Juan Pablo II: Cardenales de la Iglesia «hasta el derramamiento de sangre»

Homilía del Papa en el consistorio de creación de 31 nuevos purpurados

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CIUDAD DEL VATICANO, 21 octubre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció este martes Juan Pablo II en el consistorio público para la creación de 30 nuevos cardenales, además de uno in «pectore». Fue leída por el arzobispo Leonardo Sandri, sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado del Vaticano.

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¡Venerados y queridos hermanos!

1. El encuentro de hoy constituye un nuevo momento de gracia en estos días particularmente densos de acontecimientos eclesiales. En este presente consistorio tengo la alegría de imponer el capelo cardenalicio a 30 beneméritos eclesiásticos, reservando «in pectore» el nombre de otro. Algunos son cercanos colaboradores míos en la Curia Romana; otros desempeñan su ministerio en veneradas Iglesias de antigua tradición o de reciente fundación; otros se han destacado en el estudio y en la defensa de la doctrina católica y en el diálogo ecuménico.

A todos y a cada uno les dirijo mi cordial saludo. De manera especial saludo a monseñor Jean-Louis Tauran y le doy las gracias por las meditadas palabras que me ha dirigido en nombre de quienes son agregados hoy al Colegio cardenalicio. Saludo también con afecto a los señores cardenales, a los venerados patriarcas, a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, y fieles de todas las partes del mundo, venidos para acompañar a cuantos hoy son elevados a la dignidad cardenalicia.

En esta Plaza, como se ha subrayado oportunamente, resplandece hoy la Iglesia de Cristo, siempre antigua y siempre nueva, reunida en torno al sucesor de Pedro.

2. El Colegio cardenalicio, enriquecido con nuevos miembros, al reflejar todavía más la multiplicidad de razas y culturas que caracteriza al pueblo cristiano, pone de relieve la unidad de toda porción de la grey de Cristo con la cátedra del obispo de Roma.

Vosotros, venerados hermanos cardenales, por el «título» que se os atribuye, pertenecéis al clero de esta ciudad de la que es obispo el sucesor de Pedro. De este modo, por una parte ampliáis, en cierto sentido, la comunidad eclesial que está en Roma hasta los últimos confines de la Tierra; por otra, hacéis presente en ella a la Iglesia universal. Se expresa de este modo la naturaleza misma del Cuerpo místico de Cristo, Familia de Dios que abraza pueblos y naciones de todo lugar, con el vínculo de la única fe y de la única caridad. Pedro es el fundamento visible de esta comunión. En el desempeño de su ministerio, el sucesor del pescador de Galilea cuenta con vuestra colaboración fiel; os pide que lo acompañéis con la oración, mientras invoca el Espíritu Santo para que no se debilite nunca la comunión entre todos aquellos a los que el Señor «ha elegido como vicarios de su Hijo y ha constituido pastores» (Misal Romano, Prefacio de los Apóstoles I).

3. El color rojo púrpura del hábito cardenalicio evoca el color de la sangre y recuerda el heroísmo de los mártires. Es el símbolo de un amor a Jesús y a su Iglesia que no experimenta límites: amor hasta el sacrificio de la vida «hasta el derramamiento de sangre» («usque ad sanguinis effusionem»).

Grande es el don que se os ha hecho, y al mismo tiempo, grande es la responsabilidad que comporta. El apóstol Pedro, en su primera Carta, recuerda las tareas fundamentales de todo pastor: «Apacentad la grey de Dios que os está encomendada –dice–…, siendo modelos de la grey» (1 Pedro 5, 1-2). Es necesario predicar con la palabra y con el ejemplo, como bien subraya también la exhortación apostólica postsinodal «Pastores gregis», que firmé el jueves pasado en presencia de muchos de vosotros. Si esto es válido para todo pastor, vale aún más para vosotros, queridos y venerados miembros del Colegio cardenalicio.

4. En la página evangélica que se acaba de proclamar, Jesús indica, con su ejemplo, cómo llevar a cumplimiento esta misión: «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos» (Marcos, 10 43-44). Los apóstoles sólo comprendieron el pleno significado de estas palabras después de la muerte y con la ayuda del Espíritu supieron aceptar hasta el fondo su exigente «lógica».

Este mismo programa, sigue presentando el Redentor a quienes asocia de manera más cercana a su misión con el sacramento del Orden. Les pide que se conviertan a esta «lógica», que está en claro contraste con la del mundo: morir a sí mismos para ser siervos humildes y desinteresados de los hermanos, huyendo de toda tentación de hacer carrera y de ganancia personal.

5. Queridos y venerados hermanos: sólo si os hacéis siervos de todos cumpliréis con vuestra misión y ayudaréis al sucesor de Pedro a ser, a su vez, a ser el «siervo de los siervos de Dios», como le gustaba calificarse a mi santo predecesor Gregorio Magno.

Se trata ciertamente de un ideal difícil de realizar, pero el Buen Pastor nos asegura su apoyo. Podemos contar, además, con la protección de María, Madre de la Iglesia, y de los santos apóstoles Pedro y Pablo, columnas y fundamento del pueblo cristiano.

Por lo que a mí respecta, os renuevo mi estima y os acompaño con un constante recuerdo en la oración. Que Dios os conceda la gracia de entregar totalmente vuestra vida por las almas, en las diferentes misiones que os confía.

A todos os imparto con afecto mi bendición.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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