Del terreno de baloncesto a cardenal de la Iglesia católica

Habla Juan Luis Cipriani, primer purpurado del Opus Dei

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CIUDAD DEL VATICANO, 26 feb 2001 (ZENIT.org).- Juan Luis Cipriani Thorne, arzobispo de Lima, al ser creado cardenal por Juan Pablo II el 21 de febrero pasado ha batido varios records. No sólo es el primer purpurado de la historia que procede de la prelatura personal del Opus Dei, sino que también es el primer jugador de un equipo nacional de baloncesto que recibe este reconocimiento por parte del Papa.

En esta entrevista, el cardenal Cipriani hace un repaso a corazón abierto de algunos de los momentos más importantes de su vida: desde la manera en que descubrió la vocación al sacerdocio –siendo jugador de la selección peruana de baloncesto–, hasta su actitud frente a la presidencia de Alberto Fujimori que ha concluido con una de las crisis de corrupción más serias que ha vivido Perú.

–Empecemos por el inicio. ¿Cómo ha llegado hasta aquí, a Roma, a recibir la birreta cardenalicia? ¿Cómo decidió un día dejar lo que tenía, el baloncesto, la carrera de ingeniería que había estudiado para seguir a Cristo en el sacerdocio?

–Cardenal Cipriani: Yo pienso que en primer lugar todo nace en la familia. Nosotros somos once hermanos. Mi padre era un medico, mi madre ama de casa. Puedo recordar mil detalles de la vida diaria. Por ejemplo, mi mamá al acostarnos por la noche, solía pasar por el cuarto de cada uno a ayudarnos a decir gracias a Jesús y a ofrecer nuestro día. Mi padre, que era médico cirujano especialista en oftalmología, por su misma carrera manifestaba una gran preocupación por los demás y un deseo de por atenderles.

Después entré al colegio de las Hermanas del Inmaculado Corazón de María, monjas estadounidenses, y todavía recuerdo a una monja que, cuando llegábamos antes de la hora al colegio, estaba sentada en una banca y nos llamaba a todos los que pasábamos para hablar con nosotros de cualquier tema. Ahora, casi cincuenta años, a pesar de que he olvidado muchas cosas, me acuerdo perfectamente de aquella religiosa. ¿Por qué? No lo sé. Por su bondad, quizá, por su dedicación. Dejó una huella.

Luego pasé al colegio Santa María, de los marianistas en donde tuve dos grandes amigos. El primero era el entrenador de baloncesto, el padre Heil, que todavía vive, a sus 82 años; el otro el entrenador de fútbol, el Brother Mark, que también vive. Siempre he tenido una inclinación muy grande por el deporte. Y ellos también dejaron una huella.

–¿Fue entonces cuando descubrió su gran pasión por el baloncesto?

–Cardenal Cipriani: Los dos me inculcaron ese espíritu deportivo serio: aprender a luchar, a ser optimista, a entrenarse. Luego pasé a la Universidad Nacional de Ingeniería y comencé al mismo tiempo a dedicarme al baloncesto.

[Cipriani fue jugador del equipo peruano de baloncesto que ocupó el primer lugar en el campeonato bolivariano de Barranquilla, Colombia (1961). Militó en la selección nacional durante siete años hasta finales de los años sesenta, venciendo importantes trofeos a nivel sudamericano].

–¿Se podría decir que descubrió su vocación en las canchas de baloncesto?

–Cardenal Cipriani: Todo esto va conformando un poco el alma. No lo sé. Dios sabe más. Después, cuando cumplí 18 años, un sacerdote del Opus Dei me preguntó si pensaba en la posibilidad de seguir a Dios. Respondí que sí, pero la verdad es que no había pensado demasiado en ello. Simplemente en mi casa se respiraba católico. Me habían enseñado a tener una cierta disciplina de trabajo y entonces, cuando me hizo esta pregunta, por primera vez me di cuenta de lo que significaba. Reconozco que he recibido la gracia de no tener miedo cada vez que el Señor me ha pedido dar un paso más.

De este modo, cuando Dios quiso, pasó de cerca, y tocó a la puerta. Siempre me pregunto: ¿por qué entré al Opus Dei? No lo sé. Ciertamente la llamada era clara, pero ¿qué es lo que me hizo pensar en ello? Yo no me puse a calcular. ¿Cómo he llegado a ser sacerdote? Pues no lo sé tampoco. ¿Y obispo? Y, ahora, ¿cardenal ?… Puedo dar respuestas pero en realidad no las hay. No es la suma de unos cálculos: ¿qué saco?, ¿qué pierdo?, ¿cómo será?… Yo nunca he calculado.

