CIUDAD DEL VATICANO, 29 octubre 2001 (ZENIT.org).- En plena crisis internacional, Juan Pablo II volvió a lanzar este lunes una durísima condena del terrorismo e hizo un llamamiento al diálogo entre pueblos y culturas como condición indispensable para la paz.

El pontífice confesó su intensa preocupación por «los acontecimientos que desde hace unas semanas amenazan los grandes equilibrios del mundo y tienen en la angustia a millones de personas», al dar la bienvenida al representante del emperador Akihito en Roma, Mitsuhiro Nakamura, de 62 años, diplomático de carrera.

«En estos días, en los que numerosos focos de tensión persisten y se desarrollan, hago un llamamiento con todas mis fuerzas a adoptar un compromiso renovado y cada vez más intenso de todos los hombres de buena voluntad para que por el diálogo y la colaboración cada pueblo pueda tener una tierra y cada persona pueda vivir en la paz», afirmó el Santo Padre.

«La confianza entre las personas y entre los pueblos --continuó diciendo-- hará retroceder hasta el final el terrorismo, que no puede abrirse camino de ningún modo en el reconocimiento de un grupo de personas o de una ideología, ni llevar a ningún tipo de gobierno en un país o región».

Esta condena absoluta del terrorismo, según el obispo de Roma, se debe al hecho de que «la utilización de la violencia en sus diferentes formas no permite ni solucionar los conflictos ni establecer las bases para una sociedad respetuosa de todos sus miembros».

Al contrario, la violencia terrorista, «por las heridas que ocasiona, aleja toda vida social pacífica y reduce a nada los derechos más fundamentales de las personas y los pueblos a la paz y a un desarrollo integral y solidario».

Según el Papa, es necesario responder al terrorismo anunciando «los valores religiosos, espirituales, culturales y humanos», «esenciales para la edificación de la civilización del amor y de la paz», como son «el respeto de la creación y de la vida, el espíritu de ardor en el trabajo, el sentido profundo de solidaridad, la capacidad de apertura a la trascendencia».

Por este motivo, según constató el sucesor de Pedro ante el embajador nipón, la «condición necesaria para la paz», en estos momentos, es «el diálogo entre las civilizaciones».

«Para que se calmen y resuelvan los conflictos y las tensiones que atraviesan el continente asiático --insistió el Papa Wojtyla--, este diálogo debe realizarse de manera muy especial a través del intercambio entre los diferentes pueblos, las diferentes culturas y las diferentes tradiciones filosóficas, en el respeto de la libertad legítima de las personas y de los pueblos».

Este diálogo, concluyó, tiene particular importancia entre los creyentes «para que las religiones no sean nunca pretexto de actos contrarios al respeto de todo ser humano y de toda comunidad humana».