ROMA, lunes, 29 enero 2007 (ZENIT.org).- El tiempo litúrgico «ordinario» no es un tiempo «débil». Lo explica a Zenit el rector del Pontificio Instituto Litúrgico (PIL), el benedictino Juan Javier Flores Arcas, que recuerda cómo «de por sí no tiene nada este tiempo que lo haga inferior a los demás».
Zenit ha planteado al padre Flores Arcas, profesor en el Ateneo Pontificio de San Anselmo de Roma, algunas de las preguntas fundamentales que todo católico se hace sobre el tiempo litúrgico.
–Estamos comenzando el tiempo ordinario, litúrgicamente hablando. ¿Es un tiempo «menor»?
–P. Flores: No se trata de un tiempo débil con respecto a los demás tiempos fuertes, puesto que cuenta con los domingos que son la celebración semanal de la Pascua, que está en el origen mismo del año litúrgico. De por sí no tiene nada este tiempo que lo haga inferior a los demás.
El tiempo ordinario no tiene como objeto la celebración particular de un misterio preciso de la vida de Cristo, sino la totalidad del misterio visto más en su conjunto que en algún misterio particular.
Son 33 ó 34 semanas que se sitúan después de la fiesta del Bautismo del Señor y siguen a la solemnidad de Pentecostés.
No son semanas completas, pues a algunas les falta el domingo o algunos días como en los días que siguen al Miércoles de Ceniza.
–¿Hay formularios específicos para los días feriales –no festivos– del tiempo ordinario?
–P. Flores: En la actual liturgia de este tiempo no se han previsto formularios específicos para los días feriales, pero en cambio –aquí está la gran novedad– se ha preparado un doble leccionario que enriquece notablemente la celebración diaria.
Las grandes pautas de la espiritualidad del tiempo ordinario están marcadas por el doble leccionario ferial: el leccionario de la Eucaristía y el leccionario bíblico bienal del oficio de lecturas al que se añade otro leccionario bíblico patrístico.
Las ferias del tiempo ordinario tienen una distribución propia de lecturas en un ciclo de dos años, pero el Evangelio es siempre el mismo, por lo que es la primera lectura la que ofrece un ciclo distinto para cada año.
Los evangelios diarios están divididos de esta forma:
1. el evangelio de Marcos, desde la semana I a la IX
2. el evangelio de Mateo, desde la semana X a la XXI
3. el evangelio de Lucas desde la semana XXII a la XXXIV
El evangelio de Juan, en cambio, se lee durante todo el tiempo pascual a partir de la quinta semana de Cuaresma. Constituye un conjunto de cinco domingos, desde el 17 al 21 en el ciclo B del tiempo ordinario. Se trata de una ocasión privilegiada para una catequesis sobre la Eucaristía, ambientada en la adhesión a Jesús en la fe.
–El tiempo ordinario forma parte del año litúrgico. ¿Cómo podemos definir, exactamente, el año litúrgico?
–P. Flores: El año litúrgico puede describirse como el conjunto de celebraciones con las que la Iglesia vive anualmente el misterio de Cristo.
Así lo expresa el Concilio Vaticano II en su constitución de liturgia, nº 102: «la Santa Madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo», de modo que a lo largo de un año podamos recorrer los momentos cumbres de la historia de la salvación introduciéndonos en ellos.
El año litúrgico es, por tanto, el año del Señor, del Kyrios glorioso, del Cristo resucitado presente en medio de su Iglesia con la larga historia que lo precede y lo acompaña. Revivimos la alianza, la elección del pueblo santo y la plenitud de los tiempos mesiánicos.
A lo largo del ciclo anual se va desplegando todo el misterio de Jesucristo, desde la encarnación hasta la espera de su segunda venida al final de los tiempos, culminando este recorrido en la celebración más importante del año, esto es, la memoria de su Misterio Pascual.
El año litúrgico en sus diversos momentos no celebra otra cosa sino la plenitud de este misterio, tiene su centro en la Pascua anual, todo brota de ella y todo tiende a ella.
–¿Punto culminante es siempre la Pascua?
–P. Flores: Los documentos que han acompañado la reforma litúrgica insisten de modo muy especial en esta centralidad pascual, de ahí se desprende la necesidad de destacar plenamente el misterio pascual de Cristo en la reforma del año litúrgico, según las normas dadas por el Concilio, tanto en lo que respecta a la ordenación del Propio del tiempo y de los santos, como a la revisión del Calendario romano.
La continua celebración pascual se constituiría por ello en punto de partida de toda reforma del año litúrgico.
La constitución conciliar sobre la liturgia y los documentos posteriores son claros y rotundos, no existe más que un ciclo que es el pascual, si bien junto a él hay que situar otros ciclos colaterales.
La Pascua de Cristo se encuentra en el centro de la acción litúrgica, de ahí que toda espiritualidad cristiana deba ser una espiritualidad pascual, es decir una espiritualidad polarizada por el hecho divino de salvación, por el misterio pascual vivido por Cristo y celebrado memorialmente por la Iglesia.
–¿Hay espiritualidades específicas para cada tiempo litúrgico?
–P. Flores: Sí, por supuesto. Centrándonos es los grandes tiempos del año litúrgico podríamos dividirlos según la tonalidad del mismo tiempo litúrgico, siempre partiendo de la unicidad celebrativa de la Pascua, buscando la totalidad en la simplicidad del misterio, es decir el «todo en el fragmento»: Adviento: una espiritualidad escatológica; Navidad: una espiritualidad esponsal; Epifanía: una espiritualidad real; Cuaresma: una espiritualidad de la conversión y de la penitencia; Triduo Pascual: imitar sacramentalmente el misterio pascual de Cristo; Pascua: una espiritualidad pentecostal y el tiempo Ordinario: el ritmo sosegado del año litúrgico.