Moldavia: Obispo pide ayuda para acabar con la exportación de prostitución

Monseñor Cosa, obispo de veinte mil católicos moldavos, explica la situación

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KISHINEV, 13 feb 2001 (ZENIT.orgAVVENIRE).- Monseñor Anton Cosa, rumano de nacimiento, de 40 años, es obispo en Moldavia desde hace un año. Su comunidad es pequeña. En medio de un total de 4,5 millones de ortodoxos,
los católicos son sólo veinte mil. Y la mitad vive en Transistria, región autónoma moldava en la que todavía está acuartelada la 14ª Armada de Moscú.

La República de Moldavia forma parte de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), en la órbita de Moscú, tras la disolución de la URSS. La Iglesia Ortodoxa depende del Patriarcado de Moscú, hasta ahora nada proclive al ecumenismo. Las iglesias católicas del país, unas quince, pertenecen al Estado y han sido otorgadas en usufructo.

El obispo tiene muchas preocupaciones en este país que sufre el desmoronamiento de valores y de la economía típico de los países satélites del imperio comunista ruso. Ahora bien, desde hace algunos días, cuando el centro de la Iglesia católica en Italia, «Regina Pacis», desvelara la existencia de una red de prostitución internacional que utilizaba a jóvenes moldavas, con la aquiescencia de tropas de la OTAN desplegadas en la ex Yugoslavia, recibe un montón de preguntas sobre el argumento.

«Los de Europa occidental sabéis vosotros más que nosotros –responde en esta entrevista–. Aquí los periódicos no hablan de ello. No es un tema de sufrimiento público. La gente piensa: de todos modos, fuera, las chicas están mejor que aquí, donde vivimos como perros».

–¿Tan mala es la situación?

–Monseñor Anton Cosa: Yo soy administrador apostólico desde el 1993 y, cuando llegué, la gente tenía entradas seguras aunque fueran modestas, y un cierto poder adquisitivo. Ahora hay miseria. El 70% de la población vive en la pobreza más total. Y la economía en, en un 70%, está sumergida o es de contrabando. La clase política no tiene proyectos. O peor: aquí la corrupción se ha convertido en sistema, estructura; y, para mantener la estructura, se compite por obtener el poder político. ¿Comprende?

–El ministro moldavo de Interior ha declarado, en una sede europea, que existe incluso el comercio de órganos humanos. Los pobres venden un riñón para sobrevivir…

–Monseñor Anton Cosa: Sé que ese ministro ha estado a punto de perder el cargo. Ahora se ha pasado al partido comunista, que probablemente ganará las elecciones del próximo 23 de febrero.

–¿Le preocupa?

–Monseñor Anton Cosa: Si tienen la mayoría absoluta, cambiarán la Constitución, lo han declarado. La actual Constitución reconoce la libertad de culto. Pero no creo que cometan el error de cerrar los cultos. No arruinarán las
relaciones con Europa, no pondrán en peligro el dinero que mandan los emigrantes. Es la única entrada de dinero en Moldavia y ellos lo saben.

Probablemente, mejorarán las relaciones con Moscú, pondrán en sordina el nacionalismo favorable a la anexión con Rumanía. Pero no volverán a los tiempos de Stalin. Entre ellos, hay nuevos capitalistas.

–¿Se refiere al secretario del Partido Comunista local, al que aquí llaman el «rey del azúcar»?

–Monseñor Anton Cosa: Son buenas cabezas y, políticamente, son los más preparados. Han trabajado bien en el sistema de mercado, eso es todo. Más bien, si me permite no ser diplomático diría una cosa…

–Diga.

–Monseñor Anton Cosa: ¿Por qué Occidente hace tan poco por Moldavia? Italia, por ejemplo, a dónde van muchas de nuestras jóvenes, no tiene ni siquiera un consulado, que podría hacer de filtro a la inmigración clandestina. ¿Por qué no promover leyes que den garantías a los empresarios occidentales que quieran invertir aquí?

–¿Propone algo así a lo que se ha comenzado a hacer en Rumanía?

–Precisamente. Un centenar de empresarios extranjeros aquí darían trabajo, perspectivas de futuro y dignidad. ¿Por qué Europa no acepta una cuota de emigrantes moldavos? ¿Unos mil?

–La opinión pública dice: tenemos ya muchos inmigrantes.

–Pero allí llegan marroquíes. ¿Y por qué no moldavos? Somos gente latina. Hablamos como vosotros una lengua latina. Mil permisos al año bastan para dar esperanza. Aquí muchos podrían esperar, si no hoy, dentro de un año, de dos, en poder ir a Italia. Y esta esperanza les quitaría la tentación de una fuga clandestina, de confiarse a los circuitos de las mafias. Con la esperanza se puede soportar, se puede esperar. Son personas que quieren hacer algo, que quieren trabajar. Pero tienen necesidad de esperanza.

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ZENIT Staff

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