OVIEDO, jueves 11 de marzo de 2010 (ZENIT.org).-Publicamos la meditación que ha escrito monseñor Jesús Sanz Montes, OFM, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y Jaca, sobre el Evangelio de este domingo, 14 de marzo (Lucas 15, 1-3.11-32), cuarto de Cuaresma.
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Era una escena complicada, que Jesús resolverá con una parábola impresionante. En torno a Él aparecen los publicanos y pecadores por un lado (el hijo menor), y los fariseos y letrados por otro (el hijo mayor). Pero, el protagonismo no recae en los hijos ni en sus representados, sino en el padre y en su misericordia.
La breve explicación de la mala vida del hijo menor, las consideraciones que se hace a sí mismo y el resultado final de su frívola escapada, tienen un término feliz. Sorprende la actitud del padre en el encuentro con su hijo, descrita con intensidad en los verbos que desarman los discursos de su hijo, indicando la tensión del corazón entrañable de ese padre: «Cuando estaba lejos, su padre lo vio; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo». El error que le condujo a la fuga hacia los espejismos de una falsa felicidad y de una esclavizante independencia, será transformado por el padre en encuentro de alegría inesperada e inmerecida. La última palabra dicha por ese padre, sobresale sobre todas las penúltimas dichas por el hijo, es el triunfo de la misericordia, la gracia y la verdad.
Triste es la actitud del otro hijo, cumplidor, sin escándalos, pero resentido y vacío. Si no pecó como su hermano, no fue por amor al padre, sino por amor a sí mismo. Cuando la fidelidad no produce felicidad, no se es fiel por amor sino por interés o por miedo. El se había quedado con su padre, pero sin ser hijo, poniendo precio a su gesto. Pudo tener más de lo que exigía su mezquina fidelidad, pero sus ojos torpes y su corazón duro, fueron incapaces de ver y de gozar: «Tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo», le dijo el padre. Teniéndolo todo, se quejaba de la falta de un cabrito. Quien vive calculando, no puede entender, ni siquiera puede ver, lo que se le ofrece gratuitamente, en una cantidad y calidad infinitamente mayor de lo que su actitud rácana puede esperar.
La trama de esta parábola es la trama de nuestra posibilidad de ser perdonados. Como Péguy ha afirmado, Dios con esta parábola ha ido a donde nunca antes se había atrevido, acompañándonos con esta palabra más allá de cuanto nos acompaña con otras palabras también suyas. El sacramento de la Penitencia, que de un modo especial recibimos en estos días cuaresmales, es el abrazo de este Padre que viéndonos en todas nuestras lejanías se nos acerca, nos abraza, nos besa y nos invita a la fiesta de su perdón con misericordia entrañable.