justos entre las Naciones, que arriesgaron sus vidas para ayudar a los judíos durante el Holocausto, contaba al final de 2010 con 23.788 Justos entre las Naciones.

La gran mayoría de estos Justos es católica, destacable es también el gran número de miembros del clero, entre los que se cuentan cardenales, obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, muchos de los cuales perdieron la vida para salvar a los judíos.

Liana Millu, superviviente de Auschwitz recordó que en aquellos años de guerra, “los hombres mostraron lo mejor y lo peor de sí mismos”.

El mal perpetrado fue tan grande que muchos dudaron de la presencia de Dios.

Pero como explicó san Pablo, “Dios nunca estuvo ausente, incluso cuando la gente adoró a los ídolos”. Sabemos, de hecho, que frente a tantos males, hubo mucho bien. La sangre y los sufrimientos de cada uno de los héroes desconocidos salvaron la humanidad.

Se descubre así que el sentimiento de caridad, el amor a los demás, sobre todo a los más débiles y perseguidos, es un acto que consigue derrotar incluso a la muerte.

Este es el motivo por el que el sufrimiento puede estar lleno de significado. Con respecto a esto cabe destacar las historias de Odoardo Focherini y Mafalda Pavia.

Odoardo Focherini muerto a los 37 años de edad, no era un superhéroe. Padre de 7 hijos, director de la Acción Católica y administrador del Avvenire de Italia, salvó a 105 judíos de la deportación, pero fue capturado por los alemanes y llevado a Hersbruck donde murió el 27 de diciembre de 1944.

En su última carta escribió: “A mis siete hijos… quisiera volver a verlos antes de morir. Sin embargo acepta, oh Señor, este sacrificio y cuidalos tú, junto a mi mujer, a mis padres, a todos mis seres queridos. Declaro morir en la más pura fe católica apostólica romana y en la plena sumisión a la voluntad de Dios, ofreciendo mi vida en holocausto por mi diócesis, por la Acción Católica, por el Papa y por la vuelta de la paz al mundo. Os ruego que le digáis a mi mujer que le soy siempre fiel, que me he acordado mucho de ella y que la he amado inmensamente”.

Mafalda Pavia, una doctora de fe judía, docente libre universitaria en la Clínica Pediátrica, fue salvada por san Juan Calabria, que la escondió en el noviciado de las Pobres Siervas de la Divina Providencia de Roncà en la provincia de Verona.

En un libro de cartas enviadas a san Juan Calabria, la doctora Pavia escribió: “Jesús el hermano sublime se ha ofrecido a nuestro pueblo”.

“Sublime este judío que se ofreció en holocausto por todos los pecados de los hombres… este Hombre que parece morir cada año, cada día, cada minuto por la maldad de todos, de ayer, de hoy, de mañana… este Hombre que parece resucitar cada instante para darnos la dulcísima esperanza del perdón divino”.

Las historias de Odoardo Focherini y de Mafalda Pavia son ejemplos de cómo en una lucha desigual, el bien puede vencer sobre el mal, y como donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.

Por Antonio Gaspari

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

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ZENIT Staff

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