ROMA, domingo, 29 enero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario que ha escrito Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, sobre la primera encíclica de Benedicto XVI, «Deus caritas est».
* * *
«Dios es amor». ¡Cuánta gratitud hacia el Papa Benedicto XVI ya desde el título de su primera encíclica! Ha encendido en nosotros una esperanza, de que el gran anuncio «Dios es amor», de que la palabra «amor» devuelta a su «esplendor original», se expanda hasta el infinito, como cuando se lanza una piedra en el agua y se forman círculos cada vez más amplios. El interés de los medios, ya antes de su presentación y todavía más ahora, lo hace prever.
«Dios es amor» es ciertamente la Palabra que Jesús quiere decir hoy al mundo, en este nuevo milenio.
Sí, el amor está inscrito en la naturaleza misma de la Iglesia, como lo escribe el Papa. A la herencia de su riquísima historia, en estas últimas décadas se han agregado nuevos carismas suscitados por el Espíritu. De boca en boca, valorado por el testimonio, el anuncio: «¡Dios es amor! Dios te ama así como eres», ha transformado la vida de millones de personas. Para nosotros ha sido una luz –aparecida en la hora más oscura de la historia, la segunda guerra mundial– que ha iluminado todo el Evangelio, haciéndonos descubrir que Jesús no había temido pronunciar la palabra amor. Es más, entendíamos que precisamente el amor es el corazón de su anuncio, sí, es «la potencia creadora primordial que mueve el universo» mueve nuestra pequeña historia personal y la gran historia del mundo.
Estoy segura de que la encíclica del Papa suscitará un eco espontáneo en toda la Iglesia y más allá: si vivir el amor no se limita a la ayuda concreta al prójimo, sino que nos lleva también a «comunicar a los demás el amor de Dios que nosotros mismos hemos recibido», emergerá la riqueza de este amor vivido a menudo con heroísmo, en el silencio, dentro de las familias, en los parlamentos, en las fábricas, en las universidades y en los barrios, en las áreas más desheredadas del mundo, y entre quien tiene impreso en su propio rostro, el rostro del mismo Hombre-Dios que grita el abandono del Padre.
Así, se hará «visible en cierto modo el Dios viviente», su acción en nuestro tiempo, como ha auspiciado Benedicto XVI. Y Dios, redescubierto como Amor, atraerá al mundo.
[Traducción distribuida por www.focolare.org]