BOGOTÁ, 8 julio 2003 (ZENIT.org).- En Colombia, donde no hay región que se libre de la violencia –provocando el exilio forzado, la caída de los cultivos tradicionales y el abandono de la tierra–, la Iglesia católica intenta mediar entre gobierno y guerrilleros.
La preocupación del episcopado colombiano –que el viernes pasado cerró su LXXV Asamblea Plenaria– por esta crisis de cuatro décadas es muy fuerte. El conflicto entre el gobierno y los grupos guerrilleros de inspiración marxista ha causado más de 300.000 muertos y millones de desplazados, repercutiendo enormemente en la sociedad y en la economía.
A este panorama hay que añadir el tráfico de cocaína –de la que Colombia es el mayor productor mundial–, origen de continuos homicidios y corrupción.
En un intento de mediación entre gobierno y guerrilla, el episcopado colombiano constituyó la Comisión de conciliación nacional, mientras que el presidente de la república, Álvaro Uribe, llamó a algunos representantes del clero al comité encargado de tratar con los guerrilleros.
Uno de los miembros de dicho comité, el arzobispo de Tunja, Luis Augusto Castro Quiroga, vicepresidente de la Conferencia Episcopal, describió ante los micrófonos de Radio Vaticana la situación del diálogo y su contexto.
–¿Qué motivos impulsan a la Iglesia a desempeñar este papel en las negociaciones?
–Monseñor Castro Quiroga: Hay distintas razones. Por encima de todo, la Iglesia católica siempre ha intentado mantener una apertura plena hacia todos los grupos, por motivos de evangelización. Ésta no puede decir: «Nos interesamos por un sector y omitimos el otro». No se ha identificado con una parte para estar contra la otra, sino que ha tratado de permanecer en medio. Así es como ha podido dejar la puerta abierta a todos. Un segundo motivo se refiere a la autoridad moral que la Iglesia tiene en Colombia. En tercer lugar, la Iglesia está presente por doquier. Por lo tanto tiene posibilidad de contactos en cualquier zona del país.
–Sin embargo, ahora el diálogo se ha detenido. ¿Por qué?
–Monseñor Castro Quiroga: Durante el proceso de diálogo se debatía sobre cómo éste podría conducir a la paz. Por otro lado, las acciones de la guerrilla continuaban siendo terribles, en términos de violencia. Por lo tanto llegamos a un punto en el que ya no se quiso aceptar un diálogo en esas condiciones, dado que en torno a la mesa se decía una cosa y después se actuaba de otra forma.
–¿Pueden potenciar las Naciones Unidas su papel para llegar a la paz?
–Monseñor Castro Quiroga: El presidente colombiano hizo peticiones específicas para que las Naciones Unidas ayudaran en este proceso. Sin embargo, evidentemente, hay dificultades. Ante todo, el presidente quería que las Naciones Unidas ocuparan el lugar del Estado, del propio gobierno, y dialogaran directamente con la guerrilla. La ONU, por su parte, respondió: «No, no podemos ocupar el lugar del Estado. Podemos ser testigos de un proceso en marcha. Pero los interlocutores siempre han de ser los grupos en guerra y el Estado». La guerrilla también rechazó a las Naciones Unidas si su papel iba a ser el del Estado, pero no se opuso a su presencia como testigo de excepción.
–El tráfico de estupefacientes, ¿qué importancia tiene en lo que está ocurriendo en Colombia?
–Monseñor Castro Quiroga: Todos los grupos en guerra han optado por la cocaína como principal medio de sustento de sus fuerzas. Es la razón por la que el Estado, conociendo este factor, lucha con tanto vigor contra esta sustancia estupefaciente. Sin la cocaína, no habría guerra, al menos en las proporciones que presenta en este momento.
–¿Cómo ayuda la Iglesia a los numerosos refugiados que este conflicto esta ocasionando?
–Monseñor Castro Quiroga: Con programas especiales para ellos. A través de la pastoral social nacional y las pastorales sociales diocesanas, se desarrollan programas de acogida a fin de que estas personas puedan empezar a ser autónomas. El segundo punto es ayudar a las personas a regresar a sus lugares de origen, para lo cual se necesita que el lugar de donde provienen ofrezca garantías de seguridad. Considero que en este momento, el sector social es el mayor desafío para la Iglesia en Colombia. Hablamos de 3 a 4 millones de personas. Se podría decir que más del 50% de ellas son niños, jóvenes y mujeres.