–¿Qué es lo que le debe ahora al deporte?

–Cardenal Cipriani: Ante todo, creo que el deporte me ha dado el don de Dios de tener facilidad para conectar con la gente. Me resulta facilísimo estar con personas de cualquier edad, de cualquier condición social, de cualquier circunstancia. El deporte te lleva a no tener barreras. Y esto me ha ayudado mucho en el sacerdocio.

En segundo lugar, yo diría que en el deporte se trabaja en equipo. No gana uno, gana todo un equipo. Además, yo he jugado sobretodo baloncesto. Esto te lleva también a pensar que hay que organizarse. Hay que dar lo mejor de cada uno. El líder no es el que lleva delante un proyecto. Es el que crea unas condiciones de tal manera que cada uno pueda dar lo mejor de sí mismo. No es el que va con la bandera por delante. Esto también es muy importante en el sacerdocio y en el episcopado.

En tercer lugar, como en el deporte, es muy importante saber luchar. La vida para un hombre que quiere ser leal, hoy en la iglesia, es una auténtica lucha. No podemos decir que la Iglesia es hoy sinónimo de éxito. Al revés. El Papa lo dice muy bien: no es lícito buscar popularidad, cuando la doctrina de la Iglesia es impopular. Ese luchar, que es muy deportivo, hoy es algo diario. El Señor quiere que en este mundo, la Iglesia y sus pastores no pierdan nunca el miedo, la luz de la esperanza.

–Hablemos de Perú, país del que usted es primado, que ha vivido una de las crisis institucionales más graves de su historia. El mundo descubrió a través de vídeos transmitidos por la televisión cómo el hombre de confianza del presidente Alberto Fujimori, el jefe del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), Vladimiro Montesinos, corrompía con dinero en efectivo a un congresista. Otros vídeos se encargaron de demostrar que el caso no era más que la punta de un iceberg. Todo esto hizo que Fujimori tuviera que salir del país a Japón y presentar las dimisiones. Hace unos días al recibir Juan Pablo II al nuevo embajador de Lima ante la Santa Sede decía que cuando una democracia pierde sus valores acaba convirtiéndose en un totalitarismo. Perú ha sido la prueba.

–Cardenal Cipriani: No me gusta hablar en primera persona, pero hace unos tres años, en el diario «El comercio», ante una pregunta sobre Vladimir Montesinos, contesté que tenía el «orgullo» de no conocerlo. Orgullo porque yo sentía desde un primer momento que era un hombre raro oscuro. Yo creo que la causa, de todo, y lo señalé también el 28 de julio, cuando el presidente Alberto Fujimori tomaba de nuevo el cargo, está en un «inmenso poder tutelar oscuro y asfixiante».

Yo creo que cuando se pierde el respeto por la dignidad de las personas, y de las instituciones, como se ha visto ahora, se puede comprobar que el atropello a la justicia se convierte en algo muy frecuente. Pero no echemos la culpa simplemente a un señor Montesinos, o a un señor Fujimori, o a un juez con nombre y apellidos. Hay que ir al fundamento de la vida, de la moral, el respeto por la persona, el amor a la verdad.

–No parece ser éste el cardenal Cipriani del que han hablado algunos medios de comunicación. Se le ha acusado de estar de la parte de Alberto Fujimori.

–Cardenal Cipriani: Ahora que ha caído Fujimori, se ha querido crear una especie de caricatura, como si monseñor Cipriani fuera una parte del sistema. Yo tuve un trato de cercanía con el presidente, pues fui arzobispo de Ayacucho, la cuna del terrorismo de Sendero Luminoso hasta 1999. Cuando surgió entre la población ese deseo enorme de acabar con el terrorismo, yo me encontré en el en centro mismo del problema. Eso me hizo ver con frecuencia a Fujimori y hablar con frecuencia sobre el modo de llegar a la pacifica
ción.

Ahora bien, basta ir un poco a los archivos para darse cuenta de que nunca le firmé un cheque en blanco. Yo trataba de hacer lo que la Iglesia hace en los demás países: tratar de tener una relación cordial. Ahora bien, yo he sido uno de sus críticos más duros en algunas cuestiones, como por ejemplo, en su campaña contra la familia, que incluía programas masivos de esterilización y de control demográfico. También fui uno de los que más criticaron su aceptación del señor Montesinos. Cuando se hace esta caricatura es porque se intenta maltratar la imagen de monseñor Cipriani.

