VILNIUS, 7 octubre 2003 (ZENIT.org–Avvenire). La asamblea del Consejo de las 34 Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) concluyó este fin de semana enviando una carta a Silvio Berlusconi, en calidad de presidente de la Conferencia Intergubernamental, para que la futura Constitución europea tenga en cuenta las raíces cristianas.
En esta entrevista, monseñor Franc Rodé, arzobispo de Lubiana, que como esloveno será ciudadano de la Unión Europea a partir del próximo mes de mayo, explica algunas de las conclusiones de la asamblea de obispos.
–¿Cuál es su juicio global sobre el proyecto de Constitución europea discutido por los jefes de Estado y de Gobierno este fin de semana en la conferencia intergubernamental celebrada en Roma?
–Monseñor Rodé: Yo creo que se trata de una Constitución de planteamiento humanista, en la que se puede percibir una inspiración fundamentalmente cristiana, pero de una forma secularizada. En definitiva, es un texto en el que se siente el peso del fuerte proceso de secularización de las sociedades europeas. Tomemos los contenidos del «Preámbulo», por ejemplo la afirmación sobre el carácter central de la persona humana con sus derechos inalienables. Parece que está tomada literalmente de un discurso de Juan Pablo II. La sustancia es cristiana, pero la forma esconde muchas perplejidades.
–La Convención Europea y después el Parlamento Europeo de Estrasburgo rechazaron la posibilidad de introducir una referencia a las raíces cristianas. ¿Cómo se explica una posición tan rígida?
–Monseñor Rodé: Una actitud así demuestra una falta de honestidad intelectual y una grave amnesia histórica. Silenciar el papel del cristianismo en la formación de la civilización europea significa jugar con cartas trucadas. Detrás de todo esto se encuentra la oposición de algunos grupos de poder que no dudaría en llamarlos ocultos.
–Pues algunos son bien conocidos y tienen un nombre francés…
–Monseñor Rodé: Es verdad. Usted menciona Francia, pero yo añadiría Bélgica. Quizá no todos saben que la Universidad Libre de Bruselas, fundada en el siglo XIX para oponerse a la Universidad Católica de Lovaina, es la única en el mundo que exige a sus profesores un juramento en el que se rechaza todo dogma, incluido el religioso.
–La asamblea de los obispos europeos, ¿ha tomado alguna decisión sobre la Constitución europea?
–Monseñor Rodé: Hemos expresado nuestro apoyo total a la iniciativa de la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (COMECE), que reúne a las Conferencias Episcopales de los quince países de la Unión Europea, que el 22 de septiembre envió un mensaje al presidente de la Conferencia Intergubernamental, Silvio Berlusconi.
La CCEE ha enviado una segunda carta con la petición de introducir en el «Preámbulo» las raíces cristianas. No sé si tendrán efecto. Nosotros seguimos esperando. De todos modos no tenemos que olvidar los elementos positivos que hay en el proyecto constitucional, como por ejemplo el artículo 51 que reconoce la importancia y el carácter específico de las Iglesias, tanto a nivel nacional como europeo.
–¿Qué efectos puede tener este artículo?
–Monseñor Rodé: Creo que podrá influir en la actitud de algunos países como la República Checa o Eslovenia, en los que los gobiernos ven a la Iglesia con una mentalidad influenciada por el pasado comunista. La consideran como una asociación privada. Pues bien, el artículo 51 hace referencia a un «diálogo abierto, transparente y regular» de las instituciones con las Iglesias. Ciertamente no es una obligación. Pero al entrar en la Unión Europea estos países tendrán que tenerlo en cuenta.