MILÁN, miércoles, 30 junio 2004 (ZENIT.org).- Una teoría económica de la felicidad es posible. Lo intentan algunos economistas, entre ellos Luigino Bruni, que promueve la llamada «economía de comunión», surgida en el seno del Movimientos de los Focolares.
Luigino Bruni es investigador de economía política en la Universidad de Milán Bicocca. Se ocupa de pensamiento económico y de fundamentos éticos y antropológicos de la economía.
Es autor del libro recientemente editado «L’Economia, la felicità e gli altri. Un’indagine su beni e benessere» (La economía, la felicidad y los otros. Una investigación sobre bienes y bienestar, Città Nuova). Varios de sus libros están traducidos al español.
–¿Qué es la economía de comunión?
–Bruni: La economía de comunión (EdC) es un proyecto que implica a unas 800 empresas de muchos países del mundo y que se propone vivir la actividad económica como una expresión de la comunión.
En particular, las empresas que adhieren al proyecto se comprometen a vivir en varios aspectos de la vida de la impresa –por ejemplo, en las relaciones internas y externas o con el fisco–, un estilo de vida justo y en comunión.
Los beneficios se ponen en común siguiendo tres objetivos: reinversión en el desarrollo de la empresa, la difusión de la cultura del dar y del amor, la ayuda a las personas que se encuentran en dificultades económicas como los indigentes que en nuestro caso se encuentran en contacto con la comunidad del Movimiento de los Focolares. La economía de comunión fue pensada y lanzada en Brasil en 1991 por Chiara Lubich, fundadora y presidente de los Focolares
–Se puede aplicar este tipo de economía en una familia o individualmente, ¿o es sólo comunitaria?
-Bruni: En sentido literal se dirige a empresas, no a individuos ni familias. De todos modos, su cultura y su concepción económica son universales, puesto que se trata de intentar aplicar la lógica evangélica a la gestión de los bienes económicos.
Con lo cual, también una familia se puede inspirar en la cultura de la comunión en su relación con los bienes y con la riqueza económica.
De hecho, si analizamos la vida de una familia de cerca, nos damos cuenta de que la economía de comunión le resulta muy congenial, ya que utiliza los propios recursos para los mismos objetivos de la economía de comunión: tras garantizar el sustento y las inversiones típicas de una familia (casa, ropa, alimentación, etc.), los recursos se destina a la formación cultural (basta pensar en los gastos de educación) y a quienes no tienen rentas: niños, muchachos, y personas que pueden encontrarse en una situación de necesidad (enfermos).
La economía de comunión se basa en la cultura del dar, del don y de la reciprocidad. La familia, cuando funciona, es la imagen natural de estos principios.
–En muchos países ha aumentado la capacidad adquisitiva, pero no la felicidad…
—Bruni: La paradoja principal es que el aumento de rédito individual no lleva a un aumento del bienestar, es más, algunos estudios parece que demuestran una relación inversa entre riqueza y felicidad, y esto es una paradoja.
Pero la paradoja más profunda es que los bienes no compartidos con otros raramente se convierten en bienestar. Y la sociedad actual está totalmente centrada en el consumo del individuo, sin los otros o contra los otros. Y así no se consigue transformar los bienes en bienestar. Caemos en el síndrome del rey Midas: morimos de hambre de sentido y de felicidad, aunque estemos rodeados de oro.
–¿Es posible una teoría de la felicidad, en economía?
–Bruni: Somos muchos los que intentamos dar una contribución en este sentido. Me interesan mucho estas paradojas de una riqueza que en lugar de hacer que estemos mejor, nos hace caer en las trampas de la infelicidad de las que no salimos porque no nos damos ni cuenta de que estamos dentro. El ejemplo típico es el trabajo: muchos de nosotros trabajamos demasiado, pero no conseguimos pararnos ni un momento para darnos cuenta de ello.
La teoría de la felicidad en economía quiere despertar a los dormidos en el confort de la sociedad de consumo. Si lo consigue, habrá hecho ya algo meritorio.
Como sostiene el Nobel de Economía A. Sen, «somos infelices y no tenemos libertad, pero no nos damos cuenta».
–Entonces, la economía es importante, pero la felicidad lo es más. ¿Cómo se conjugan los dos elementos del binomio?
–Bruni: Se complementan fácilmente. Por un lado, el aumento de riqueza puede conllevar mucha infelicidad. Por otro lado, es muy difícil llevar una buena vida cuando no se tiene lo suficiente para nutrirse o vivir decentemente.
Por este motivo, el primer nombre que se dio en Nápoles a la ciencia económica fue el de «ciencia de la felicidad pública».
Así, si el primer objetivo de la economía es el bien-estar (y no el bien-tener), no nos debería sorprender el que un proyecto económico que ha entendido esta realidad gracias a la espiritualidad de comunión no haga de los bienes un fin sino un medio para una vida buena y feliz. Es aquí donde yo veo la posibilidad de enlazar economía y felicidad.