–En esta crisis peruana, ¿cuál es el papel de la Iglesia?

–Cardenal Cipriani: Yo creo que la iglesia es hoy casi la única institución que puede de una manera iluminar la situación en el Perú. La iglesia está construyendo las bases para el fundamento moral, el fundamento de credibilidad, para permitir que salgamos de esta crisis. Lo importante, como decía el Papa, está en recuperar esos valores, basados en la concordia, en un mayor respeto mutuo, para que renazca el optimismo.

–El consistorio en el que usted ha sido creado cardenal ha roto un récord: de él ha salido el mayor número de cardenales de América Latina de la historia. ¿Está cambiando algo en la Iglesia católica? ¿No tendrá que asumir América un nuevo liderazgo en la Iglesia, cuando parece que Europa no logra desembarazarse de las tenazas del materialismo y del secularismo?

–Cardenal Cipriani: Creo que la pregunta es: ¿qué quiere Dios de esta época? No sé si los misioneros europeos del siglo XVI eran conscientes de lo que hacían cuando realizaron la primera evangelización de América, que ha sido una maravilla, con frutos abundantísimos a todos los niveles. Del mismo modo, yo no sé hasta qué punto América es consciente de que se está dando un giro que hace de ella el continente de la esperanza. Creo que la fuerza de América no tiene que venir de un nivel cultural o político o económico. Creo que América tiene una fe más inmediata, más autentica, tal vez con bastante necesidad de formación doctrinal, pero es una fe también más espontanea,
más gratuita, más inmediata.

Creo que el consistorio lo que hace es representar de manera un poco más razonable lo que es la realidad numérica e histórica. Y por tanto, con enorme respeto por Europa –donde parece que la Iglesia se ha visto como atacada por ese secularismo del que hablaba usted–, creo que, allá en América Latina, al tener menos medios económicos, al tener menos cultura, parece que el secularismo ha tenido menos armas para atacar a la religiosidad popular. Ahora bien, creo que no hay que darle tanta importancia a esto. Creo que el consistorio no hace más que reflejar una realidad.

Yo puedo hablar de la realidad que me toca vivir, Lima. El año pasado entraron 26 muchachos al seminario mayor promedio de edad de 22 y 23 años. Este año son unos 32 ó 33. Comprendo que si esto sigue así, en unos años vamos a tener la obligación de enviar sacerdotes, aquí, a Europa.

–Como primer cardenal del Opus Dei y primario de Perú, ¿cómo ve el futuro del cristianismo en estos próximos años?

–Cardenal Cipriani: Ante todo, creo que para un pastor en la Iglesia el alma son las vocaciones. Creo que el Señor nos está pidiendo remar mar adentro y lanzar las redes, como ha dicho el Papa en la «Novo Millennio Ineunte». Creo que es una llamada muy fuerte que no requiere un análisis de ningún tipo. Lo que hace falta es más bien oración y confianza en el Señor para buscar vocaciones en la juventud al sacerdocio.

Ciertamente yo soy el primer cardenal del Opus Dei, pero creo que no he sido llamado por ser de l´Opus Dei, sino más bien por ser el arzobispo de Lima y primado del Perú, una sede cardenalicia desde hace cincuenta años. Ahora bien, quisiera recordar también el llamado universal a la santidad del Concilio Vaticano II.

La gran mayoría de los católicos, el 99 por ciento de la Iglesia, es gente de la calle. Pienso que el siglo XXI puede ser un poco esa revolución del laicado, pero no en contra de nada. La Iglesia siempre será sacramental y jerárquica. Y los sacramentos siempre serán sacramentos como la Iglesia siempre lo ha enseñado. Ahora bien, creo que hoy la Iglesia depende de esas «manos largas», llámense periodistas, políticos, artistas, gente de la calle, sencillos, pobres, ricos, negros, blancos, amarillos… En un mundo de cambios tan radicales, como los que estamos viviendo, me parece absolutamente impensable el no ser consciente de la necesidad de ser santos en medio del mundo. Y monseñor Josemaría Escrivá es un pionero de esa espiritualidad. Ciertamente no podemos pretender que esa vocación sea exclusiva. Lo importante es que todos sintamos que hemos venido al mundo con una misión: amar a Dios sobre todas las cosas, buscar la felicidad eterna, pero a través del trabajo, del deporte, de la familia, de la cultura, de los amigos, los jóvenes, los ancianos. Eso puede ser realmente, como ya lo va siendo, una auténtica revolución.

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ZENIT Staff

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