La respuesta de los creyentes a la indiferencia religiosa, según Benedicto XVI

En un discurso improvisado a sacerdotes de la diócesis de Aosta

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 29 julio 2005 (ZENIT.org).- La respuesta a la indiferencia religiosa que experimenta Occidente, y que encuentra en la crisis de vocaciones su consecuencia más clara, pasa por vivir el sufrimiento que ésta provoca en los creyentes como un acto de amor a Dios y a los demás, considera Benedicto XVI.

La crisis de las iglesias tradicionales, y en particular de la católica, fue uno de los argumentos centrales que el pontífice afrontó en un encuentro espontáneo que mantuvo a puertas cerradas el 25 de julio con 140 sacerdotes, religiosos, diáconos del Valle de Aosta, en la iglesia de Introd, junto a Les Combes, donde transcurrió sus vacaciones de verano.

La larguísima intervención del Santo Padre, pronunciada sin papeles en italiano, ha sido transcrita por la edición diaria de «L’Osservatore Romano» y traducida por Zenit (Documentos).

«La gente parece que no nos necesita, todo lo que hacemos parece inútil», reconoció el Santo Padre sintetizando los interrogantes que le expuso el obispo de Aosta, monseñor Giuseppe Anfossi, haciéndose portavoz de los presentes.

«El Papa no es un oráculo –reconoció–; es infalible en situaciones rarísimas, como sabemos. Por tanto comparto con vosotros estas preguntas, estas cuestiones. Yo también sufro».

«Pero todos juntos queremos, por una parte, sufrir con estos problemas y, sufriendo, transformar los problemas, porque el sufrimiento es precisamente el camino de la transformación y sin sufrimiento no se transforma nada», explicó.

«Éste también es el sentido de la parábola del grano de trigo caído en tierra: sólo con un proceso de atormentada transformación se llega al fruto y se abre la solución», recordó citando el Evangelio.

«Y si para nosotros no fuera un sufrimiento la aparente ineficacia de nuestra predicación, sería una señal de falta de fe, de auténtico compromiso», advirtió.

«Tenemos que tomar en serio estas dificultades de nuestro tiempo y transformarlas sufriendo con Cristo y así transformarnos nosotros mismos», subrayó.

«Y en la medida en que nosotros mismos somos transformados también podemos contestar a la pregunta formulada antes, podemos ver la presencia del Reino de Dios y hacer que la vean los demás», propuso.

Ante «las así llamadas grandes Iglesias» que parecen «moribundas», «sobre todo en Australia, pero también en Europa, no tanto en los Estados Unidos», el pontífice consideró que no cree en «una receta para un cambio rápido».

«Tenemos que caminar, atravesar este túnel con paciencia, con la certeza de que Cristo es la respuesta y de que al final aparecerá de nuevo su luz».

«Sin la referencia del Dios verdadero, el hombre se autodestruye. Lo vemos con nuestros propios ojos», aclaró.

«En todo este sufrimiento, no sólo no hay que perder la certeza de que Cristo es realmente el rostro de Dios, sino que además hay que profundizar en esta certeza y en la alegría de conocerla y de ser por tanto realmente ministros del futuro del mundo, del futuro de cada hombre».

«Y hay que profundizar esta certeza en una relación personal y profunda con el Señor –siguió diciendo–. Porque esta certeza también puede crecer con consideraciones racionales».

«Y nosotros mismos tenemos que encontrar también la fantasía para ayudar a los jóvenes a encontrar este camino también para el futuro», sugirió.

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ZENIT Staff

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