CIUDAD DEL VATICANO, lunes 15 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso del Papa Benedicto XVI a los obispos de Sudán, a quienes recibió el pasado sábado en el Palacio Apostólico con motivo de su visita Ad limina Apostolorum.
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Eminencia,
Queridos Hermanos Obispos,
Con gran alegría os doy la bienvenida a vosotros, los obispos de Sudán, en vuestra quinquenal visita a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Doy las gracias al Obispo Deng Majak por las amables palabras con las que se ha dirigido a mí en vuestro nombre. En el espíritu de comunión en el Señor que nos une como sucesores de los Apóstoles, me uno a vosotros en el agradecimiento por el “don superior” (cf. 1 Cor 12,31) de la caridad cristiana que es evidente en vuestras vidas y en el generoso servicio de los sacerdotes, los religiosos y religiosas y los fieles laicos de Sudán. Vuestra fidelidad al Señor y los frutos de vuestros trabajos en medio de dificultades y sufrimientos son testimonio elocuente de la fuerza de la cruz que brilla a través de nuestras limitaciones y debilidades humanas (cf. 1 Co 1,23-24).
Sé lo mucho que vosotros y los fieles de vuestro país habéis aspirado a la paz, y de cuán pacientemente estáis trabajando para su restablecimiento. Que, anclada vuestra fe y esperanza en Cristo, Príncipe de la Paz, podáis encontrar siempre en el Evangelio los principios necesarios para conformar vuestra predicación y enseñanza, vuestros juicios y acciones. Inspirados por estos principios, y haciéndoos eco de las justas aspiraciones de toda la comunidad católica, habéis hablado con una sola voz en el rechazo a «cualquier retorno a la guerra» y en el llamamiento al establecimiento de la paz en todos los niveles de la vida nacional (Declaración de los Obispos de Sudán, Por una paz justa y duradera, 4).
Para que la paz eche raíces profundas, deben hacerse esfuerzos concretos para disminuir los factores que contribuyen a los conflictos, en particular la corrupción, las tensiones étnicas, la indiferencia y el egoísmo. Las iniciativas en este sentido sin duda serán provechosas si se basan en la integridad, en un sentido de fraternidad universal y en las virtudes de la justicia, la responsabilidad y la caridad. Los tratados y otros acuerdos, elementos indispensables en el proceso de paz, sólo darán fruto si están inspirados y acompañados por el ejercicio de un liderazgo maduro y moralmente recto.
Os insto a que saquéis fuerzas de vuestra experiencia reciente en la Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, a medida que continuáis predicando la reconciliación y el perdón. Los efectos de la violencia pueden tardar muchos años en sanarse, pero la conversión del corazón, que es la condición indispensable para una paz justa y duradera, ya ahora se ha de implorar como un don de la gracia de Dios. Como heraldos del Evangelio, habéis tratado de inculcar a vuestro pueblo y a la sociedad un sentido de responsabilidad hacia las generaciones presentes y futuras, fomentando el perdón, la aceptación mutua y el respeto de los compromisos asumidos. También habéis trabajado para hacer avanzar los derechos humanos fundamentales a través del imperio de la ley y habéis reclamado la aplicación de un modelo integral de desarrollo económico y humano. Agradezco todo lo que la Iglesia en vuestro país está haciendo para ayudar a los pobres a vivir en dignidad y autoestima, para ayudarles a encontrar un trabajo a largo plazo y para que puedan hacer su propia contribución a la sociedad.
Como signo e instrumento de la humanidad reconciliada y restaurada, la Iglesia, incluso ahora experimenta la paz del Reino a través de la comunión en el Señor. Que vuestra predicación y vuestra actividad pastoral estén inspiradas en una espiritualidad de comunión que une a las mentes y los corazones en la obediencia al Evangelio, la participación en la vida sacramental de la Iglesia, y la fidelidad a su autoridad episcopal. El ejercicio de esa autoridad nunca debe ser visto «como algo impersonal o burocrático, precisamente porque es una autoridad que nace del testimonio» (cf. Pastores gregis, 43). Por esta razón, vosotros mismos debéis ser los primeros maestros y testigos de nuestra comunión en la fe y el amor de Cristo, participando en iniciativas comunes, escuchando a vuestros colaboradores, ayudando a los sacerdotes, religiosos y fieles a aceptarse y apoyarse unos a otros como hermanos y hermanas, sin distinción de raza o grupo étnico, en un intercambio generoso de dones.
Como una parte significativa de este testimonio, os aliento a dedicar vuestras energías a reforzar la educación católica, preparando así a los laicos, en particular, para que den testimonio convincente de Cristo en todos los aspectos de la vida familiar, social y política. Ésta es una tarea a la que la Saint Mary’s University de Juba y los movimientos eclesiales pueden hacer una contribución significativa. Después de los padres, los catequistas son el primer eslabón en la cadena de transmitir el precioso tesoro de la fe. Os insto a que veléis por su formación y sus necesidades.
Por último, quisiera expresar mi agradecimiento por vuestros esfuerzos por mantener buenas relaciones con los seguidores del Islam. A medida que trabajáis para promover la cooperación en iniciativas prácticas, yo os animaría a enfatizar los valores que los cristianos tienen en común con los musulmanes como base para el “diálogo de vida», que es un primer paso esencial hacia el respeto genuino y la comprensión entre religiones. La misma apertura y amor deben ser mostrados a las personas pertenecientes a religiones tradicionales.
Queridos Hermanos en el Episcopado, a través vuestro envío un cálido saludo a los sacerdotes y religiosos de vuestro país, a las familias y, de manera particular, a los niños. Con gran afecto, os encomiendo a las oraciones de santa Bakhita y san Daniel Comboni, y a la protección de María, Madre de la Iglesia. A todos os imparto de corazón mi bendición apostólica, como prenda de la sabiduría, la alegría y la fuerza en el Señor.
[Traducción del original en inglés por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]